Ribonetto tenía la culpa

Al ahora ex entrenador de Talleres le señalaron la puerta de salida. Arreciaban los cuestionamientos porque ya ni los resultados aliviaban el mal funcionamiento del equipo. Pero ¿Tino es el único responsable? ¿Quién más se hará cargo de esta “bomba de tiempo”?

Se activó ese viejo axioma del fútbol, cuando las cosas andan mal y se necesita descomprimir: hay que echar al entrenador. Walter Ribonetto dejó de serlo en Talleres, en un clima espeso que fue fermentando por el reclamo de la gente ante la pobreza futbolística del equipo, consumadas ya la eliminación de la Libertadores y el retraso significativo en el torneo local.

Hoy se impone hacer puntería con el técnico. Hay que masacrarlo. Y que el escarmiento sea disciplinador para todos aquellos que no comprendan que ganar no es una opción, sino una obligación. Ah… y por goleada.

El mismo Talleres que desde hace un par de años coquetea con un título y se mete siempre entre los candidatos a ganar un trofeo, es el que hoy debe resetearse para convivir en sectores intermedios de la tabla, con la gente muy enojada y una lista enorme de motivos que incidieron para que el equipo sea lo que es hoy: uno más y hasta ahí nomás.

La fábrica de fantasmas

Rápidos para radio pasillo, algunas voces se apuran en divulgar que “era evidente” que los futbolistas no querían a Tino y por eso jugaban a reglamento. Con la misma seriedad, otros recuerdan que fueron los propios jugadores quienes le pidieron al presidente Fassi que el entrenador fuera Ribonetto, para normalizar el clima interno de armonía luego de los procesos de Guillermo Hoyos, Pedro Caixinha y Javier Gandolfi. ¿Entonces?
También existen corrientes de opinadores impiadosas con Fassi, a quien acusan de priorizar el perfil comercial del club postergando las expectativas deportivas. Y no faltan aquellos que leen entre líneas para afirmar que hay una mano negra de la AFA, por el enfrentamiento del presidente con el Chiqui y su ballet.

¿Y la autocrítica?

En el fútbol, suele darse un hecho que se produce desde la voluntad de ayudar y a veces genera una salida inesperada e injusta. A ciertos futbolistas, los entrenadores les piden que “den una mano” jugando en otra función, en otro puesto, porque el equipo lo necesita. Algunos prefieren evitar ese laberinto porque desconfían de la exposición y ven muchos riesgos; otros se mandan, confiando en el criterio de quien toma decisiones y les pide que se acomoden de otra manera para la foto.

El asunto es el siguiente: a los jugadores les reconocen el gesto de servir a los intereses colectivos, pero son juzgados por su rendimiento llano, sin contexto ni atenuantes, sobre todo en los momentos de crisis. ¿Todos los entrenadores son capaces de valorar esa ecuación sin empujar por el barranco al que ayudó y no rindió en función prestada? Porque no hay peor cosa que alguien pierda consideración por jugar de otra cosa…

Ribonetto aceptó hacerse cargo de los mismos objetivos de temporadas anteriores, transferidos por Fassi a todos los ciclos, pese a que este plantel es mucho menos que los de años pasados. Es decir, se exigió el máximo resultado con herramientas más precarias. Incluso, en la prioridad de Andrés de seguir impulsando el campeonato económico con la transferencia de Ramón Sosa, Talleres perdió al más valioso de sus recursos pensando en las instancias decisivas que debía afrontar. Pero el equipo debía rendir igual que sin el paraguayo…

Evidentemente, Ribonetto tenía un objetivo, Fassi otro y la gente uno diferente. Nunca convivieron los tres. Jamás se complementaron. Mientras “Tino” debió liderar un proceso viudo ante las idas de Garro, Valoyes, Santos, Villagra y Sosa, ofreció su silencio editorial cuando llegaron futbolistas que ni por asomo estuvieron y están a la altura de los que se fueron, salvo Ruben Botta. Fassi no se movió una letra (ni lo va a hacer) de su ADN de gestión: el predio es una maravilla, todos cobran al día, los chicos tienen dentista y comen de primera, aunque las inferiores no ofrecen jugadores formados al equipo profesional para moderar la llegada de “refuerzos” que no hacen ninguna diferencia.

A la gente nadie la baja de la ilusión de gritar campeón. Y si no es así, al menos se pide evolución. El combustible es el propio discurso del presidente, quien tiene “10 felicitado” cuando habla y muestra el desarrollo institucional, pero se empantana cuando desarma el equipo todos los años y la realidad del fútbol mediocre disipa la fantasía de su oratoria. El Talleres campeón que late en la tribuna necesita jugadores de calidad y eso no ocurre.

Que Ribonetto explique lo que le toca, que no es poco. ¿Se inmoló? Seguramente entenderá que la gente está dolida porque Talleres está como está en gran parte por sus decisiones. Si se defiende muy mal, tiene un mediocampo al que le rebota la pelota y no tiene naturalidad para atacar y llegar al gol ¿a quién le va a ganar así?

¿Ningún jugador saldrá a reflexionar sobre la notable caída en el rendimiento de varios de ellos? Mientras tanto, retumba aquella verdad que es escucha en las esquinas: en el fútbol, como en la vida, siempre es preferible prometer que justificar.