Argentina llegó a la final de la Copa América: en semis, dejó afuera a Canadá abrazado a la diferencia 2-0. Mostró algunos puntos altos, aunque arrastra algunas falencias en el juego, que no logra superar. Ganó bien, pero las diferencias que genera son apenas justas.
La selección argentina está en la final para definir la Copa América que se disputa en Estados Unidos y todo es alegría porque así es el mandato. No hay clima para ver de qué manera juega, o si logra los goles como consecuencia de un mejor funcionamiento: alcanza el objetivo principal y punto.
El problema es que nos estamos acostumbrando a esa lógica, que brota desde el pragmatismo que gobierna el universo del fútbol superprofesional. Está dejando de ser interesante valorar los méritos para focalizar en el resultado. ¿Nos proyectamos en el tiempo? En nuestro país, el fútbol se ha convertido en un combustible tan indispensable para la sonrisa de la gente, que seguimos recortando y hasta subestimando aquello que le daba valor estético al juego. Atención: no confundamos jugar bien con firuletear, porque tampoco es lo mismo la precisión en velocidad que correr de forma desordenada, amontonar jugadores y hacer goles de rebote.
La selección campeona del mundo, que tiene jugadores de nivel mayúsculo en sus clubes, simplificó nuevamente la ecuación y le ganó 2-0 a Canadá con algunos atributos, pero también con debilidades que volvieron a limitarlo.
Hizo los goles que su rival no logró convertir. Entonces, apaguemos todo y a dormir, porque solo valía ganar… ¿Es así? Si consideramos legítimo este tema tan sensible de “ganar de cualquier modo”, dentro de algunos años ya no será atractivo ir a la cancha para disfrutar si hay lindos pases o si un equipo tiene jugadores capaces de imaginar buenas jugadas. Ya no lo más importante, sino lo único, será el resultado: entonces, como en esta columna ya se dijo varias veces, a la hora de los partidos la gente se reunirá a comer y tomar algo, los hinchas hablarán de Gran Hermano, los bares de la periferia de los estadios se llenarán de tipos sedientos probando puntería con dardos y hasta tal vez, se multipliquen los partidos de bochas en esas franjas de terreno que resisten a la urbanidad a ultranza…
Hasta que el árbitro indique que el partido terminó: ahí aparecerá uno con un megáfono en un Rastrojero y sin emoción alguna dirá “ganó 2-0 el equipo azul”. Y todos se irán a su casa escuchando música, porque la radio ni transmisión hará y nos perderemos, por ejemplo, del festival de notas y aventuras que salen al aire por Suquía desde el micrófono itinerante de ese fuera de serie que es Ale Pozo.
Goles son amores
Así decían los veteranos en las tribunas, hace muchos años, cuando se disfrutaba del pase, o un freno y cabeza levantada, porque eran los síntomas de que pasarían cosas buenas en la cancha. Los goles, esa habilidad que Argentina exhibe en sus presentaciones, volvieron a abrirle el camino para controlar a un Canadá muy físico, con algunos jugadores muy interesantes, pero con una inocencia colectiva que en ese nivel inexorablemente se paga.
Si la mejor editorial de un entrenador es lo que hace un equipo en el césped, Lionel Scaloni dijo claramente que no consideró importante que el mediocampo fuera inconsistente, porque planteó un diseño que ya hemos visto. Es decir, uno cómodo (Enzo Fernández de volante central), uno incómodo (esta vez le tocó a Alexis Mac Allister ser invisible por la izquierda) y otro con licencia para moverse por su cuenta (desde la derecha) descompensando al resto y sin obligaciones colectivas (Rodrigo De Paul). Con la pelota, ese trío nunca encontró línea de pase hacia adelante y sin ella, sufrió lágrimas de sangre cuando Canadá soltó gente por afuera.
Desde atrás, la figura descomunal del Dibu Martínez volvió a ser el primer puntal para explicar el triunfo. ¿Cómo es eso? Sí, un equipo que gana atacando poco y mal, necesita un arquero de semejante nivel para responder como lo hizo: tres o cuatro tapadas monumentales para que el cero ahí fuera un plazo fijo que respaldara el 2-0 que se edificaba en el otro arco.
Scaloni seguramente tomó nota del tiempo que la pelota estuvo en poder del Cuti Romero y Lisandro Martínez. Para vos, para mí, para mí, para vos…. Y vamos de nuevo. ¿Causas? Canadá nunca salió a presionar y ese jugueteo intentó provocar un adelantamiento del rival, que nunca ocurrió. El asunto es que la salida argentina fue extremadamente lenta y previsible, sin variantes y un destino obvio: Messi. Canadá lo rodeó y sacó provecho de que Lionel anda a GNC. ¿Entonces? Correctos Gonzalo Montiel y Nicolás Tagliafico, vimos alguito de Ángel Di María y el corazón de Julián Álvarez para hacer el trabajo de varios, corriendo, tapando, saliendo y entrando. ¿Hubo jugadas asociadas para destacar? Pocas…
Argentina tiene buenos jugadores, pero el entrenador no resuelve cómo organizarlos. Tampoco los futbolistas, por rebeldía o reflejos, muestran el liderazgo para nivelar los movimientos y acomodarse a las circunstancias de los partidos. La calidad individual rescató al equipo del desorden e improvisación, alcanzó para meter dos goles y no sufrir ninguno.
El cuadro clasificatorio dice que la selección tiene la posibilidad de ganar otra Copa. Nos resta ganar la más complejas de las batallas: no son solo estadísticas ni copas, sino que el fútbol es un fenómeno social que nos conmueve y nos emociona. Es un patrimonio que deberíamos defender siempre. Incluso, cuando hay triunfos que todo lo tapan.