Talleres fue digno contra River, pero perdió los dos partidos de la llave y quedó eliminado de la Copa Libertadores. ¿Causas? Varias. Una de ellas es la falta de calidad de su plantel, que condicionó el nivel de juego. Tuvo actitud, pero le faltó fútbol.
Vimos esta película algunas veces ya, con la gente de Talleres repartiendo su ánimo entre la valoración por haber llegado hasta una determinada instancia (octavos de final, en este caso) y el inevitable descontento porque el equipo no tuvo las respuestas necesarias para avanzar (en la Libertadores). Le tocó un evaluador exigente como River y el fútbol ofrecido no fue suficiente: la eliminación hace doler y se disparan las broncas contenidas porque el discurso oficial habla de un Talleres protagonista, que no se corresponde con la calidad de su juego.
La incertidumbre se multiplica cuando el hincha advierte que esta versión albiazul no es la de hace un año y, además de la angustia por quedar fuera de la Copa, en la agenda se vienen otras definiciones importantes. Si aquella era capaz de jugar muy bien y ganar, ésta de Walter Ribonetto tiene un norte más austero, muchos problemas de funcionamiento y debe conformarse con ganar cada tanto, sin el vuelo y el poderío que cautivó a muchos.
Hay que decir que la preocupación venía madurando antes del cruce con River. Como nunca, el torneo local está ofreciendo oportunidades a equipos que habitualmente no pelean arriba y aunque la “T” sí viene haciendo buenas temporadas, brota esa sensación de que la nafta no le alcanza para justificar y sostener las expectativas.
Podemos explicarlo desde una ecuación bastante simple: la salida sistemática (e infaltable) de jugadores referenciales ha ido debilitando las capacidades del equipo. Y aunque el tesorero del club tiene una sonrisa desde acá hasta que a Barracas le cobren un penal en contra, los futbolistas nuevos rara vez son titulares. Es más: varios de ellos ni siquiera hacen diferencia.
La reciente transferencia de Ramón Sosa se suma a las de Rodrigo Garro, Rodrigo Villagra, Diego Valoyes y Michael Santos, entre otros. Entró muchísimo dinero (aplausos para Andrés Fassi) pero la ingeniería del equipo adentro de la cancha no tuvo una reparación y tambalea. Por más que el presidente lo afirme y lo repita, está a la vista que Talleres bajó mucho el nivel futbolístico porque perdió calidad adentro de la cancha. Y esa calidad no pudo ser ni siquiera aliviada con las contrataciones que el presidente anunció como figuras.
Velocidad y precisión
River hizo que Talleres pareciera un equipo lento porque la velocidad no es correr más rápido sino llegar antes. Eso ocurre, por lo general, por dos motivos: lucidez para decidir optimizando tiempos y disponer de herramientas técnicas para manejar la pelota. Si un hombre de River necesitó dos toques para recibir y jugar, a los cordobeses esa tarea les insumió el doble. Y en este nivel, cocodrilo que se duerme es cartera.
El factor desequilibrante tuvo impensadamente como cómplice a Guido Herrera, en un nuevo capítulo de esta historia de jugar en espacios reducidos en el área propia, arriesgando de manera innecesaria. El capitán comprometió a Portilla (recibió la pelota de espaldas a la cancha), vino el pase forzado, el error, aceleración y Borja tradujo todo en el gol del 1-0. El arquero cordobés tapó un par de tiros bravos, pero ese error compartido fue determinante, porque desde ese entonces a Talleres todo le quedó cuesta arriba.
El partido se jugó en los ritmos y espacios que uno propuso y el otro acató. No es de ahora que la “T” pierde aceite y eso no se subsana con correr mucho. River ganó en la red porque antes había sido más en los conceptos y las ideas. Marcelo Gallardo no demoró demasiado en jugar sus cartas para empezar a ganar en el pizarrón: presión, asfixia y manejo de pelota. Anuló las proyecciones de Gastón Benavídez y condicionó las de Blas Riveros, mientras Walter Ribonetto no logró desentramó la falta de pase y profundidad de sus hombres. Arrancando como lateral, Benavídez viene siendo el delantero más punzante de la “T” pero en el Monumental se encontró con Enzo Díaz y Maxi Meza que lo sujetaron. En la izquierda, Riveros escapó algunas veces, pero fracasó ante las llegadas de Fabricio Bustos y Franco Mastantuono.
Ese Talleres de cancha cerrada, sin presencia por afuera, exhibió sus limitaciones por adentro y se entregó a los laberintos que los millonarios le prepararon. Lento y poco dispuesto al pase Sebastián Palacios e impreciso Bruno Barticciotto abiertos sobre las bandas, la “T” se apoyó más en el triángulo Moyano (flojo), Portilla (livianito) y Galarza (flojísimo, otra vez…). ¿Conclusión? Tarragona corrió, pero no dio el talle para gestar milagros. El equipo albiazul fue otro con los cambios, por mérito de los que entraron y mejora en las funciones de los que salieron: Matías Esquivel (por Moyano), Ulises Ortegoza (por Galarza) y Fede Girotti (por Barticciotto) se hicieron sentir; no tanto Botta (por Palacios) ni Marcos Portillo (por Portilla). Pudo meter algún gol, pero conceptualmente ya había perdido.
Hoy es tiempo de evaluar cuál es el proyecto y cuáles los objetivos. Está claro que desarmar el equipo cada cuatro o cinco meses no está alineado con ser campeón de algo, mientras la gente sigue esperando por ese gran Talleres que se demora en aparecer.