Belgrano perdía feo contra Racing, al borde de una goleada catastrófica y exhibiendo muchísimos problemas. Pero reaccionó en un ratito y logró empatar 4-4, con el barrio hirviendo abrazado a la posibilidad de ir por todo y alcanzar un triunfo que hubiera sido épico.
Si un equipo pierde 4-1 en su propia casa, desnudo ante sus innumerables limitaciones, expuesto a sufrir más goles y con un funcionamiento que perdió aceite por todos lados, en cualquier cancha del mundo los hinchas, desde el desencanto más profundo, hubieran suplicado por un silbatazo piadoso del árbitro, que pusiera punto final a la tortura. Y que la humillación se detuviera en una derrota presentada así, en esos términos porque, aunque dolorosa, evitaba el escarnio de una cifra más escandalosa.
Pero Alberdi es Alberdi. Como es un barrio que tiene un templo que late y en cada latido siempre hay una esperanza, a nadie le asusta que quede a medio camino entre el cielo y el infierno. No necesariamente en ese orden: los estados emotivos más extremos pueden estar separados por la nada misma, porque Belgrano fue capaz de reaccionar sacudiéndose la pilcha del condenado indefendible para detonar un griterío conmovedor.
Perdía muy feo 4-1 contra Racing, desconectado, defendiendo como un equipo aficionado, cometiendo muchísimas infracciones. Sin capacidad para dar dos o tres pases y vacío de una idea de juego que lo mantuviera dentro de ciertos parámetros para irse con hidalguía. Si Racing metía uno o dos más ¿alguien se hubiera sorprendido? Absolutamente no.
En ocho minutos, ese pasaje inexorable hacia el infierno terminó redireccionado hacia un destino más celestial que nunca. Desde la vergüenza deportiva, desde esas señales de músculos tensos y sangre hirviendo que enamoran a la gente, el equipo metió tres goles y se aferró a un 4-4 memorable, lleno de abrazos anónimos, en una noche que seguramente les dará mucho trabajo a los cardiólogos.
Los que hicieron los deberes
Mientras Instituto metió un triunfazo 2-1 en Junín ante Sarmiento y Talleres despeinó a Independiente para ganarle 3-1 en Avellaneda, a Belgrano le tocó hacerse cargo de muchas asignaturas pendientes pero fundamentalmente de una: el propio Belgrano, construido desde la fragilidad de su estructura que da muchas ventajas en todos los frentes.
Si la Gloria tuvo a Santiago Rodríguez para marcar el rumbo de la victoria y la “T” vuela con el talento de Ruben Botta y la dinamita de Ramón Sosa, Belgrano puso su carta ganadora sobre la mesa: un tal Franco Jara. Un morocho de perfil más bajo, que recuperó la costumbre de pisar el área con mucho oficio para darle profundidad a los movimientos colectivos y hacer fácil lo que a otros les cuesta un Perú. Nada menos que el gol. Y si encima de meter tres, Franco no tiene mejor idea que besarse el escudo, estaremos en presencia de otra historia de amor como solo el fútbol puede elaborar y contar.
Renacer desde el abismo
Los estiletazos de Racing desarmaron a Belgrano, porque llegó poco y acertó casi todo para alcanzar un resultado legítimo, aunque exagerado. La capacidad de uno para atacar fue potenciada y optimizada ante la falta de recursos del otro. Y en esto no se habla solo de los defensores que estuvieron adelante del estupendo Nahuel Losada, sino de todos: sin líderes futbolísticos ni un diseño para moverse en función de la pelota, a Belgrano volvió a resultarle cómodo llenar de responsabilidades a Barinaga, Baldi, Heredia y Lencioni, para exonerar la palidez de González Metilli, el esfuerzo insuficiente de Rolón y la intrascendencia de Marín.
Cuando la noche estaba instalada y los nubarrones comenzaban a gobernar el cielo del Gigante ante una goleada que parecía consumada, Mariano Troilo encendió la reacción del 4-2 con un cabezazo que acomodó el tablero de otra manera. Antes que los aplausos se enfriaran, Bryan Reina dejó en claro dónde es importante: encarando, cerca del área. Sobre todo, cuando hay un “9” como Jara que entiende el juego. El peruano tomó una pelota por derecha, ganó el fondo, pase atrás y 4-3 con la firma de Franco. Y un ratito después, con los corazones de todos a la miseria, Jara estuvo atento para aprovechar un error defensivo y definió con mucha calidad, para encender la explosión del 4-4.
Belgrano fue capaz de modificar el destino de la noche y pasar del abismo, la angustia, la tristeza y la sensación rotunda de fracaso, a una paz que le ayudará a pensar mejor cómo debe administrar lo que tiene. Que no es mucho, claro está. Porque, así como se sabe que futbolísticamente no le sobra nada, siempre contará con ese combustible sagrado que lo rescatará de los momentos más oscuros.