La despedida del entrenador uruguayo abre el interrogante sobre qué incidencia tuvo el club en este presente, y cuánto le corresponde a Medina en esas consideraciones. Hay una dependencia recíproca entre todos los factores, incluyendo a los jugadores.
Ahora que el entrenador Alexander Medina terminó su ciclo en Talleres y tras sus pasos advertimos que queda un equipo fuerte y prestigiado, surgieron claramente dos bibliotecas para interpretar los hechos y ayudarnos a ordenar los factores: una sostiene que el mayor agradecimiento debe surgir de parte del club porque el Cacique se las arregló con lo que tenía y soportó algunas bajas fundamentales que limaron la calidad de juego; aun así, armó un equipo que llegó a jugar muy bien y se metió entre los más importantes del país. La otra sostiene que la ecuación funciona en sentido inverso: es el uruguayo el que debe mostrarse agradecido a Talleres, porque gracias a la “T” pudo trabajar en una liga competitiva, entrar al mapa futbolístico nacional y regional, probar su capacidad y alcanzar la condición de entrenador cotizado.
Entonces ¿quién hizo a quién? ¿Talleres a Medina o el Cacique a la “T”? ¿Cuántas medallas tenía Alexander Medina antes de dirigir a Talleres? ¿Cuánto hacía que Talleres no alcanzaba este nivel en primera división? ¿Cómo se mide el amor de los hinchas cuando, desde la cancha, hay un equipo que abre la cancha, cuida la pelota, tiene gol y proyecta todo eso para ganar? Con otro entrenador, ¿Talleres hubiera tenido el mismo nivel? ¿Hay hinchas de Medina, como también los hay del presidente Andrés Fassi?
Habría una tercera corriente de pensamiento, igual de necesaria que las dos anteriores: más allá de la incidencia de la institución y del entrenador ¿acaso no importa el futbolista como eslabón, como recurso humano, absolutamente indispensable en esta historia? La realidad es que la foto del Talleres consolidado tiene los tres elementos como base indispensable.
Auditoría
En los últimos dos años, Talleres consolidó su funcionamiento potenciador de jugadores al punto tal, que contribuyó / estimuló / impulsó el crecimiento de varios muchachos y los puso en la vidriera. Entrar y salir del mundo albiazul fue un grandísimo negocio para muchos: queda claro que es la consecuencia de un sistema en el que se activan, se relacionan y se complementan varios factores.
Tomemos nota para ilustrarlo: llegaron algunos futbolistas de rendimiento discreto en otras instituciones, que “explotaron” aquí y luego fueron transferidos o pueden serlo. ¿Ejemplos? Carlos Auzqui y Juan Komar. También hubo jugadores rescatados del “outlet” de sus clubes y en la “T” recuperaron un buen nivel para ser negociados afuera. ¿Ejemplos? Andrés Cubas, Tomás Pochettino, Franco Fragapane y Facundo Medina (tres de Boca y uno de River).
Sin embargo, el punto más rentable es el de los que llegaron silenciosamente, con un perfil bajo. En barrio Jardín evolucionaron y pasaron a ser una solución futbolística y económica (real o potencial) para el club: Guido Herrera, Leo Godoy, Enzo Díaz, Federico Navarro, Piero Hincapié, Nahuel Bustos, Rafa Pérez, Nahuel Tenaglia, Joaquín Blázquez, Juan Esquivel, Augusto Schott, Diego Valoyes y Julián Malatini, entre otros.
La pregunta del millón es la siguiente: en este proceso de valorización de futbolistas ¿el mérito de quién o de quiénes es? ¿primero el presidente, por su política deportiva? ¿El entrenador, porque de él dependió cada alineación titular, los suplentes y los cambios? ¿o bien de ninguno en particular, porque todo son los jugadores los que deciden los partidos adentro del campo? Es indudable que se trata de una dinámica que resulta satisfactoria para todos y se retroalimenta.
La mejor manera que tiene un futbolista para crecer y ser importante es cuando le dan confianza para evolucionar; esto se produce cuando tiene la capacidad para asimilar lo que ocurre en su entorno. O sea, mejora y madura cuando juega y también cuando absorbe lo que pasa afuera: si gana, si pierde, si juega mal / juega bien, si se lesiona, si no lo tienen en cuenta, si es indispensable, si se siente valorado y, finalmente, si lo ofrecen un contrato que le ayuda a vivir mejor y dedicarse sólo a ponerse los botines.
El jugador, primero
En el fútbol, el protagonismo siempre comienza en la cancha porque lo único indispensable es el jugador. Sin los jugadores, no habría entrenadores ni dirigentes (mucho menos, periodistas), pero sin la prestación de quienes administran toda la estructura, difícilmente podrían conformarse equipos competitivos sólo porque hay tipos que manejan bien la pelota
El jugador es más importante que todo, pero ¿este Diego Valoyes, es igual al de hace unos años? ¿Enzo Díaz, qué tal? Podemos repasar muchos nombres más y terminaríamos por confirmar que el Cacique debe llevarse un reconocimiento indeleble. ¿Causa? Tocó la fibra íntima de un club que tiene el aplauso en piloto automático para considerar el cuidado de la pelota como asunto prioritario y hasta de piel.
Muchos de los jugadores que se convirtieron en puntales del equipo lo hicieron porque les permitieron sacar lo mejor de su juego, ubicados en la geografía correcta, con coordenadas tácticas adecuadas para sus condiciones.
Medina tuvo muchísimo que ver. Nada hubiera sido posible sin su estilo, su tacto, sus decisiones, sus aciertos y hasta sus equivocaciones. Pero a él lo eligió Andrés Fassi y le puso a disposición un club que nunca fue noticias por escándalos, cheques voladores o mala conducta. Por eso, en este Talleres imperfecto, que ilusionó a la gente desde la identidad del juego, la mejor noticia es que nunca nos pondremos de acuerdo: ¿quién hizo a quién? En todo caso, la presencia de Alexander Medina confirma el juego de la dependencia recíproca.