El bajo nivel de Belgrano, los triunfos dispersos y los objetivos cada vez más austeros, marcaron el final del proceso del entrenador. La misma gente que lo ama le hizo saber que el crédito se había agotado. Aquella matemática que antes lo sostuvo, ahora lo condenó.
Una de las informaciones que mayor rebote generó en la última semana fue la desvinculación de Guillermo Farré como entrenador de Belgrano, poniendo punto final a un largo proceso que se estiró en el tiempo consumiendo un fiado en confianza, para llegar a una decisión que se demoró en cristalizarse.
Los contratos deben cumplirse. Eso no se discute y hace a la institucionalidad del funcionamiento de los clubes profesionales y serios. Aunque, a la luz del nivel que mostró Belgrano en los últimos meses, cabe reeditar una pregunta que nos hacíamos en este mismo espacio, hace unas semanas: ¿qué determina el final de un ciclo? ¿qué debe ocurrir? ¿tiene que ver con la fecha de vencimiento del papel que se firma o la “banca” depende pura y exclusivamente de los objetivos? Si fuera así ¿para qué se hacen los contratos a fecha?
La consideración de todos los factores que fueron llevando a Belgrano a la situación actual, se prestó para que Guillermo Farré agotara el crédito y un poco más… Con muy pocos puntos, expuesto a un fútbol famélico y con un plantel que generó algunas tibias respuestas más anímicas que futbolísticas, la “B” no logró despegar ni mejorar.
En algún momento, el respeto hacia el trabajo de Guillermo fue incondicional entre los dirigentes y mucho más en la tribuna, pero desde hacía rato el murmullo de la gente dejó que había perdido la brújula. O sus decisiones, a partir de los recursos y conocimientos, ya no eran suficientes para enderezar a un equipo que repitió errores, no logró disimular sus limitaciones y hoy es uno de los peores del torneo.
La mejor editorial
No hay editorial más rigurosa para reflejar el pensamiento de un entrenador, que el comportamiento de un equipo en el campo. Allí, las palabras tienen un valor relativo. Que un técnico hable lindo, tenga cinco drones y llene la cancha de cintas y conitos, es parte del nuevo escenario en el que algunos aprovechan para impresionar. Pero nada es más gráfico, contundente y creíble, que ver a los jugadores en la cancha dándole forma a lo que se entrena y se predica. Entonces, si el equipo no daba dos pases, tenía problemas de coordinación, la quemaba la pelota, fallaba en la elaboración y jugaba sin imaginación tirando pelotazos al 9 ¿Qué valoración se hacía puertas adentro? ¿Qué le permitía al cuerpo técnico interpretar que estaban en el rumbo correcto?
Cuando los resultados fueron satisfactorios hace un año, con goles y triunfos que no necesariamente se ajustaron a un buen nivel de juego, a Farré lo sostuvo la misma matemática que ahora lo condenó sin atenuantes. Si el año pasado el equipo ganaba y no era necesario revisar cómo se jugaba, ahora el juicio llegó al mismo laberinto: rendirnos ante la precariedad de que “solo importa ganar y no importa cómo” tiene una nueva página, que nadie en Belgrano podrá cuestionar o desmentir. Solo el resultado como consecuencia del proceso permite crecer y aspirar a objetivos elevados. Siguiendo esa línea de razonamiento, quedó a la vista que lo que le pasó a Belgrano fue la sumatoria de cosas, ya sin resultados, para ir directo contra un paredón.
O sea, este Belgrano austero es, en gran medida, indefendible. Si después de una larga cadena de partidos malos, con apenas un triunfo en varios meses, perdiendo en todos lados y con actuaciones individuales que dinamitaron lo colectivo, Farré declaraba que solo era necesario un triunfo para mejorar, o que el único déficit era la falta de intensidad, es evidente que la lectura y el diagnóstico que hizo no coincidió con la gravedad de la situación. En todo caso, públicamente eligió palabras diferentes a las que retumbaban en su corazón y quedaron en la intimidad. En la cancha, los jugadores que eligió, y la manera de organizarlos, lo expusieron y quedó solo.
Fortalezas y debilidades
Esto no es para medirlo en términos de amores epidérmicos, sino para enmarcarlo en la realidad de un equipo que anda muy mal en el torneo local y, encima, va a jugar la Copa Sudamericana. La gestión de Guillermo Farré dejó recuerdos de muy buenos momentos, pero sus decisiones en el diseño del equipo fueron limando posibilidades: las fortalezas se debilitaron al extremo y se multiplicaron las debilidades. Eso no invalida la consideración del público hacia el Farré ex futbolista y el Farré entrenador, como concepto macro.
Pero la sucesión de derrotas, con un bajísimo nivel de juego, construyó una imagen que en Alberdi duele hasta el alma: la de un equipo vacío, con titulares aturdidos y un banco de suplentes demasiado modesto para el nivel de necesidades.
Hoy, la dinámica de los campeonatos nos pasa por arriba y hay que salir a la cancha rápido. La tribuna ya había dado su veredicto hacía rato: demoró la reprobación a Guillermo Farré por una cuestión de pudor hacia el ídolo, por respeto hacia la persona y la buena memoria por el camino compartido. Pero ya no había abogados en la tribuna que se animaran a defenderlo.