Es lo que hay

Así como Talleres dejó pasar la posibilidad de sincerar su presencia entre los primeros, a Instituto se le escapó la chance de meter un triunfo sanador para confirmar su crecimiento y configurar sus expectativas más arriba que la mitad de la tabla. Fue empate 1 a 1 y nada más.

Talleres e Instituto diagnosticaron fielmente lo que es hoy el fútbol argentino, al que le sobra color y calor de parte de la gente, pero se encuentra con equipos que no están en condiciones de ofrecer un fútbol que justifique la temperatura social que se germina con un clásico. Un estadio repleto no alcanza para justificar el menú. Y si bien alguno se apurará a decir que “ahora se juega así”, la realidad es que ninguno de los dos se paró en el derbi con la altura necesaria para gobernar el partido desde la solidez de su juego y la personalidad de sus futbolistas.

Si Talleres pretendía dar el salto para acomodarse arriba, dejó en claro que su funcionamiento no tiene nada que ver con el de hace unos meses y hoy, con lo que tiene y con las decisiones del entrenador, es un equipo más al que la gente empujó y por momento puso cerca del control. El tema es que no aportó ideas y claridad, sino esfuerzo. Y si el esfuerzo es la editorial de este equipo, está claro que le costará muchísimo ganar los partidos que debe ganar.

A Instituto, desde la austeridad de su andar y el silencio de su fútbol, posiblemente el resultado le calce mejor porque camina la Primera División sin estridencias. No anda golpeándose el pecho ni presumiendo de lo que hace: frente a la “T”, con menos tenencia de pelota y expectativas estéticas más discretas, fue encontrando caminos más cortos y así llegó al arco.

Virtudes y debilidades

El Talleres de hoy plantea problemas para lo que antes eran soluciones. Aquel equipo vertiginoso, con apertura de cancha, mediocampistas que se desprendían y llegaban de frente, ponía en escena su capacidad para demoler con velocidad y presión. Ahora es una versión más lenta, menos profunda, con desplazamientos carentes de sorpresa, ideas cansadas y elaboración asignada a jugadores no calificados para esa función.

Ribonetto refleja un ADN que encuentra identidad en el sudor y no en el liderazgo y la conducción: Marcos Portillo y Ulises Ortegoza, dos tractores siempre listos para cortar, son los tipos que más tiempo tuvieron la pelota porque las necesidades (y la ausencia de Botta) volvieron a ponerlos a cargo de generar algo aparecido a la ingeniería. Aquello que Pablo Guiñazú hacía pensando, ahora se hace corriendo. La falta de precisión e imaginación allí, con poca línea de juego hacia adelante, cargó nuevamente de responsabilidades a otros: entonces, los laterales deben ir como delanteros y exponerse al regreso apurado porque nadie los compensa atrás.

¿Cuántas pelotas de valor llegan hasta Federico Girotti? Sin compañía ni asistencia de categoría (Martínez, Depietri, Ruíz Rodríguez…), el “9” corre como un maratonista y se va fundido, pateando botellas vacías de amor. Ribonetto no logra remediar las limitaciones del equipo y fecha tras fecha, hasta da la impresión de que se profundizan. Ofensivamente, Talleres ya no asusta como antes y consagra a sus figuras lejos del área, donde se aplauden atributos diferentes.

A su manera

Instituto jugó como lo hace habitualmente: sin despeinarse. No usa la rebeldía ni la voracidad. No se lo ve desesperado por ir al frente, ni tiene una sangre caliente que le permita llevarse puesto al que tiene adelante. Encontró una franja de comodidad en la que las cosas le salen bien. Contra Talleres lo hizo de nuevo: dejó en claro que es más fuerte defendiendo, que imaginativo para atacar.

Diego Davobe está convencido de que hay que jugar de ese modo, posiblemente porque el plantel es apretadito. Todos los partidos sirven como evidencia de las fortalezas de ese modelo y también las debilidades, que no logran ser aliviadas. Así como jugar achicando las líneas mejora las prestaciones para defenderse, la historia grande está y estará cuando tenga la pelota.

Contra Talleres, Instituto fluyó sin involucrarse mucho con la posesión: Gastón Lodico jugó un muy buen partido, desde el freno, el cambio de velocidad y los pases laterales. Se asoció bien con Jonás Acevedo y Damián Puebla, pero costó mucho sumar a la sintonía a Santiago Rodríguez. Cuando esos factores se alinearon, La Gloria respondió: en dos movimientos fue capaz de arrimarse y asustar a Guido Herrera.

Los problemas de Instituto son los que ya hemos visto: ningún “9” hace diferencia porque el juego no está desarrollado en función de ellos. Y mientras Puebla y Acevedo se cansan y se incomodan corriendo por las bandas sin encontrar la pelota, los partidos que pueden y deben ganarse porque ofrecen ventanas para hacerlo, terminan como éste: con una sensación de conformidad que demora la proyección hacia objetivos más elevados.

Es lo que hay, de un lado y del otro. El clásico no generó huella y sirvió como testimonio de lo que tienen ambos. Las tablas los muestran arriba y con eso, parece que alcanza.