Para seguirle la huella a River, debía mostrar un rendimiento casi perfecto que ningún equipo está en condiciones de ofrecer. A cambio, la “T” llegó a merecer reconocimiento por su juego, aunque en la tribuna el rumor indica que “no ganó los partidos que debía ganar”.
La presencia de Talleres en un lugar protagónico de la primera división produjo y produce un debate intenso, porque miramos una foto en la que conviven números que testimonian una gran campaña y también la sensación de que “no ganó los partidos que debía ganar”.
No haber jugado lo suficientemente bien en algunas oportunidades (Unión es un caso) termina siendo una condena que apaga el entusiasmo, pero también sirve para echar luz sobre las posibilidades reales de un equipo que evolucionó y llegó a jugar muy bien. Aunque a la larga, mostró imperfecciones que devaluaron sus acciones para pensar seriamente que alcanzar a River era posible.
Por eso, hay que definir cómo se mira lo que hizo Talleres. Si la medida de referencia es la distancia con River, nos preparemos para el desencanto. Preguntas necesarias: ¿algún equipo está hoy en condiciones de discutir la supremacía de “Millo”? ¿A comienzos del torneo, Talleres se puso como objetivo ser campeón? Puestos cara a cara en la cancha, Talleres le ganó, pero en su recorrido después fue perdiendo puntos que lo condicionaron y le restaron combustible para la acelerada final. La regularidad de uno contrastó a la inspiración alternada del otro.
Siempre es saludable que la vara esté alta para que las pruebas de superación sean constructivas. Al fútbol argentino, que tanto le cuesta salir de la mediocridad y no puede retener a sus jugadores por más de seis meses, Talleres le propuso ir al frente, en todas las canchas, queriendo ganar. Mientras la prensa porteña necesitaba que algún club grande se le animara a la pulseada a la Banda, solo San Lorenzo fue capaz de ofrecer su juego (silencioso y utilitario) para acomodarse a la sombra del puntero. Pero fue la “T” el que dejó ver credenciales para merecer reconocimiento desde el juego.
La exigencia altísima, a la que todo equipo competitivo debe someterse, detecta puntos grises que frenaron al equipo cordobés. El gran torneo de Guido Herrera no alcanzó para moderar las precariedades defensivas que fueron y serán la inevitable consecuencia de convertir a los laterales en punteros y soltar a los centrales para presionar hasta el medio del campo. El tema es que cuando lo atacaron, lo embocaron… ¿Hay solución?
Al crecimiento de Diego Valoyes y Ramón Sosa, el equipo sumó la consolidación de dos de sus verdaderos ejes: Rodrigo Villagra, uno de los mejores volantes centrales del país, y Rodrigo Garro, un sobreviviente del arte del pase, en un radar lleno de tipos que corren y no tienen tiempo de pensar. Michael Santos, con su cara de enojado y su fiereza para entrar al área, fue otro punto alto y así lo refleja su registro de goles, más allá de que su asociación con los proveedores de pelotas de gol debe ser pulida para sacar mejores réditos.
Entonces, ¿dónde está la clave? En principio, Javier Gandolfi no termina de encontrar respuestas precisas en los momentos definitorios, porque generalmente en la última media hora de juego, Talleres cambia y modifica su ADN. A veces se acelera o elige movimientos más anchos que profundos y hasta libera la punta de lanza que es Santos para jugar de otra manera, apostando por la riqueza de Nahuel Bustos, unos metros más atrás del uruguayo. En ese juego, más horizontal, con traslados largos (Pizzini / Depietri) que extraña al Garro arquitecto, Talleres no es el mismo y el arco va quedándole lejos…
Terminar en el segundo lugar será mayúsculo y así debe ser reconocido. En su proyecto evolutivo, ganar genera un acostumbramiento que estimula la maduración y renueva desafíos, aunque en el horizonte sabemos qué va a pasar: será muy difícil retener a los jugadores más importantes, porque en este mercado alguno seguirá otra ruta para oxigenar la tesorería. ¿Catalán, Villagra, Garro, Valoyes, Sosa, Santos…? ¿Todos? ¿Algunos?
¿Será un volver a empezar? La línea editorial de Andrés Fassi está clarísima y se traslada a la política deportiva institucional, que puso a Talleres donde está. Pero evidentemente, la prioridad de llegar a un título, como brota románticamente en la tribuna, está en un orden distinto al que existe en la cabeza de su presidente. No porque Fassi prefiera ser segundo, sino porque el campeonato que juega Talleres no empieza ni termina en la cancha. Son las reglas con las que juega y ayudan a entender algunas cosas.
Mientras tanto, retumba aquella sentencia de no haber ganado los partidos que debía ganar, sin perder de vista que, tal vez, no los ganó porque no tenía más para dar.