Empezó la Copa América y nuestro combinado nacional ratificó su buen andar: fue 2-0 ante Canadá sin lucirse, pero con los méritos para quedarse con el triunfo.
La selección argentina de fútbol se puso en movimiento en la Copa América, con el sello distintivo de lo que viene haciendo desde hace años: ganar, la palabrita clave. Le tocó generar diferencias ante un adversario que por momentos lo complicó, en un campo de juego que fue otro problema. Aún así, hizo con una relativa facilidad aquello que a otros les cuesta muchísimo: ganar, la palabrita clave (otra vez).
A un campeón del mundo que, encima tiene a Messi, todos le van a jugar como lo hizo Canadá. El triunfo 2-0 tiene varios pilares, entre los que no se destacó el funcionamiento, pero sí la jerarquía de algunos hombres que fueron capaces de acomodar lo colectivo, cuando parecía que todo era un laberinto.
Si a cualquier equipo le cuesta mucho llegar al triunfo, ya sabemos que a este modelo de Lionel Scaloni los caminos parecen ofrecerle salidas siempre. Incluso, si el rendimiento no es satisfactorio. A Canadá se le ganó bien, con suficiencia, con los goles un poco demorados: por demolición, el marcador debió reflejar mucho antes una distancia clarificadora y tranquilizadora. Recién llegaron cuando la presión de la tenencia de la pelota rindió sus frutos y ya había un par de puntos altos en Argentina. Particularmente el Cuti Romero (una bestia) y Dibu Martínez, un arquero de equipo campeón, al que le llegan poco y lo exigen mucho.
¿Cómo lo hizo?
Esta selección nacional tiene su manera de hacer las cosas. Contra los canadienses por momentos se excedió en la manía de salir con pases innecesariamente arriesgados. Y hasta le faltó calidad en la elaboración de jugadas desde el medio, donde se movió con lentitud y poca movilidad.
Pero volvió a resultale fácil enamorar porque transmitió emociones cada vez que cruzó la mitad del terreno. Como la gente la quiere y le cree, tiene ganas de aplaudirla: sobre todo ahora que hay un par de trofeos grandes a plazo fijo. Y si bien hay un sector de la prensa que tiende a exagerar sus méritos y ve oro en todos lados, lo cierto es que una de las primeras virtudes que tiene Argentina con Leonel Scaloni es que comprende la diferencia entre “jugar muy bien” y “ser más que el rival”. Hay una ingeniería finita en la idea, que este equipo conoce y aplicó a la perfección.
Gana porque supera al otro, porque tiene el poder de embocarlo y la virtud de defenderse cuando lo necesita. Aunque a veces nos quedemos con la sensación de que podría evolucionar en algunos puntos, Canadá no pudo resistir y Argentina lo fracturó con lo que tuvo y pudo.
La pelota al “10”
Messi no necesita presentación ni descripción. Frente a Canadá falló un par de definiciones y llamó la atención, pero su presencia fue desequilibrante. Con la pelota o sin ella. Ya no tiene la explosión en velocidad en distancias abiertas, pero su calidad abrió caminos con pases, triangulaciones o simplemente arrastrando marcas.
Es evidente que todos tienen la necesidad, y hasta la desesperación, de darle la pelota al “10”. Y está bien que así sea, aunque eso haya generado una fiaca intelectual que limita la fabricación de ideas para construir juego o definirlo.
El tema es que más allá de “Lío”, haya respuestas. Frente a Canadá y otros tantos partidos, eso no ocurrió. La ocupación de espacios mostró defectos, la circulación también y hubo momentos de mucha distancia entre las líneas, que simplificó la tarea de los canadienses.
De todos modos, Argentina jugó mejor que el rival y le alcanzó. Tenemos tiempo para evaluar si nos detenemos en el resultado, o si nos atrevernos a calibrar la lupa en temas medulares de sus movimientos, donde la evolución es más lenta.