Eugenia Quevedo la clavó en el ángulo

En la previa de Argentina – Venezuela, “la Muela” cantó el himno argentino y ofreció una versión sobria, cuidada, con muchísima calidad.

Aparecer en la televisión les permite a las personas ganar notoriedad y, desde esa condición, “comer con sal”. No las hace mejores, pero sí las eleva a una categoría que rápidamente merece espacio en los medios de comunicación: “ser famosas” es lo que acerca las zapatillas caras y los celulares interestelares. Después veremos si esa fama dura lo que un beso en un canasto o si es el respaldo para tiempos mejores, desde la formación y el crecimiento, porque en nuestra sociedad el instinto de supervivencia acorta caminos y extravía la capacidad para establecer qué es importante y qué no lo es.

Un estadio lleno, o una transmisión que llegará a millones y millones, son una tentación que pone en funcionamiento muchos dispositivos vinculados con el ego, el dinero y el poder. Meter la cara en una pantalla puede ser un pasaje hacia el infinito y más allá, sobre todo cuando se monta sobre un producto de alto consumo, como es el fútbol. Entonces, cantar el himno ante una multitud es un gigantesco cheque en blanco.

Pero ¿quién merece estar en ese lugar? ¿Califica quien tiene muchos “seguidores” o debemos valorar la calidad? En todos los casos, las decisiones están en manos de organizadores que tienen una tabla de valores diferente a la de muchos de nosotros.

Creer en nosotros

Me voy a permitir hablar en primera persona: me sentí orgulloso por la seriedad y la calidad de la entonación del himno, a cargo de Eugenia Quevedo, en la previa del partido de Argentina contra Venezuela. No tengo relación alguna con ella y ni siquiera consumo cuarteto: ¿eso importa? Claro que no. La versión y el rigor de Euge construyeron una entonación conmovedora, llena de sutilezas, con mucho respeto por la esencia de lo que es el himno. Tuvo una estatura profesional para aplaudir y nos acarició con cada una de las palabras, porque escucharla nos devolvió una certeza: la canción patria es de todos y debemos cuidarla.

Alguna vez, deberemos comprender y valorar lo que está bien para no considerar buenas las cosas que no lo son. Vivimos con la debilidad de mirar al país con la perspectiva hacia Buenos Aires, donde los presupuestos mayores no siempre generan ideas mejores. Pensamos en función de lo que pasa allí y hasta nos enteramos que un perro se perdió en Munro, pero no sabemos si el bondi pasará por la esquina del barrio. Entonces aparece la señora Quevedo, quien no es conocida (ni famosa) para los muchachitos de la TV porteña, pero puesta en la cancha la clavó en el ángulo. Sin botines, tatuajes ni cortes de pelo hechos con dos lajas: cantó con respeto. No necesitó de los acordes bailanteros para conmover a la gente. Eso sí: la televisión oficial, escasamente generosa, la enfocó apenas una o dos veces. No se sabía si Eugenia estaba en la cancha de River o en su casa, en patas, mientras difundían un audio grabado… ¿No valía la pena verla o los primeros planos y la exposición más prolongada, ser reservan para otro tipo de personaje?

Éramos así

Si pudiéramos hacer un paralelismo con el fútbol, es bueno recordar que los clubes de Córdoba eran como el himno de Eugenia: con presencia, personalidad, confianza y mucha calidad. Pisaban los escenarios de la “Capi” pensando en poner de rodillas a los poderosos y ofrecían “pintadas de cara” a los que llegaran por estas tierras. Llevar nuestro fútbol era una garantía y las canchas se llenaban, como lo hacían los tucumanos, los salteños, los jujeños y muchos más.  ¿Qué nos pasó? ¿Dejamos de creer que éramos buenos? ¿Nos colonizaron desde el puerto?

Hoy, en tiempos de aspiraciones tan modestas que a veces nos conformamos con “derrotas dignas”, el himno de Euge Quevedo fue un llamado de atención, una referencia allá arriba, un despertador para recuperar la autoestima y creer más en nosotros.