La eliminación dejó muchas sensaciones en el mapa futbolero de Córdoba porque logró incomodar a River y si bien quedó fuera del cuadro semifinal del torneo, cerró el año con saldo positivo. Aprendizaje puro.
En algunos aspectos (no en todos), el fútbol argentino presenta una cierta paridad que logra acortar las distancias entre equipos que tienen diferente poderío y expectativas. Es relativa, por supuesto, y no puede sostenerse mucho en el tiempo porque responde a determinados factores que derivan hacia partidos cerrados, como el reciente Belgrano – River, que se definió casi en la última pelota.
Por su vergüenza deportiva, el espíritu de lucha y determinados perfiles de su juego, Belgrano dejó flotando la sensación de que mereció, por lo menos, abrazarse a la posibilidad niveladora de los penales. Incluso, tuvo la capacidad de generar las mejores aproximaciones de gol. Pero River es River e hizo lo que se sabía que podía hacer: desde la calidad individual y la riqueza técnica colectiva, encontró tiempo y espacio en una pelota que pudo ser una más, la mandó adentro del arco de Nahuel Losada y modificó la ecuación para dejarla 2-1.
Lo primero que hay que decir es que no Belgrano estuvo a la altura en el mano a mano con el que resultó ser el mejor equipo del año. Cerró 2023 pleno de consolidación y crecimiento, hecho que se refrenda en los números: no olvidemos que hace un año, su escenario era otro y transitó la reinserción en la primera división con un proyecto que merece algunas revisiones en los criterios para armar el plantel, pero que en materia de estadísticas es irrefutable. Se salvó del descenso con comodidad, clasificó a la Copa Sudamericana y avanzó a la segunda ronda del campeonato, para dejar esos rubros con mayúsculas en la valoración general.
Incomodar a River
A resultado visto, somos todos sabios…. ¿Pudo jugar diferente? Lo que Belgrano propuso fue una idea de características utilitarias, que le permitió sentirse cómodo desde sus fortalezas. Evitó meterse en el laberinto del medio, donde hubiera quedado expuesto a sus limitaciones, y se movió con juego directo, saltando la zona de elaboración, para generar envíos largos que buscaron a Passerini y Jara. Fue un acierto pensar el partido así: Belgrano no necesitó controlar espacios en particular, ni manejar la pelota. Le alcanzó con la reacción a partir de la recuperación: los dos 9 jugaron un partidazo y metieron más de un susto al fondo de River.
Al equipo le faltaron variantes y sorpresa, es cierto: salvo Barinaga y por momentos el Caco García, casi nunca apareció alguien desprendido desde atrás y los centrodelanteros quedaron aislados para luchar mano a mano contra toda la defensa.
River estuvo incómodo. Mostró circulación fluida, las posiciones flexibles de De La Cruz, Barco y Nacho Fernández, y dos laterales (Simón y Díaz) convertidos en delanteros. Belgrano lo esperó bien, sin desarmarse, juntando líneas y cerrando grietas. ¿Facilidades? Solo tuvo en algunos minutos posteriores al 1-0 de Rondón, porque aparecieron espacios y el panorama cambió. Pero el empate 1-1 de Passerini (gran centro de Lencioni) acomodó las piezas.
Lo que imaginó para el final Guillermo Farré con los cambios, no llegó a tomar forma: salieron dos jugadores cansados y de aporte intermitente, como García (poco pero valioso) y Esteban Rolón (no rinde como 5 disperso y volvió a ser reemplazado). Ariel Rojas y Matías Marín entraron para robustecer la prioridad de defender en posesión de la pelota, pero River, más entero físicamente y lúcido para pensar, encontró las condiciones para aprovechar las brechas que empezaron a ser profundas: Marín no supo aguantarla en una salida, la jugada evolucionó, se encontraron Barco y Enzo Díaz en velocidad, centro quirúrgico y Colidio puso el 2-1. Telón lento y piadoso, más allá del VAR y las eternas discusiones.
La valoración final
El desencanto por la derrota digna no debe moderar el título mayor: fue un año de consolidación y crecimiento para Belgrano. A nivel institucional se lo ve fortalecido y caminando sin quemar etapas hacia la instancia en la que podrá aspirar a objetivos más elevados. Para certificarlo, es indudable que necesita revisar los criterios con los que arma su plantel porque toca su techo demasiado pronto (y bajo). Nadie discute su sangre caliente ni subestima lo que ha logrado con poco, pero para evolucionar es necesario una autocrítica. Tuvo varias derrotas (Tigre y Racing fueron las últimas) que lo desnudaron con una precariedad de juego alarmante, que se explica en la discreta calidad de los jugadores que tiene, y las herramientas que administra el entrenador sin solucionar los problemas.
Si la mayoría de los refuerzos está afuera de la cancha y cuando esos muchachos entran no son influyentes, algo está mal. El gran año de Nahuel Losada y Lucas Passerini, en una columna que debe contemplar también a Santi Longo y Ulises Sánchez, ayuda a contextualizar que lo bueno fue muy bueno. El contrapeso es que afuera estuvieron o terminaron casi siempre los que llegaron para reforzar (Matías Marín, Lautaro Pastrán, Nicolás Schiappacasse, Erik Godoy, Lucas Diarte, Pablo Chavarría y Esteban Rolón) es una señal de alerta que vale la pena tener presente, porque ninguno de ellos logró ser titular indiscutido ni elevar la vara.