El actual entrenador fue otro caso de “provisorio para siempre”, a partir de la recuperación que mostró Talleres luego de las gestiones de Guillermo Hoyos y Pedro Caixinha. Al final, la solución ¿estaba en casa?
En el vidrioso mundo del resultadismo en el que vivimos, Javier Gandolfi puede merecer el rótulo de líder silencioso, que movió lo necesario dentro de la ingeniería mental de Talleres para hacer que despertara; o bien, ser condenado porque está “verde”, luce perdido al costado del campo, mira mucho pero no grita ni patea botellas para “motivar” a los jugadores. ¿La diferencia? Simple: que la “T” gane. Los goles y los triunfos editan los discursos porque el fútbol, lo tenemos claro, es el arte de los sabios con el diario del lunes en la mano.
Lo primero que logró Javier es salir de lo provisorio para ser definitivo, a partir de un hecho clarísimo: Talleres dejó de llegar tarde donde nunca pasaba nada (síntoma inequívoco de los ciclos terminados) y pasó a organizarse un poco mejor. No es que ahora es un equipo temible, pero ganó más que lo que perdió, con un nivel superior al que sus muchachos traían en las calificaciones con los técnicos anteriores. ¿Milagro? ¿Qué tanto cambiaron las cosas con Gandolfi?
Cuando le tocó poner la cara, Javier se guardó las declaraciones para el ámbito privado y no se conoció qué pensaba de la tarea de recuperar a jugadores que habían participado del fracaso de Guillermo Hoyos y fueron claves en el naufragio de Pedro Caixinha. Lo sabemos: a Hoyitos, el jurado albiazul le demoró el pulgar abajo porque llegó casi sobre el comienzo del campeonato, con una plantilla diezmada que necesitaba chapa y pintura. Cuando el equipo no iba para adelante ni para atrás, Andrés Fassi le soltó la mano y que pase el que sigue…
A Pedro, la Libertadores le sirvió de crédito a sola firma para ir pateando las deudas, pero terminada la ilusión copera, los sueños mutaron en pesadilla. Alguien encendió la luz y quedó expuesto el Talleres demacrado, que se movía como un fantasma en la competencia local.
Pero asumió el señor Cobija y algo pasó, porque Talleres juega mejor y hasta se acordó de ganar. Con los resultados a la vista, la tribuna encuentra algunas interpretaciones que vale la pena repasar: “ahora, el mensaje del técnico les llega a los jugadores”. O “los motivó y les dio confianza”. No descartemos “los jugadores estaban incómodos con …. (completar a voluntad).
El refuerzo más importante
La realidad es que Javier Gandolfi no metió ninguna revolución. Guido Herrera, más cuatro en el fondo, marca en zona, con dos laterales – delanteros; dos volantes en una primera línea, con Rodrigo Villagra indispensable; tres mediapuntas de alta rotación y un punta por ahora sin identidad. Hubo progresos individuales notables, también confirmaciones y recuperaciones llamativas.
En el combo, que va desde la consolidación de Matías Catalán, la levantada de Gastón Benavídez y la revelación de Rodrigo Garro, quedan grises en varios aspectos, como en torno al “9”, por las lesiones de los prioritarios Federico Girotti y Michael Santos. Sin embargo, los problemas con Gandolfi tienen solución y no se trata de magia: definitivamente, la llave de todas las soluciones está en manos de los jugadores. A veces logra ser un equipo corto; suele diseñar bien los circuitos de pase con Villagra y Garro; y trata de poner mano a mano a Godoy y Valoyes.
Este Talleres, con modificaciones que son menores en comparación a las gestiones de Hoyos y Caixinha, tiene un poco mejor ordenadas las ideas y entiende, por ejemplo, que siempre hay que ganar, pero no se rifa cada vez que ataca. Por previsible no deja de ser un equipo que va al frente. Para seguir esa línea editorial y dentro de las limitaciones porque jugadores de nivel no le sobran, se presenta a los partidos con un par de fortalezas: ahora corren todos, hay un concepto más arraigado de la solidaridad y la responsabilidad, que les permite a los del medio disponer de un panorama más amigable para detectar a quién pasarle la pelota.
No es responsabilidad de Gandolfi que varios de los jugadores (entre los contratados y los que estaban) sigan sin ser y sentirse importantes: Christian Oliva, Francisco Pizzini, Alan Franco, Diego Ortegoza, Lucas Suárez, Julián Malatini, Ángelo Martino, Favio Álvarez, un poco menos Julio Buffarini… También es evidente que el nivel que hoy tienen Héctor Fértoli, Rafa Pérez y Enzo Díaz, es muy diferente al de años anteriores.
¿Entonces? El Talleres de Gandolfi habla en la cancha. Tiene una fisonomía parecida a los anteriores, pero con nafta más energética y no es solo un hecho espiritual: son los jugadores ¿mejor orientados y con una empatía más ajustada? los que han generado esta reacción. Ahí abajo, donde se escribe la única verdad, al equipo no le sobra nada y llegará con el aire justo a fin de año.
Mientras tanto, Gandolfi terminó siendo el refuerzo más importante del semestre. Estaba ahí, invisible casi, hasta que la realidad lo sacó de la condición de tapado para entregarle la responsabilidad de hacer que los jugadores volvieran a tener objetivos comunes.