Todo lo que dice o hace Lionel Messi tiene repercusiones. Los medios de comunicación amplifican los efectos de su decisión de ir a jugar a la liga norteamericana y hasta la posibilidad de que no juegue el próximo mundial. ¿Cuánto fútbol le queda para ofrecer?
Pasaron varios días desde que Lionel Messi anunció que se sumaría a la liga norteamericana e insinuó como poco probable que participara del próximo mundial, que se jugará en 2026 en Estados Unidos, México y Canadá. El rosarino no aclaró, explicó ni amplió nada: ¿debe organizar una asamblea para tomar una decisión que tiene que ver exclusivamente con su calidad de vida, personal, profesional y hasta comercial? Claro que no, pero evidentemente, todo lo que dice o hace genera rebotes. Por eso, Messi es tema de interés y lo que flote en su entorno será materia fértil para llenar espacios en los medios de comunicación.
Acá, no se trata de juzgar a Messi: la aclaración es necesaria. Solo él (y su entorno) conoce el tenor de las motivaciones que lo llevaron a decidir cómo quiere vivir el fútbol a sus 36 años, en una liga menos exigente que la francesa (ni hablemos de la inglesa, italiana, alemana o española). Estas líneas tampoco pretenden meterse en la influencia de su familia o de los aspectos legales que están atados a la usina de dinero que genera su sola presencia. Temas de ellos. Lo mismo sobre lo que declaró sobre sus chances de llegar a ser el primer futbolista en estar presente en seis copas del mundo, porque nadie puede entrar en su cabeza.
En ese laberinto, con un razonamiento que tiene coordenadas físicas, deportivas, familiares, legales y comerciales, está claro que si Messi eligió ir a Miami no es porque el sol es más cariñoso o los hinchas tienen mejores canciones. Alguien de su poder y trascendencia, puede lograr que las cosas sucedan y, llegado el caso, acomodar los factores para ser feliz.
Lo que no puede dejar de señalarse es que si Messi dice que “no cree” que pueda llegar al próximo mundial, es porque precisamente quiere jugarlo. Hay toda una industria que se activa si él está y, en contrapartida, se vuelve austera si no figura. Si se levanta cada mañana a entrenar, o soporta patadones que pueden mandarlo a un hospital, no es una cuestión de dinero sino de poder. De objetivos siempre elevados.
La cuestión de fondo es que este Messi, ya campeón del mundo, logró dejar atrás el yugo de la exigencia sin fin y apagó a los cuestionadores crónicos que dinamitaban su vida. Si Lionel no hubiera ganado la Copa en Qatar ¿qué estaríamos diciendo ahora, sobre sus dudas rumbo a 2026? No sabemos si le importa mucho, porque ya está curado de espanto. Pero evidentemente, nos arrogamos la facultad de exigirle hasta la última gota de su magia para hacernos felices.
Dicho de otro modo: pocas cosas, como él, nos hacen ver de cerca la felicidad… Con Messi ahí, aprendimos a salir adelante, a creer en los triunfos, a construir héroes de bajo perfil (como él), a tener esperanza, a no rendirnos, a respetar el talento, a que “nada es imposible”, como reza la marca que lo tiene como estandarte.
Lo único que Messi no ha logrado modificar es el tiempo. Él, como duende potrero que es, sabe perfectamente que lo peor que le puede pasar a un jugador de jerarquía es llegar tarde, porque si llega tarde es el fin. Si a los 20 años era capaz de pasar defensores y dejarlos como postes, hoy la relación de velocidad, tiempo y espacio es diferente. Ganó en liderazgo, mantiene intacta la rebeldía y casi no comete errores, pero el almanaque no perdona nadie.
Si Messi quiere jugar el próximo mundial, no es necesario que lo diga. Si prefiere jugar un torneo que no tiene histeria, donde tendrá más tiempo para decidir (y disfrutar), es asunto de él. Lo que sabemos es que el primero que no se perdonará entrar a una cancha a arrastrar las piernas, o a elegir en qué pelota involucrarse, es el propio Lionel: a esa bestia rompe-récords, que nunca habla de más y hace cosas conmovedoras con la pelota, lo pusimos allá arriba, bien arriba, a cargo de nuestra alegría cotidiana. Es hora de devolverle la llave, aunque íntimamente sigamos pensando que Messi no tiene derechos sino obligaciones.