Argentina, en estado de descomposición

El empate 1-1 de Belgrano contra Barracas dejó un mazazo en la cabeza de quienes creen que podemos vivir de otra manera. ¿Es imposible cambiar lo que somos y lo que hacemos? Al menos en el fútbol, hay una resignación que hace doler…

Arbitrajes malos hubo siempre, pero lo que vivimos ahora es descarado. El fútbol de estos tiempos nos somete a un desafío mayúsculo porque cuando juega Barracas, todos sabemos que “algo puede pasar”. Pareciera que no ha sido suficiente con la interminable cadena de fallos escandalosos que impulsaron al equipo del Chiqui Tapia desde el ascenso y lo sostienen a silbatazos en Primera División porque, al igual que el fenómeno Riestra, hay un grado de impunidad que sigue llevando la vara a un nivel insospechado.

La ecuación es simple: se cobran infracciones invisibles, se flexibilizan los criterios para defenderlos en situaciones puntuales y se ignoran faltas que favorecen a sus adversarios. No importa el nivel del ridículo que hagan en negar la realidad: se debe responder a una línea que evidentemente alguien baja y los jueces acatan como si fueran soldados.

El último eslabón de esta cadena de hechos desafortunados tiene a Belgrano en el centro de la escena: el árbitro Andrés Gariano, dueño de un expediente plagado de actuaciones “poco decorosas”, anuló un gol legítimo del equipo cordobés y demoró el empate celeste (logrado un rato después por Jara) contra el equipo de la corona. O del “Comandante”, como gustan decir sus secanucas. Al producirse la jugada en cuestión (fricción menor de Jara con un par de defensores, despeje imperfecto hacia un costado y remate bajo del Uvita Fernández), se disparó el procedimiento “algo hay que hacer” para evitar el gol… Desde el VAR le indicaron a Gariano que había una supuesta infracción, que nadie reclamó ni vio. ¡Incluyendo a los propios defensores de Barracas! Unos minutos después, el árbitro buscó en las imágenes algún detalle sancionable, revisó la jugada 150 veces y pese a la falta de evidencias, no se puso colorado para anular el gol: marcó una falta que solo existió en su imaginación… y de quien establece que la justicia es justa solo para algunos. Misión cumplida y con honores.

Ir en contra del poder

Seguimos padeciendo los efectos de un campeonato mundial ganado de manera legítima en la cancha hace tres años, que le dio crédito político a los que conducen una AFA comprometida con intereses diferentes a los que tienen los clubes. Mientras el torneo argentino agoniza entre los festivales de jugadas desleales, juego interrumpido y una cultura del llanto que es insoportable, Tapia saca pecho y nunca faltan quienes lo aplauden. ¿Vieron lo que son los partidos del fútbol argentino? La gente va a la cancha y se entretiene con el celular, en vez de mirar hacia el campo…

¡No es caprichoso cuando los que somos observadores nos animamos a trazar una relación estrecha entre el fútbol y la vida misma! ¡Se parecen tanto! La falta de valores, la cultura de la ventaja, la familiaridad con la picardía que desafía la ley, la desconfianza en la justicia, los llorones, los transas, los artesanos del fraude y tantos aspectos más, nos permiten ver que lo que ocurre adentro de un campo es una analogía con lo que pasa afuera.

En un país que subestima la educación, el respeto y el mérito, el fútbol ocupa un espacio que exagera sus efectos. Para mucha gente, la única posibilidad de acceder a la felicidad es a través de los clubes. Y la estafa en el fútbol cala hasta el alma, porque se le roba la chance de una sonrisa a mucha gente. Ya no hay derrotas dignas, sino motivos para pelear al final…

Entonces, cuando a Belgrano (o a cualquiera) le anulan un gol así, sentimos en carne viva esta cosa tan triste que es ver la descomposición moral y ética de lo que somos. En la cancha y afuera. No se trata de un gol sino de la vergüenza por los que manipulan la justicia y acomodan los hechos para ampararse en un relato que no se condice con la realidad. Estos árbitros seguirán dirigiendo y nada ni nadie los pondrá en su lugar.

Lo que pasa en el fútbol, como escenario de nuestra cotidianeidad, es de una gravedad extrema. Definitivamente, no se puede hacer ni pucherito porque el sistema fusila: ¿acaso a Andrés Fassi, presidente de Talleres, no lo dejaron solo contra la AFA y tuvo que salir a pedir disculpas motivado, tal vez, por su instinto de supervivencia?

A quien dice algo desafiante, que se prepare para el fusilamiento: Pablo Toviggino, el tesorero del Chiqui, ya tiene lista la batería de twits para humillar a cualquier insolente que no tenga una toallita a mano, lista para secar el sudor de su jefe.

¿Qué tal si los jugadores dedicaran menos tiempo a los tatuajes y encontraran un ratito para darse cuenta que esto implosiona? Los capitanes de los clubes ¿no pueden hacer nada? ¿El gremio de los futbolistas, existe? ¿Hemos perdido la vergüenza y nos entregamos a la resignación? ¿De qué se habla en las reuniones de Comité Ejecutivo?

Los árbitros prostituidos cuidan su carrera y su heladera llena. Mientras Toviggino se divierte con el celular haciendo puntería con “los cabecitas negras”, la vida transcurre convertida en una película oscura, tenebrosa, que nos condena a aceptar reglas perversas o sufrir las consecuencias de pensar diferente.

Aunque muchos hayan reaccionado, hoy somos esto: un país degradado, sin valores ni códigos, que se acostumbró a cortar camino, a que le roben la esperanza, a los que hacen promesas desde el bidet (diría Charly). Porque la trampa siempre fue trampa… a menos que el tramposo esté en el poder y pueda inducirnos a pensar que solo es picardía criolla.