Los ídolos que dejan los pantalones cortos y se animan a una función diferente en los clubes, se exponen a que los fracasos terminen por comer el crédito que acumularon dentro del campo. El “Luifa” dijo que Belgrano iba a ascender… Casi un año de aprendizaje ¿le habrá alcanzado para que convivan de manera armónica el jugador / hincha y el dirigente?
No importa qué tan buenos hayan sido los ídolos adentro de la cancha, ni qué tan eterno es el amor que les juraron: cuando pasan a ser entrenadores o dirigentes, la tribuna los juzgará sin miramientos ni piedad, en un fútbol moderno que no tiene tiempo ni espacio para romanticismos. Hace menos de un año, los socios de Belgrano pusieron a Luis Artime en un lugar que se parece mucho al matrimonio, porque los que están afuera quieren entrar y los que están adentro buscan la manera de salir. En quince minutos como presidente del club, dejó en claro que el primer desafío, desde su nueva investidura, no pasaba por liderar el regreso a primera o pagar deudas. Tampoco normalizar a Belgrano como entidad. Lo más urgente en su nueva vida fue comprender que para ser presidente no podría presentar sus raspones o la camiseta transpirada, como una credencial.
Las soluciones institucionales, definitivamente, germinaban en otro ámbito, a otra velocidad, con otro tacto, en un contexto distinto, con igual sentimiento pero con más mirada más gerencial. Esto es, el futbolista / hincha que latía y late en su corazón lo indujo a compartir una expresión de deseo que al instante alcanzó la condición de editorial: casi en andas de la multitud, Artime dijo que Belgrano iba a ascender.
Por supuesto, la muchachada lo aplaudió sin guardarse nada. Primero, para ahuyentar la gestión de los dirigentes anteriores, despedidos por el fallo del Tribunal Superior de Alberdi por no tener “agallas” para devolver al equipo a primera. Y segundo, porque la presencia de un referente como el “Luifa” generaba un consenso imprescindible para recibir de la gente un capital tan valioso como escaso: la confianza.
El año 2021 se termina. No hubo ascenso; ni siquiera una actuación digna de medallas… Al contrario, si bien Belgrano estuvo cerca de acceder al reducido por el segundo ascenso, es evidente que pagó por la ventaja concedida al comienzo de la temporada, con un entrenador desenfocado y algunos refuerzos que no dieron la talla. Allí, la tribuna no anduvo con grises: en la volteada, en los cuestionamientos, los insultos salpicaron hasta a Pablo Vegetti… Las esquirlas rozaron al propio Artime y, salvo el entrenador Guillermo Farré, casi no hubo protagonistas asépticos ante la feria de dardos que se produjo al final, a puro desencanto.
Luis Artime aprendió que no es compatible ser presidente y andar con los botines puestos, más allá de que su experiencia es fundamental. Nadie tiene que explicarle cómo late Belgrano, un espacio cuyo humor social no gozará de buena salud haciendo campañas como la reciente.
El contraste que multiplica
La historia propone algunos capítulos muy curiosos, con episodios que producen una retroalimentación en el espíritu futbolero que nace y se desarrolla en las rivalidades. Lo que le pasa a un equipo, repercute en otro; ciertas situaciones multiplican los efectos y hasta logran generar una energía motivadora como rebote.
Si 2021 terminó vacío de alegrías para Belgrano, en parte fue la consecuencia del “efecto contraste”: al hincha le dolió lo que se hizo mal este año, pero con una sensación térmica ampliada por la hoja de ruta que protagonizó Talleres, una institución que juega en primera y es de primera, entró a la Libertadores y tiene un presidente al que nunca se le arruga el saco.
Se aplica igual a lo que pasaba hace unos años, pero a la inversa, cuando Belgrano había vuelto a primera división tras “faltarle el respeto” a River: disfrutaba de sus mejores tiempos en el fútbol de los domingos, con actuaciones muy destacables bajo la conducción de Ricardo Zielinski, mientras Talleres recorría el país y ponía en el mapa a clubes muy austeros de la geografías futbolística nacional. Si en el universo albiazul dolía la realidad de tener al equipo en la tercera categoría, ver a Belgrano disfrutando de lindas noticias profundizaba las consecuencias.
El aprendizaje
Entre las cosas que aprendimos este año está aquello del comienzo: sobre la marcha, sin la posibilidad de llevarse más materias previas, Luis Fabián Artime debe y necesita graduarse como presidente y demostrarlo sin que el jugador / hincha vuelva a meterse en el medio para enturbiar su capacidad de gestión. Porque si los petardos que se tiran en barrio Jardín incomodan en Alberdi, para moderar ese disgusto no hay mejor receta que ver a Belgrano en discusiones más elevadas, que aspirando a premios consuelo en la segunda división.
Por lo pronto, el tribunal que nunca se equivoca sale de vacaciones unos días. Artime está en una instancia en la que ya estuvieron el Junca Olave y en cierto modo, Guillermo Farré. Ahora tendrá la oportunidad (y la necesidad) de afinar el discurso y hablar con sus decisiones. Ya sabe que los goles, los chichones y las canillas raspadas, no le van a servir de mucho cuando se siente en el escritorio para resolver la política deportiva de un club que siempre va a aplaudir a los que corren. Pero que ahora comprendió que no alcanza sólo con la ciencia del sudor, para consolidarse en el fútbol profesional.