El zurdo de Talleres volvió a ser fundamental haciendo fácil lo difícil: coordinar los ataques y la organización ofensiva. Hizo valer la pegada y la administración de los tiempos para decidir cómo, dónde y cuándo mover al equipo hacia adelante.
Hace unos años y mientras se atrincheraba en un fútbol que elegía jugar sin un armador especialista, el entrenador Ricardo Lavolpe aprovechó que aquel Boca que dirigía andaba bien y salió a cazar al fantasma de Juan Román Riquelme, que flotaba en la Bombonera en forma de reclamo cuando el equipo ganaba, pero no convencía. Salvando las distancias, se daba algo similar cuando alguna versión de la Selección Nacional no gustaba y, desde la tribuna, se detonaba el grito sagrado de “Maradoooooo / Maradoooooo…”, como una señal de rebeldía, creatividad e ingenio.
Mientras brillaba en Villarreal de España y estaba más allá del bien, Riquelme representaba un modelo del fútbol alineado con Diego y otros tantos cracks, representados hoy por Messi. Cuando Román se ponía la camiseta argentina era una delicia verlo, por lo que jugaba y hacía jugar. En la cancha de Boca, enarbolaban su investidura y la respaldaban con lo que hacía con la selección, para que conceptualmente se defendiera ese modo de interpretar el juego, en una patria futbolera que acepta la convivencia de 40 millones de entrenadores y una cantidad similar de estilos…
La cuestión es que Lavolpe se llenó el pecho para defender sus convicciones, se prendió en cuanto debate fogoneó la televisión porteña y dijo, de forma tajante, que jugar con un armador “atrasaba”. O sea, su Boca “era moderno” porque mostraba un alto componente de músculo, pizarrón y velocidad, y poca disposición a la pisadita y a los pases que una buena parte del paladar nacional agradece.
Lavolpe se fue del país cuando Boca perdió ese campeonato de manera increíble, desperdiciando una ventaja enorme de puntos. Y regresó a México, donde ha trabajado hasta ahora. Aquella editorial, en la que denostó la vigencia de los armadores así, con liderazgo y conducción, no es algo que haya inventado él, pero sí es cierto que su opinión la recreó. ¿Sirve o no sirve jugar con enganche? ¿quién conduce a un equipo, o quién lo coordina, sin un armador definido? Jugar rápido ¿es ser moderno?
A Carlos Bilardo se le ocurrió “matar” a los punteros en los ‘80 y lo cuestionaban hasta en arameo porque sus equipos jugaban de forma especulativa. Pero como su selección se valió de un Maradona excepcional en el 86 y levantó la copa, sus preceptos pasaron a ser dogmas: lo que hasta ese momento no nos identificaba, desde el campeonato del mundo de México pasó a ser casi una exigencia y brotaron por todos lados los entrenadores que siguieron esa manera de concebir el juego. Ahhh… y dirigentes que lo apañaron.
Con lo relativo que es afirmar que lo viejo es obsoleto en un tema tan elástico como la esencia del fútbol, conviene que seamos agudos para observar lo siguiente: vemos partidos llenos de atletas, que convierten en figuras a los que pueden frenar y darles la pelota a los compañeros…. ¿Entonces, en qué quedamos? ¿Lo moderno es correr y no importa si un equipo puede jugar?
El gerente
Rodrigo Garro evolucionó en Talleres. Aquel zurdito con clase que se destacaba de a ratos en Instituto hace un par de años, incorporó herramientas y creció. Dejó de aparecer en cuentagotas y ahora juega bien partidos enteros. Si antes no terminaba de encontrar su espacio, ahora sí lo hace: no se detiene ni se limita a un tema geográfico y rígido, sino que interpreta una función que lo lleva donde la jugada lo necesita. Él tiene que ver con la instancia en la que hay que decidir ser anchos o profundos, verticales u horizontales, previsibles para cuidar la posesión o meter un cambio de frente que sacude todo.
En general, Garro arranca delante de la primera línea de mediocampistas: desde allí, asiste y auxilia a los marcadores de punta sacándoles la responsabilidad de manejar una salida; otras, pide esa pelota hirviendo que asfixia a un compañero y, en uno o dos movimientos, lo habilita después en una situación mejor diseñada. Entiende perfectamente la diferencia entre avanzar y atacar. Sabe que el pase y descarga, que tan bien ejecutaba el Cholo Guiñazú, oxigenan la elaboración que necesita precisión y velocidad, no solo gente corriendo rápido…
Entonces, Rodrigo se convierte en un jugador fundamental que posiblemente vaya en contra de la biblioteca que de la que se nutrían Lavolpe y Bilardo: Talleres le da la pelota y él coordina los movimientos, como complemento de la siempre eficiente distribución de Villagra, con mucha presencia por las bandas y la oportunidad de encontrar a alguien destapado siempre. La movilidad tiene mucho sentido, porque genera sectores libres y compañeros en posiciones con ventaja: Garro puede poner la pelota donde quiera.
Talleres tiene lo que tiene y gana lo que gana, porque el equipo sabe a qué juega. En triunfos como el 3-0 contra Instituto, es inevitable y necesario hablar del factor Garro, por la calidad de sus pases, por el descanso que le da a la defensa que la pelota pase por él, por el radar amplio que se activa para los que se proyectan por afuera y el potencial de ese pase cortado que integrará al que juegue de punta. O sea, es un provocador: provoca espacios, provoca desmarques, provoca ataques desequilibrantes. Desarma los piquetes o rearma lo colectivo, eligiendo bien por dónde se deben dar dos pasos hacia adelante. Provoca centros quirúrgicos, provoca pausa y cambio de velocidad. Después, sabremos si jugar así atrasa o tiene olor a húmedo… Porque, en definitiva, al fútbol primero se lo juega.