Los triunfos de Instituto, Belgrano y Racing fueron la contracara de la dura derrota de Talleres contra Vélez (3-0). No solo por la goleada, sino porque dejó una imagen muy pálida a nivel de funcionamiento y desperdició la oportunidad de quedar como único puntero.
La fecha del fútbol profesional dejó un saldo fuerte en situaciones emotivas para los que ganaron y de profunda preocupación para Talleres, el único de los capitalinos que fue aplazado. Así como los triunfos de Instituto (3-1 a Independiente), Belgrano (2-1 a Riestra) y Racing (1-0 a Patronato) complacieron las expectativas de los hinchas, lo que le pasó a la “T” fue un mazazo demoledor. No solo por la derrota 3-0 contra Vélez, sino por lo mal que jugó, la manera en que fue superado y la llamativa distancia en el marcador.
En los triunfos y en las derrotas ¿es importante jugar bien? Instituto lo hizo para sorprender el Rojo y lo desarmó a fuerza de goles; Belgrano sacó pecho encontrando respuestas anímicas y futbolísticas para superar 2-1 a esa máquina de bloquear que es Riestra; y Racing, en su contexto de la B Nacional, sacó adelante un partido durísimo contra Patronato para sumar puntos que sinceran su escapada desde el fondo para ilusionarse con pelear arriba.
Estados de crisis
El fútbol de estos tiempos, tan sometido al rigor de los números, nos inunda con caníbales que aplauden los triunfos “sin importar cómo se lograron”, subestimando los caminos elegidos para alcanzar un objetivo. Pero reconfiguran el radar y lo acomodan cuando hay una derrota que marca la cancha: entonces, jugar bien sí importa y son severos cuestionadores de los procesos porque las derrotas provocan estados de crisis.
Cuando un resultado no tiene la capacidad de disimular el desnudo conceptual, hay que hacerse cargo de las cosas mal hechas. Talleres pudo perder contra ese buen equipo que es Vélez, pero no así, tan lejos de su idea madre, con rendimientos muy bajos y múltiples inconvenientes de funcionamiento. Ganar suponía para la “T” quedar como líder solitario, pero falló de una forma que hizo ruido. Si llama la atención el 3-0, más lo hizo tanta fragilidad colectiva y la ausencia de respuestas individuales para rescatarlo del fracaso.
Desde siempre, en barrio Jardín se sacó pecho ante un precepto innegociable: lo importante es la calidad del jugador. Su marketing nunca funcionó con sudor y gestiones épicas. La táctica y las prestaciones físicas siempre son valiosas, pero jamás por encima de un futbolista y su relación con la pelota.
Contra Vélez, el entrenador Walter Ribonetto confirmó que viene con la brújula extraviada: los problemas habituales gozaron de buena salud y aquellas soluciones necesarias se convirtieron en un problema. Es decir, la fragilidad defensiva no es puro cuento. Talleres retrocedió muy mal contra Vélez, marcó en línea y jamás pudo compensar los espacios anchos que abrieron caminos hacia Guido Herrera.
Otras veces, el equipo se dejó ver flojito de papeles atrás, pero se defendió desde la entidad de su mediocampo para manejar la pelota y estimulando un fútbol agresivo arriba, cosa que en el Amalfitani no ocurrió, ni por asomo.
Los hechos ratificaron que se deben respetar algunas funciones básicas para salir del caos sin caos. Pero si los espacios amplios que aparecieron condenaron a Catalán y Suárez para coordinar el rearmado defensivo; si Benavídez va bien pero no hay socios arriba para inventar algo; si Ortegoza tuvo más tiempo la pelota que Botta. O si Portillo llegó tarde a los cruces y cometió una decena de infracciones; o si Girotti corrió mil kilómetros, pero tocó tres pelotas en todo el partido. O bien si Alejandro Martínez no considera prioridad dar un pase y Bruno Barticciotto gasta su crédito ofreciendo esfuerzo, pero pocas soluciones… Si todo eso pasa, es porque Talleres perdió contra el propio Talleres, no solo frente a Vélez. ¿Sebastián Palacios? Ribonetto dijo que estaba solo para 20 minutos… Y siguen sin destacarse Galarza, Portilla, Navarro, Riveros…
El partido que debió ganar, encontró a Talleres indefenso de ideas, partido en sus estructuras. Disperso para imaginar una contestación futbolística, más allá de algunos momentos de resistencia (y vergüenza deportiva). No tuvo el fútbol que tantas veces le permitió responder cuando era superado.
No es una cuestión de estadísticas. La derrota fue un impacto muy áspero, pero más duro fue la manera en que terminó expuesto, vacío de ideas, resignado a que el partido que pudo significar su proyección hacia arriba terminó siendo un golpe difícil de asimilar.