El paraguayo de Talleres es, posiblemente, el delantero más determinante que hay en el torneo argentino. Si el equipo cordobés está donde está, en gran medida se debe a Ramón. El triunfo 4-1 sobre Atlético Tucumán tuvo su huella, una vez más.
Federico Girotti hizo tres goles para oxigenar el triunfo 4-1 de Talleres contra Atlético Tucumán (al otro lo hizo Matías Galarza) y se ganó una gran ovación cuando salió reemplazado. Pero las palmas más estridentes fueron para Ramón Sosa: el paraguayo no estuvo fino para definir, pero confirmó que su juego es imparable para la mayoría de las defensas. Sobre todo, en estos tiempos en que se marca mal y todo se soluciona agarrando o pegando…
En cada desparramo que fue generando, Talleres encontró el aire para sacar adelante un partido que en un momento se le había oscurecido y se permitió el lujo de sustituirlo cuando quedaba un buen rato de partido. ¿Fue para el aplauso? ¿Era necesario?
En todo caso, una lectura que debemos hacer es cuánto tiene que ver Sosa en los goles del equipo, no solo los de Girotti (y Galarza) ante los tucumanos, sino todos los demás, de los anteriores partidos. Lo que está a la vista es que el desequilibrio que genera es bestial: en el universo de un fútbol trabado, lleno de piernas fuertes y con dificultad en algo básico como el pase ¿qué otro jugador tiene ese “mano a mano” del paraguayo?
Cuando Talleres encuentra la pelota y puede manejarla, Ramón acelerando en profundidad es una consecuencia natural porque el juego que, en un momento determinado, necesita cambio de velocidad: Sosa la ofrece. Si el equipo no tiene lucidez, imaginación o precisión para triangular y abrir a las defensas, la presencia del guaraní es una tentación para cortar camino. Entonces, hay que dársela, porque encara y hace temblar a los defensores.
El tipo tiene algo que parece extinguido: no solo la aceleración, sino el freno. No es solo correr más rápido, porque si las virtudes de su juego se redujeran a que vuela, el fútbol se habría llenado de velocistas que no saben lo que son dos medias atadas… La pausa, hace a Sosa diferente, desequilibrante. Enriquece su panorama para tomar la mejor decisión. Y si bien le está tomando el gustito a enganchar y acomodar el radar para pegarle al arco desde afuera, su mayor capital es la posibilidad de pisar el área con toda naturalidad para elegir: la definición, el centro o el pase – gol.
Por eso, lo mejor que puede hacer Talleres por el propio Talleres, es poner un “9” que sincronice sus movimientos, en velocidad y sentido del tiempo, para estar donde la jugada le reclama cuando Sosa rompe cinturas desde afuera.
Hay otros futbolistas veloces y lanzados a la carrera son importantes. Pero el paraguayo tiene ese recurso que inventa espacios y mejora la perspectiva de todo movimiento ofensivo que necesariamente reclama distintas velocidades para ser efectivo.
Dos tipos audaces
La dinámica de los partidos juega a favor de los que resuelven bien porque piensan mejor. Para resolver bien y pensar mejor, es necesario usar la inteligencia. No solo la destreza o meter un caño que arriesga el balón y no conduce a nada, sino comprender de qué se tratan los desplazamientos, los espacios, el freno, el pase y ese concepto tan complejo, que es defenderse con la pelota. Si Rubén Botta hace lo que hace, es porque comprende (entre otras cosas) el valor de tener a Sosa: juntos diseñan jugadas mentalmente. Ni se hablan.
No siempre sirven los pelotazos largos; tampoco correr siempre hasta el fondo para tirar un centro que nadie buscará… La zurda de Botta tiene el claro que la arquitectura del juego empieza con pasarla bien, a quien corresponde, donde corresponde y cuando corresponde. A esa base, a ese fundamento, Sosa le mete velocidad y pausa para que al gol lo haga cualquiera. Y resulte inevitable.
Ahí está el valor. Cuando Ramón maneje mejor el arte de la definición, Talleres no podrá retenerlo. Mientras tanto, es sano y necesario que Botta no falte en la cancha y el paraguayo nunca deje de mostrarse.