Belgrano eligió el camino más difícil

Jugó más de una hora con un jugador de más y jamás pudo comprometer a Paranaense. Perdió 2-0 en el Kempes y quedó eliminado, con un global de 1-4. Repitió errores y mostró limitaciones alarmantes en su juego. La gente valoró el esfuerzo y se resignó a aplaudir eso.

A veces pareciera que la vida inspira ilusiones y esperanzas, solo para poder quitarlas después… Belgrano, el de los milagros y el corazón en la mano, se despidió de la Copa Sudamericana con un aprendizaje que deberá asimilar para crecer y seguir adelante. A menos que sus referentes esquiven la autocrítica y todo merezca aplausos.

El Kempes repleto fue testigo de la derrota y despedida, consecuencias de las limitaciones que se expusieron cuando debió ir por más y solo pudo ofrecer esfuerzo, vergüenza deportiva, músculos hirviendo… pero absolutamente nada de ideas para jugar al fútbol.

Si Paranaense tenía méritos apoyado en la jerarquía de sus hombres y la pericia para manejar los climas, todo lo que hizo Belgrano fue simplificar ese trabajo y entrar, uno tras otro, en laberintos de los que solo se podía salir con lucidez: por supuesto que no la tuvo. Porque uno de los hechos determinantes del partido fue la expulsión de un defensor de Paranaense (Esquivel), a los 20 minutos de juego. Disponer de un hombre de más el 80% del tiempo significó una ventaja que terminó siendo imperceptible, porque nunca quedó en claro qué hombre extra tenía la “B”. ¿Cuál fue? ¿quién? ¿en qué se notó?

Peor aún: la desventaja numérica comprimió al equipo de Brasil contra su arquero, achicando las calles internas por las que pudieran entrar los cordobeses. Esa condición fue clave: Belgrano jamás desarrolló una sola idea para desactivar el cerrojo defensivo. Chocó mil veces yendo de frente y disparó decenas de centros desde el apuro y al voleo.

El problema mayor

Lo que para cualquier equipo es el botín más preciado, para Belgrano fue y es un problema: la pelota. Sintió menos pudor en Brasil arrancando cerca de su arco. En el Kempes, manejarla, tomar decisiones y tener la iniciativa, sobre todo después del 1-0, lo metió en un terreno en el que jamás se sintió cómodo. Sin líderes en el juego, sin línea de pase hacia adelante, sin armadores, sin movilidad, sin elaboración ni manejo de las velocidades, lo que hizo fue entretenerse en un manoseo estéril del balón a 70 metros del arco de Paranaense, en toqueteos imprudentes entre Troilo, Delgado, Moreno y Chicco, para inexorablemente poner todas las fichas de ataque sobre un sobredimensionado Juan Barinaga. Atacaba el colorado y tres hombres rojinegros le cerraban el paso… ¿Plan B? Ninguno, porque del otro lado, Velázquez nunca encontró un socio para descargar y sus caminos rápidamente se cerraron.

La historia de los mil centros no es un cuento: fue la realidad. Entre Barinaga y Velázquez, tiraron decenas de pelotazos que fueron a la cabeza de los centrales de Paranaense, mientras Jara y Chavarría marcaban pases que nunca les llegaron. Una cosa es tirar centros porque se trabaja esa forma de jugar y otra es tirarlos por desesperación.

La presencia del Uvita Fernández y Matías Suarez influyó más en la planilla demográfica del área que en la generación de oportunidades: los envíos aéreos se repitieron hasta el final, sin que los hombres de camiseta celeste hubieran podido provocar alguna grieta para entrar.

Proteger a los chicos

El entrenador Juan Cruz Real no se movió de la idea de jugar como lo hace habitualmente: el reparto de puestos y funciones (líbero y doble stopper; dos laterales volantes; doble cinco… ) volvió a implicar muchos espacios atrás. Desde ahí empieza a explicarse la derrota: Belgrano se dejó ver como un equipo de salida lenta y previsible, con demasiado terreno en las bandas para Barinaga y Velázquez, juego interior débil, ausencia de un mapa de movimientos orgánicos delante de Quignón… Sin evolución en lo colectivo, con Rolón corriendo mucho, pero sin integrarse y González Metilli sin influir en el juego, todas las expectativas ofensivas recayeron en Barinaga. Como siempre…

No parece comprender Real que ese sistema lejos de contener a los novatos (Moreno, Toilo y Meriano) lo que hace es generar un efecto inverso y los expone. Cuando eso pasa, se equivocan y los errores disparan goles para los rivales. Protegerlos no radica en darles la responsabilidad para que hagan cosas que no saben o que les corresponden a otros. Si a eso le sumamos que el equipo no tiene movilidad ni ofertas de juego asociado, pasa lo que pasa: la pelota quema y ¿quién se hace cargo?

Preguntas que quedaron flotando en el Kempes: ¿amontonar delanteros es la solución? ¿por qué Reyna jugó algunos partidos de lateral volante cuando es un muy buen extremo? ¿por qué el Uvita Fernández arranca como mediapunta externo cuando es un excelente falso 9? ¿Matías Suárez está para cabecear centros o puede aportar en otra función más cerebral?

La eliminación de Belgrano no fue de una gravedad extrema, porque está en un proceso de crecimiento. Las luces en rojo se encendieron cuando, una vez más, se resignó a jugar como un equipo descompensado, con las responsabilidades mal repartidas renunciando a la unidad básica del juego, que es el pase. Alguien debe intentar una mirada interior para evolucionar.