Los números de Talleres tienen arrinconado al entrenador, porque siguen pasando los partidos y el equipo es una “lágrima”. ¿Los jugadores no son responsables, también? ¿Fassi debe ofrecer alguna explicación para comprender por qué los refuerzos e incorporaciones tienen más futuro que presente?
La valija de Ángel Guillermo Hoyos siempre está en piloto automático. Lo dicen sus antecedentes, al cabo de casi 20 años dirigiendo equipos en diferentes puntos del mapa futbolero, en los que condujo procesos generalmente cortos y debió irse. O decidió irse.
Hoy le toca ser el principal apuntado por la paupérrima participación de Talleres en el torneo argentino, con el equipo jugando muy mal, sin reacción ni personalidad, flaco de fortalezas y con una peligrosa tendencia a familiarizarse con no ganar.
Los hinchas están muy enojados con el entrenador por el bajo nivel del equipo: en ocho partidos (contando los tres preparatorios), Talleres ofreció un nivel de juego muy pobre y casi no generó situaciones de gol, ni evolucionó como para ver una luz al final del túnel.
Pregunta básica, con respuesta obvia: ¿cómo se supone que puede ganar si no llega al arco? Su capacidad para generar juego, en las diferentes instancias y circunstancias que se presentan en un partido, ponen a Talleres en un plano de mediocridad absoluta, muy lejos de la versión de años anteriores en los que llegó a jugar muy bien, con una notable capacidad de gol.
Está claro que la realidad es otra y nos obliga a abrir el radar, a ver si encontramos elementos que ayuden a comprender mejor qué pasa. Surgen algunos interrogantes: a los jugadores ¿qué responsabilidad les corresponde? ¿o todo depende del entrenador? ¿llegó el momento en que el presidente Andrés Fassi debe respaldar el ciclo explicando que el proyecto (y su gestión) focalizan más en el futuro que en el presente?
Es difícil imaginar que Fassi pueda hacer algo así porque, en primer lugar, estaría reconociendo que no le dio las mejores herramientas al entrenador. O, en todo caso, le dio recursos en formación que llegarán a ser importantes más adelante. Evidentemente, los jugadores en los que confió flotan entre la condición de refuerzos e incorporaciones. Además, si evaluamos que este año será de mucha actividad para la “T”, se deduce que al plantel se lo armó con el convencimiento de que estaría a la altura de las exigencias.
Procesos de una semana
En el fútbol argentino, estamos acostumbrados a que los procesos duren una semana. Nos llenamos la boca hablando de largo plazo y de la importancia de las divisiones inferiores pero al entrenador le ponen el cuchillo en el cuello si el equipo pierde. Lo vemos a nivel profesional pero hace rato que ocurre en las categorías formativas: la urgencia se come los plazos y el resultadismo devora al que cree en la maduración y pide paciencia.
El caso de este Talleres tiene un escenario con una lógica muy resbaladiza, porque la gente considera que el crédito ya se agotó. El tema es ¿quién puede afirmar que el equipo no va a levantar desde el próximo fin de semana? Nada ni nadie. ¿Qué antecedentes o avales tiene Hoyos para seguir esperándolo? Mmmm….
El factor tiempo no hace amistades con nadie, cuando las decisiones se toman en estado de alteración y nervios. Como el Talleres “Modelo Hoyos” nunca jugó bien y pateó al arco tres veces en 500 minutos de juego, no conforman sus explicaciones cuando habla de una realidad imaginaria o desde el optimismo a ultranza, que en la tribuna se acabó hace rato. No es una cuestión de fe, sino de hechos concretos. No hay rezo que alcance cuando en la cancha los jugadores no saben dónde están parados.
En términos de éxitos y fracasos, hay una larga lista de aciertos de Andrés Fassi pero pocas instancias lo agarran tan desarmado como la decisión de armar un Talleres a plazo fijo (incorporó casi todas promesas), desenfocado de lo que necesita hoy, con un entrenador que llegó tarde y no logra que el equipo haga lo que mejor hizo en los últimos años: ir al frente. Pero ir al frente de verdad, con sustento, con juego y con goles. No tirar la pelota hacia adelante para chocar.
Es un asunto de credibilidad y de estatus de las expectativas. La gente de Talleres firmó su amor incondicional hacia el equipo porque lo representó con el juego, desde la capacidad de sus jugadores y la identificación que generó el Cacique Medina interpretando esa sensación térmica. Es muy difícil reconfigurar el paladar, en un fútbol discreto, lleno de apuros y con los hinchas de cada uno de los equipos exigiendo campeonatos.
¿Quién se hace cargo?
De los habituales titulares hasta el año pasado, se fueron Komar, Tenaglia y Auzqui. Hay una veintena de nombres que nutren el inventario, entre los que se fueron sin haber sido prioridad o los que siguen y tampoco lo son; también considerando a aquellos que han tenido problemas físicos (Valoyes y Santos) y los que llegaron.
Salvo Garro y Girotti, el resto pareciera necesitar mucho rodaje para acomodarse de manera definitiva. No hay manera de sostener una estructura colectiva si hay muchos fracasos individuales. Todo esto, en plena temporada con un triple frente para atender. O sea, en vez de crecer con respecto a 2021, el diagnóstico dice lo contrario…
En este juego de suma y resta ¿el vestuario asume alguna responsabilidad en el nivel de Talleres? Si el equipo no es capaz de ejecutar la unidad básica del fútbol, como es el pase, ¿hay que apuntarle al técnico, también? ¿tan mecánico es el juego que los futbolistas son conducidos de manera remota? ¿Fassi deberá explicarles a los jugadores que los de Talleres son los que usan camiseta azul y blanca?
Indudablemente, el presidente confía en Ángel Hoyos y ve en él virtudes difíciles de advertir cuando se ve jugar a Talleres. ¿Lo sobreestima? ¿Dispone de los conocimientos y capacidad de liderazgo, para elevar el nivel y lograr un fútbol competitivo? Lo que salta a la vista es que la mejor editorial de un entrenador es el juego del equipo y lo que ofrece hoy la “T” adentro del campo, sólo produce decepción.
Pero a Hoyos lo dejaron solo. A eso, la gente también lo ve.