Argentina ganó la Copa América con varios puntos altos en el rendimiento, pero sin la presencia determinante de Lionel: el capitán estaba jugando (otra vez) de manera discreta y salió lesionado, envuelto en lágrimas de dolor e impotencia.
Argentina celebra una nueva Copa América aferrada a algunos atributos y credenciales que la pusieron por encima de todos y desactivaron, en último término, a una Colombia que llegaba con viento a favor y terminó resignada, sin respuestas.
Sin enamorar en el juego, pero dejando en claro que fue el mejor, el equipo de Lionel Scaloni reforzó una verdad construida con mucha paciencia: es muy difícil ganarle y siempre se las ingenia para meter algún gol. En la final, Argentina debió ganar en el tiempo regular, pero la luz apareció en el tiempo suplementario.
¿Cómo lo hizo? Al podio van la figura monumental del Dibu Martínez y los marcadores centrales, Cuti Romero y Lisandro Martínez. También se destacaron los laterales Gonzalo Montiel y Nicolás Tagliafico; el segundo tiempo de Rodrigo De Paul, el esfuerzo de Julián Álvarez y los chispazos de Ángel Di María… Y, por supuesto, la asociación en el gol de tres que entraron como reemplazos, Leandro Paredes, Gío Lo Celso y Lautaro Martínez, por la recuperación, aceleración, pase clarificador y acierto en la definición.
¿Y el 10?
¡Qué raro es omitir la figura de Lionel Messi, quien tuvo una Copa América discretísima y hasta desperdició un penal (contra Ecuador)! ¿Qué le pasó? Su sola presencia dispara reacciones por todos lados y de todo tipo. Así como su nombre, desde hace muchos años, es capaz de vender perfumes, botines, zapatos, servicios turísticos y hasta espuma de afeitar, tenerlo adentro de la cancha es un elemento revolucionario que ningún adversario ignora. Mete miedo, porque lleva 18 años de romper cinturas y jugar desafiando la física.
El tema es cuál versión de Messi fue a la Copa América, considerando factores físicos, emocionales, futbolísticos y motivacionales. Lionel quiere ganar hasta en esa pelota imaginaria que se le cruza por la cabeza cuando quiere dormir y sabe que debe ser gol. O será pesadilla.
Pero si llega tarde a una triangulación, o si la sexta marcha no aparece y en quinta no le alcanza para esquivar los guadañazos; o si demora un pase, pierde la pelota y su influencia en el juego de la selección no es la misma, estamos en presencia de otro Messi, definitivamente.
Con toda su calidad e inteligencia, tal vez sus lágrimas hayan tenido que ver con eso: salir de la cancha así, arrastrando una pierna y sin haber podido ser determinante, como otras tantas veces, es algo que nunca va a aceptar porque ese combustible, de siempre ir por más, es el que talló su personalidad.
Su llanto, de hombre hermosamente niño, nos conmovió. El muchacho que ganó todo, que tiene dinero para salvar a varias generaciones, que cosechó gloria indeleble y es considerado el mejor del mundo, no soportó su condición humana: dejó el escenario bañado en aplausos, con el tobillo convertido en piñata, sin haber generado jugadas decisivas…
Curiosamente, frente a Colombia, lo mejor de Argentina en ataque llegó cuando salió Lionel. El ingreso de Nicolás González reseteó los movimientos del equipo y le dio más explosión a la búsqueda del área desde un costado: Argentina se abrió a explorar otra manera de atacar y redescubrió los laterales, con Tagliafico y el propio Nico ganando por la izquierda y Di María haciéndose fuerte por la derecha, con las llegadas de Nahuel Molina que rara vez fueron aprovechadas.
La salida de Messi rompió el modelo estricto para diseñar los ataques. Ya sin la “obligación” de pasarle siempre la pelota a él, los espacios fueron otros y algunas ideas colectivas germinaron desarmando a la Colombia pituca para convertirla en una fuerza de resistencia.
¿El Messi que vimos es el que nos queda para disfrutar? ¿Puede acercarse a su mejor versión, pensando en el Mundial? Sin el mano a mano imparable de otros tiempos ¿Messi es Messi?
Tenerlo siempre será fundamental e influirá sobre los adversarios, más allá de que la energía que lo mueve a los 37 años nunca será la misma que la de hace 15 años, cuando no había manera de detenerlo. Tal vez, llegó el momento en que el equipo deba contener el crack y cuidarlo mejor: jugar con otro reparto de responsabilidades, sin exigirle que resuelva todo, liberándolo de la gestión de cada intento ofensivo para que elija dónde, cuándo y cómo participar.
Sabemos que es difícil, inicialmente, porque el propio Lionel es quien eleva la vara porque ha vivido en un mundo de exigencia absoluta y no se perdonaría jugar a GNC. Lo que tenga para ofrecer será oro. Cada pausa, cada freno, cada tiro libre, cada marca que arrastre, cada pase geométrico que ponga a un compañero en ventaja, serán rasgos distintivos de un fuera de serie que no se perdona salir de la cancha lesionado, cuando adentro el partido hierve y él quiere poner su zurda a disposición.