La salida del entrenador de Talleres y los cuestionamientos que se intensifican sobre el DT de Belgrano, confirmaron que ciertas circunstancias igualan para abajo. Los dos cumplieron determinados objetivos a fuerza de puntos, pero el bajo nivel de juego consumió el crédito que tenía uno y tiene en jaque al otro.
Más allá de las habilidades discursivas, la mejor editorial de los entrenadores no es la que se construye con conos y planillas, ni tampoco con fluidez ante los micrófonos: lo que se ve en la cancha es lo que habla por ellos. Talleres y Belgrano cosecharon una cantidad de puntos que los acercaron a los objetivos trazados, pero no alcanzaron para moderar la insatisfacción generada por el bajo nivel de juego que repercutió en un recorte de las expectativas.
Llegaron alto, es cierto, pero estaba todo dado para que subieran más peldaños en la escalera de la consolidación. La discreción del fútbol argentino les dio oportunidades a los dos: la “T” celebra haber entrado a la Copa Libertadores, pero bajó muchísimo su nivel en los últimos meses y quedó muy relegado en la Copa de la Liga; la “B” se olvidó del descenso hace rato, se metió en la Sudamericana y en las instancias finales del torneo local, pero su fútbol precario es un problema que sitúa a Guillermo Farré en una situación muy incómoda.
Hasta siempre “Cobija”
Javier Gandolfi asumió en Talleres en una contingencia. En el corto plazo, maduró como conductor de grupo y dejó de ser interino para graduarse como efectivo cuando aprobó un examen muy difícil: con los mismos jugadores que antes habían fracasado Guillermo Hoyos y Pedro Caixinha, él logró un Talleres competitivo, capaz de ganar en todos lados, potenciar jugadores e incluso, a veces, enamorar a los hinchas.
Sin embargo, las energías fueron consumidas por un equipo que fue perdiendo la brújula y “Cobija” no pudo recuperar. Los puntos del pasado reciente fueron un plazo fijo que permitió amortizar el flojo presente y sostener al equipo como el segundo mejor de la temporada, atrás de River.
Las puertas se cerraron para el entrenador santafesino, sin más miramientos que el respeto de algunas formalidades que Andrés Fassi, el presidente, maneja a la perfección. Cero escándalo y “muchas gracias”. En todo caso, si hay “trapitos para lavar”, se hará en un marco privado. La realidad es que la tribuna ya le había perdido la paciencia a Javier por lo que se veía en la cancha: con un plantel muy debilitado tras la ida de Santos y Valoyes y sin contrataciones de buen nivel, Talleres bajó el rendimiento…
“Cobija” tuvo que ver en eso, incluso desde su condición de sometido a la línea de decisiones que él no diseñó y que, por ejemplo, lo condenó a perder jugadores indispensables para aceptar a cambio muchachos que no estuvieron a la altura de los emigrados. A la hora del fútbol, nunca pudo solucionar los problemas de fondo en el funcionamiento del equipo y cometió muchos errores en el arte de manejar las sustituciones durante los partidos.
Alberdi, tierra que hierve
La revolución afectiva que pone en movimiento ese fenómeno social y popular que es Belgrano, suele encontrarse con unos paredones enormes que se convierten en un desafío a la fe: ¿cuántas derrotas como la sufrida ante Racing (1-4), jugando muy mal y sin reacción ni vergüenza deportiva, es posible de tolerar para la gente que ama al club? En Alberdi hay una capacidad química que hace cáscara la tristeza profunda, reinventa la confianza (adentro y afuera), curte la piel y fabrica revanchas para seguir amando. Pero, que se sepa, no está prohibido que el equipo juegue bien… ¿o no?
En esa resignación cultural, la baja exigencia del público terminó siendo cómplice en algún sentido porque de tanto considerar legítimo ganar “de cualquier manera”, al final Belgrano hizo piel esa ley y la ecuación empezó a cerrar: no importaba jugar mal sino ganar, como si una cosa fuera indiferente a la otra. Ya lo sabemos: eso tiene (y tuvo) patas cortas.
Los puntos desactivaron en algún momento la ilusión de la gente de ver a Belgrano jugando mejor. O que, al menos, fuera capaz de dar dos pases bien y desarrollara fortalezas de concepto: eso no ocurrió ni ocurre. No se trata de invalidar lo que se hizo, ni subestimar las clasificaciones: se trata de una simple valoración. La evolución se escribe con juego, con precisión, con nivel en el manejo de la pelota. ¿Cómo se puede crecer si no hay líderes futbolísticos, ni una línea definida para administrar los climas de los partidos? Porque, que quede claro: correr, corren todos. La cuestión es darle un sentido táctico al esfuerzo para ganar lo que se debe ganar con inteligencia, con recursos… Y fútbol.
Guillermo Farré parece tener un diagnóstico diferente, evidentemente. Pone e insiste formaciones que no dan el nivel, aunque en esto cualquier cosa puede pasar. Sus decisiones lo reflejan. ¿Tiene variantes? Poquísimas… ¿Los refuerzos son tales? Absolutamente no. ¿Qué potencial tiene su plantel? Cri cri… A Belgrano no le sobra nada y Guillermo no se ha mostrado sensible para internalizar que su equipo viene jugando mal hace rato. La goleada ante Racing (y antes frente a Tigre) simplemente lo confirma.
A la par
¿Qué hace que el ciclo de un entrenador se cumpla? Lo más sencillo es señalar la fecha de vencimiento de un contrato, pero hay otros síntomas que testimonian que un proceso se agotó. ¿Cuáles? Los “chispazos” en el vestuario, la falta de empatía entre el entrenador y los jugadores, cierta tensión con los referentes, el bajo nivel de juego, errores en el diseño de las tácticas y, en el caso de barrio Jardín y Alberdi, haber armado planteles con muy pocos jugadores con jerarquía de primera…
Lo mejor que pudieron hacer Gandolfi y Farré fue liderar gestiones que fueron exitosas, pero que cayeron en escenario más difícil para ellos: dejaron de inspirar confianza. Aunque claro, es fútbol. Belgrano y su entrenador tienen una nueva oportunidad para ponerse de pie y escribir la historia haciendo mejor letra.