El clásico siempre es cosa seria

(Facundo Luque / La Voz)

Talleres y Belgrano empataron 0 a 0, en un partido de nivel discreto, que les dio a los dos la chance de ganar, cada uno a su tiempo y su manera. Los albiazules estuvieron más cerca, pero no lograron quebrar la resistencia celeste.


En tiempos de fútbol evaluado y proyectado desde números, las conclusiones del empate en blanco dirán que Talleres tuvo la pelota el 80% del tiempo, acertó el 90% de los pases y jugó casi con exclusividad en el campo de Belgrano. También se hablará de los kilómetros (re)corridos por algunos, la cantidad de infracciones cometidas y, por supuesto, la incidencia de la expulsión de Alejandro Rébola, ocurrida al minuto de juego, que dejó a los celestes con uno menos.

Las planillas no podrán (¡menos mal!) interpretar cuestiones de concepto y de esencia: si hablamos de fútbol, el empate en blanco se explica porque Talleres se enamoró de la circulación horizontal y jugó de manera previsible, sin cambio de velocidad, profundidad ni jugadores que se animaran a “romper” el cerrojo con un mano a mano… Entonces, Belgrano resistió con lo que tuvo, acomodando las cargas al sacrificio (y contragolpes más imaginarios que concretos), generando una sensación de triunfo psicológico (que no es aritmético) porque el resultado fue empate.

Lo que sabemos es que a los dos les apetecía ganar. Talleres intentó de todas las maneras y no logró generar el desnivel; Belgrano, en su versión más gasolera desde los dos minutos, se aferró a la especulación de embocar una corrida atrincherado desde la prioridad de congelar el arco en cero.

Avanzar sin atacar

¿Muchos delanteros hacen ofensivo a un equipo? Una vez más, quedó a la vista que no, porque ofensivo es un equipo que logra germinar situaciones de gol. La “T” fue sumando gente arriba a medida que se acercaba el final, ante un rival cerrado desde la debilidad de la prematura desventaja numérica. La explicación de lo que (no) pasó tiene poco que ver con la cantidad de atacantes. Más bien, fue la consecuencia del funcionamiento, la capacidad de elaborar juego desde la unidad básica del fútbol: el pase. Lineal, vertical, en diagonal. Con pausa, freno o aceleración. Al pie o al espacio. A todo lo cortó un Belgrano agazapado, que respondió con fiereza, mucho anticipo y ojos abiertos.

Si el Cacique Medina hubiera dejado solo a un hombre de punta, le lloverían los cuestionamientos. ¿Qué solucionó jugar con siete queriendo atacar? La presencia de Ruben Botta, Matías Esquivel, Alejandro Martínez, más Federico Girotti y Cristian Tarragona, sumado a las proyecciones de Gastón Benavídez y Miguel Navarro por las bandas, lo único que pudo certificar fue un abanico con abrumadora presencia albiazul en tres cuartos de cancha, ahogando la salida de Belgrano.

Ese consorcio de pasadores de pelota le garantizó a Talleres la tenencia exclusiva, pero sin una evolución en el juego hacia donde se escriben las historias: la red. Salvo el zurdazo de Navarro que dio en el palo, algún centro y muchas promesas, el ataque dejó una rentabilidad futbolística escasa, calificada en el marcador sin goles.

Por eso, a veces solo se trata de un espejismo: no es cuestión de amontonar delanteros, sino de ser mejores que el adversario con algo más imaginativo que prestarse la pelota. Talleres no fue certero en eso. No supo usar el jugador extra. Le sobró alguien desde el minuto 3 y gastó una hora y media sin ser profundo ni abrir la cancha. El embudo celeste se lo comió.

Saldos y retazos

No es cierto que la expulsión de Rébola haya perjudicado a Talleres por la supuesta condena a jugar sin espacios. Tampoco es riguroso decir ahora que “fue inteligente” que Belgrano se colgara del arco porque, en todo caso, es algo relativo: tiene sentido solo porque se alcanzó el objetivo de no perder. ¿Fue “inteligente” o inevitable? Belgrano no tuvo plan B. Apostó por resistir, para ver si le quedaba resto para algo más. Le salió bien… y casi patea el tablero con la última corrida de Pablo Chavarría.

Otra idea que no cotiza mucho es cuestionar a Belgrano porque se blindó defensivamente y mostró poco combustible para comprometer a la “T”. Eso dijeron algunos muchachos de Talleres. Pregunta: ¿acaso Talleres no le jugó así a River?

Las circunstancias modelaron a Belgrano a jugar así, obligado a un replanteo estratégico porque debió cambiar a la fuerza y de manera imprevista. Nada para cuestionar. Sus hombres quedaron muy lejos de Guido Herrera, pero regaron la cancha con sudor y compromiso.

Entre tantas cosas que se están diciendo, el clásico dejó lo de tantas otras ediciones: se vivió con más altura en las calles, en la previa, en la piel, que en la cancha. Los de afuera, que no son de palo, dejaron en claro que un Talleres – Belgrano siempre será de una exigencia absoluta. Y que ganarlo, o no perderlo, siempre es cosa seria.