El defensor de Talleres (¡y capitán!) tiene contrato vigente pero tomó la decisión de irse para jugar en Rosario Central, institución de la que es hincha. Nos asisten varias dudas, que se resumen en estas preguntas: ¿para qué se firman los contratos? ¿Juan Cruz habrá firmado uno cuya firma se puede borrar?
Cuando el valor de la palabra comenzó a diluirse y dejó de ser suficiente con un apretón de manos, los compromisos se hicieron escritos para reglamentar los acuerdos, que obligan a hacerse responsable de determinadas condiciones, derechos y obligaciones. Se los firma y ya nada queda librado a la memoria o a la buena fe. Menos aún, a eso tan volátil que llamamos honor.
La dinámica del mundo del fútbol cambia. Siempre cambia. Muchas veces, para peor…. Por eso, todo debe ser firmado.
Juan Cruz Komar hizo lo bueno y lo malo de esta historia, porque llegó a Talleres en silencio, con su humildad como credencial más destacada. Dejó Boca, donde no llegó a ser importante, y eligió barrio Jardín para intentar ser alguien adentro de una cancha. De a poco, se ganó la confianza del vestuario, dirigentes, entrenadores y el afecto de los hinchas. No tanto por sus virtudes de pantalón corto, sino por las señales que irradió con su comportamiento: buen tipo, sencillo, generoso y con el radar abierto para dar una mano en la periferia de la burbuja en la que viven casi todos en el fútbol profesional.
Siempre tuvo la palabra justa, fue medido para declarar y austero para dejarse ver. Lo eligieron capitán, con todo lo que eso significa, porque llevar esa cinta implica representatividad, liderazgo, conducción y lucidez en los instantes difíciles. Incluso, le respetaron esa condición cuando perdió terreno en la consideración de algún técnico y fue suplente: cuando le tocó ingresar en lugar de algún compañero, el capitán fue él.
Tuvo momentos buenos y otros no tanto. Aprendió, creció, se consolidó. Asimiló los murmullos de descalificación que le ofreció la tribuna y los silenció con la editorial más genuina que tiene un futbolista: su juego. Fue mejor cuando a la presencia física imponente, le sumó la aceptación de sus limitaciones para no exponerse lejos de la zona de confort de la zaga central. Comprendió que una de las claves es evitar hacer lo que no sabemos hacer: se desprendió rápido y bien de la pelota, retrocedió con orden, midió cada cruce para no perder, se animó a coordinar los movimientos defensivos hablando, guiando, apoyando a sus compañeros.
Se lo veía tan feliz acá, tan compenetrado con el universo albiazul y centrado en los valores, que por momentos su figura se proyectó hacia otro escenario y hasta daba para imaginarlo queriendo cambiar el mundo desde adentro de un campo de juego. Logró construir una relación de respeto y de amor con la gente. La Tía Tiki lo hubiera invitado con todo gusto a tomar la leche con torta.
Un amor de verano
Algo pasó en la configuración mental de Juan Cruz Komar. De pronto, ajustó la mirada y la perspectiva se modificó: un día lo llamaron desde Rosario Central y para él, fue como el teléfono de Dios. No es que Talleres lo estaba maltratando, o le debía dinero, o los hinchas lo agredían. Barrio Jardín no era el infierno, precisamente…. Sin embargo, todo aquello que había edificado con sensatez y profesionalismo, ahora pasó a tener el mismo valor que un amor de verano: le hizo saber al presidente Andrés Fassi que prefería irse a Rosario y caso cerrado. Apagó el celular y se fue a Rosario sin autorización. Desde allá presiona. La taza que le sirvió la Tía Tiki ya se enfrió…
La respuesta institucional de Talleres llegó con datos anotados prolijamente en un papel porque, en definitiva, una cosa es que el jugador elija irse y otra, muy diferente, es que lo haga de manera unilateral, afectando el patrimonio del club que le paga y le cumple.
Ante la posibilidad de desprenderse del jugador, Fassi estableció en qué condiciones aspiraba a que se hiciera la operación. Como el club rosarino se indigestó al ver tantos ceros en la transferencia, la discusión se trabó antes de comenzar: mientras Talleres y Central tironean por Komar, el propio futbolista desconoce las prioridades de la “T” para avanzar hacia lo que le dicta el corazón. El mismo corazón que antes inspiraba cariño, lo recibía y devolvía en Córdoba.
Mundo del gris
Entramos al resbaladizo mundo del gris, en el que conviven interpretaciones que no siempre se ajustan a la realidad, o lo hacen de manera tendenciosa. En estos días, se escuchan y se leen los siguientes razonamientos:
a) Los jugadores no son esclavos de los clubes y deben decidir dónde jugar.
b) Los clubes no deben cortar la carrera de los futbolistas.
c) No sirve que un jugador se quede a disgusto.
La traducción más a mano es que si Juan Cruz quiere irse, tal como lo manifestó, Talleres debería permitirlo porque no le debe cortar la carrera. Y tenerlo acá, a disgusto, no sería negocio para nadie. O sea, el muchacho ya eligió.
El pequeño detalle está planteado en el comienzo de la nota. Para defender sus intereses, blindarse ante cualquier malentendido y asumir claramente las responsabilidades, Juan Cruz Komar firmó un contrato, que tiene vigencia hasta el 30 de junio de 2023. ¿Lo habrá hecho con lápiz y ahora quiere borrarlo? Cuando se firma uno, ya no hay lugar para improvisaciones. Esto no es cuestión de voluntades, ni de términos afectivos: Komar debe ser profesional y hacerse responsable de lo que suscribió cuando le dieron la BIC y puso el gancho. Por supuesto, lo mismo le corresponde a Talleres porque los contratos sirven para esto: son acuerdos entre amigos, que se firman para cuando dejan de serlo.
La historia continuará. Aquel héroe de mirada tierna, está atrincherado. Los gritos de cariño que brotaban en barrio Jardín, ya no se escuchan… Debe ser por la distancia, aunque dicen que Rosario queda cerca.