Talleres perdió la final de la Copa Argentina y estamos en el proceso de asignarle un valor al aprendizaje: ¿fue un fracaso? Se impone la necesidad de crecer valorando lo que se hizo sin ignorar las falencias.
Perder una final implica el mérito de haber llegado a jugarla. Todo el bombardeo que se genera desde el resentimiento y la violencia verbal, que algunos pretenden disfrazar como “folclore del fútbol”, propone una polvareda que diluye la nitidez de los hechos.
Nada ni nadie le va a quitar a Talleres las credenciales de haber llegado a esta instancia, más allá de la interpretación que hagamos sobre cómo jugó y los climas que hacen que un equipo que se destacó por una determinada calidad de juego, ahora haya rendido por debajo de la línea de flotación. O jugó como pudo y no como las circunstancias le reclamaban.
Es cierto: resulta difícil de explicar cómo la “T” no pudo ganarle a un rival que no le pateó nunca al arco…. En todo caso, el peor Boca de los últimos 20 años es la medida del dolor de Talleres y del fútbol de Córdoba, porque en el hervidero de situaciones de emoción y tensión que se producen adentro de una cancha, hay un dato revelador: el ahora campeón confirmó que es casi inofensivo, conceptualmente muy limitado y depende de un jugador que camina en la cancha (Edwin Cardona) para romper la inercia y crear algo parecido a una jugada de ataque.
Un tema de funcionamiento
Escarbar en los temas de funcionamiento siempre es una necesidad. Por algún motivo, Talleres no tuvo la capacidad de generar la dosis necesaria de ataques, que lo hubieran acercado a la posibilidad de ganar. Nos quedamos con las ganas de ver al mismo Talleres filoso, con vocación para soltar a los laterales, sensible para cuidar la pelota a partir de la primera línea de volantes y desequilibrante con la aceleración de los mediapuntas.
Pero terminamos viendo a un equipo sometido por los nervios, resignado a la tentación de meter 100 pelotazos para que el uruguayo Santos se moliera a golpes con los rivales, ofreciendo un fútbol aburrido, previsible y distante, de aquel que lo convirtió en un equipo ganador.
¿Qué le pasó? ¿Le faltó calidad? Sin imaginación ni cambio de velocidad, Talleres se complicó solo y condicionó sus posibilidades. Por las circunstancias psicológicas que propone una final y por el potencial de los hombres que Boca apostó sobre los costados (Cardona y Villa), Talleres fue una versión de segunda marca de sí mismo desde el momento en que sus herramientas ofensivas aparecieron subexplotadas: Tenaglia y Díaz se ajustaron a un partido más posicional y de rigor en la marca, cerca de la defensa. Rara vez pudieron responder generando espacios hacia adelante, como tantas veces lo hicieron. Recién en el segundo tiempo, cuando Boca sacó a Cardona y Villa no terminaba de encontrar por dónde moverse, Tenaglia y Díaz se mostraron más rebeldes con el entorno y aparecieron para hacer diferencia lanzados en ataque.
A eso, le sumamos que la falta de movilidad de los mediapuntas achicó el radar de acción de Méndez y Villagra, dos tipos capaces de meter un buen primer o segundo pase, pero sin receptores activos, casi siempre debieron jugar la pelota para atrás.
La falta de actividad creativa dejó ver a un Talleres discreto que no pudo ganarle a Boca en el juego: el primer síntoma fue la tendencia a resolver la falta de fluidez en el manejo, tirando la pelota larga para que el “9” se las arreglara… ¡El equipo extrañó horrores que Enzo Díaz fuera el delantero más punzante y que Tenaglia, del otro lado, metiera esos cambios de velocidad que desarman rivales! El otro aspecto destacado, es que el equipo nunca pudo meterles velocidad y profundidad a sus gestiones ofensivas. Se encontró con muchas calles cerradas y un laberinto con el que Boca lo sedujo.
Nunca sabremos si todo esto fue un éxito táctico de Boca, o si fue Talleres solito el que perdió el GPS: ¿le faltó jerarquía para resolver los problemas?
Quedarnos con lo bueno
La burla y la provocación, que están tan incorporadas a nuestra cultura y se retroalimentan, están fermentando una sensación desagradable que tiende a menoscabar lo que hizo Talleres, o su (in)capacidad para ganarle a un rival “carteludo” que, en estos tiempos, anda por la vida sin justificar su grandeza. Hay que decirlo así: es una locura pensar que lo que hizo la “T” sirve de poco, o dejarse llevar por los que necesitan sacarse la bronca y andan de cacería para echarle la culpa a alguien, porque hasta eso se produjo…
A la Córdoba futbolera le sigue costando mucho crecer: aprendimos y nos conmovimos con el Instituto del ‘73 y el Talleres del ’77, y nos emocionamos con la lección del maravilloso Racing del ’80. También nos conmovimos por la cantidad de veces que Belgrano se reinventó y ahí está, soñando de nuevo….
Hoy, gastamos energía en destruir lo que se construye. Sin insultos ni peleas, con tolerancia y humildad, hubiera sido muy positivo para Córdoba, que Talleres ganara la Copa Argentina. Aún así, lo que hizo prestigia la plaza futbolera y subraya un camino: nunca habrá equipos competitivos sin un proyecto, un club o una institución que lo respalden.
Siempre estamos a tiempo de seguir aprendiendo.