El mismo Talleres que jugaba mal y estaba para el cachetazo ante Vélez, reaccionó desde el corazón y llegó a ponerse 2-2. Eso demuestra que la influencia del entrenador, en este caso y en muchos, es relativa: la llave siempre está en manos de los que entran a la cancha.
Todo pasa rápido en un partido de fútbol, donde sucede una interminable cantidad de hechos que se relacionan entre sí y a veces no terminamos de entender cómo, porque hay cosas que en el fútbol no pueden ser analizadas sino disfrutadas. Minutos finales, resultado 2-2. Ataca Talleres, profundo, envalentonado por el reciente empate logrado con el exquisito gol de Rodrigo Garro. Diego Valoyes aceleró en diagonal por la derecha y llegó al área, ese espacio en el que la decisión es crucial para partido: el colombiano priorizó definir por su cuenta aunque tuviera la raya encima, en vez de meter el centro hacia atrás, donde había compañeros con mejor ángulo para definir. Pudo (y debió) ser el 3-2 para la “T” y terminó en nada….
¿En nada? En la jugada siguiente, Vélez se armó en velocidad por la derecha, a los hombres de Talleres les costó mucho reorganizarse en lo defensivo, la pelota derivó hacia el centro y desde allí a la izquierda. Nadie siguió a Máximo Perrone ni tampoco marcó a Julián Fernández: Perrone se quedó sin ángulo para buscar por afuera (igual que Valoyes) pero decidió mejor, porque sacó la pelota del encierro y generó un toque certero hacia atrás, por donde Fernández llegaba de frente. Toque de zurda, esquinado y fin de la primera parte de la historia, con el 3-2 para Vélez.
¿Pedro Caixinha le habrá dicho a Valoyes que no diera el pase? ¿El Cacique Medina alcanzó a gritarle a los jugadores de Vélez que hicieran eso? ¿Los entrenadores tienen un joystick y orientan los movimientos de los jugadores? ¿será posible que los juegos electrónicos estén tan metidos en la vida de las personas que pensemos que los futbolistas de verdad, son manejables así? ¿Qué le habrá dictado el portugués a Garro, antes de que metiera ese zurdazo soberbio que se clavó en un ángulo? ¿No llegó a avisarle a los defensores, que marcaran a los chicos de Vélez que diseñaron el 3-2?
La influencia de los entrenadores es materia de discusión desde siempre. Desde el mítico periodista Dante Panzeri, que los subestimaba y hasta los denigraba, hasta los que creen que el orientador táctico y estratégico es la estrella de todo equipo, hay un abanico de posibilidades en las que conviven entrenadores que forman, otros que no tienen más argumentos que gritar y pegarles patadas a las botellitas de agua y finalmente, los que pueden definir el rumbo de un partido encontrando soluciones a los problemas de juego. No es matemático. No es una ciencia exacta. En todos los casos y aceptando la complejidad del tema, la idea madre sobre cómo jugar y quiénes se ponen la camiseta, puede ser del entrenador y él tendrá la facultad de administrar los recursos humanos de un plantel. Pero la respuesta siempre será de los jugadores, que son los que entran a la cancha.
Confianza y variantes
Talleres demoró muchísimo en “entrar al partido” porque la falta de juego e imaginación, que se revelan en la flacura de su poder ofensivo, lo convirtió en un equipo vulnerable, una vez más. Lo que a otros equipos les cuesta poco, a la “T” le insume demasiadas energías porque trabaja su protagonismo sin confianza ni variantes. Como le cuesta crecer en la circulación, termina cortando caminos: ¡Pum para Girotti! Y cuando redescubre el poder del mano a mano por afuera, con Valoyes y Godoy, paga un alto tributo a las fallas que ambos muestran para diferenciar lo individual de lo colectivo: ganan por calidad y velocidad, pero casi nunca pasan la pelota en tiempo y forma.
No es fácil jugar así. Las limitaciones condicionan al equipo y lo exponen: Villagra es uno de los mejores volantes centrales del campeonato, pero juega incómodo porque Caixinha no se sincera entre la posibilidad de descongestionar el medio, para abrirle espacios, o bien dar con el socio adecuado, que no ha sido Juárez ni es Oliva, para ayudarle en lo posicional y en la coordinación de las marcas.
Los problemas de Talleres están en la esencia. No es un equipo fuerte en el juego, en el control de la pelota, en la elaboración de jugadas. Tampoco en la resistencia colgado del arco. Entonces cae en la tentación del pelotazo o la improvisación, para dejarse llevar por los líderes desde el esfuerzo y la personalidad: Enzo Díaz es el primero. Los marcadores de punta, subrayando el crecimiento que viene teniendo Gastón Benavídez, terminan siendo más delanteros que los delanteros. Todo esto ¿es responsabilidad del entrenador?
Si en el 1-0 de Vélez nadie salió a zapatear cerca de Pratto o molestar a Jara, quien metió el mejor centro de su vida; o si Janson saltó bien y ganó de cabeza anticipando; o si Girotti se desangró corriendo defensores reducido a ser un fabricante de córners, porque el equipo no lo integra ni lo abastece… ¿Caixinha debe hacerse cargo?
El mismo Rodrigo Garro, que no termina de afianzarse como titular, esta vez fue clave porque entró e hizo “desastres”. Aportó pase, precisión, inteligencia para encontrar dónde moverse, asistió a Santos en el descuento 1-2 y metió un golazo soberbio en el 2-2. Dato anecdótico: ¿Vieron que, en el gol, Santos cabeceó entre cuatro defensores de Vélez? ¿Caixinha le habrá dado instrucciones para que haga eso?
Definitivamente, no todo puede ser explicado y llevado al pizarrón. Hay un alto componente que depende del jugador y es el propio jugador el que puede elegir los caminos, más allá del mapa general que diseña el que está afuera.
El partidazo que jugó Talleres en el segundo tiempo dejó en claro que siempre es importante tener un entrenador que inspire y piense, pero la base son los jugadores. Ellos toman las decisiones. Por ellos, vimos una gran remontada y hasta la posibilidad concreta de alcanzar un 3-2 que hubiera resultado épico. El mismo Talleres aturdido de la primera mitad, fue el que se encendió sumando sudor, lágrimas y juego, para abrazarse a la mejor noticia que ofreció la noche: no tanto el triunfo que pudo ser o la derrota digna, sino la certeza de que tiene los elementos para jugar bien, arrancar en serio y recuperar el tiempo perdido.