Valoyes, el delantero ausente

El colombiano jugó un rato en el triunfo de Talleres contra Boca. Perdió la titularidad y ahora es elemento de recambio, pero en los minutos que pudo entrar, dejó en claro que no se olvidó de jugar. ¿Sabrá Diego que, si quiere irse, lo primero es volver a ser el que fue?

Se jugaba un rato del segundo tiempo, que Talleres le ganaba a Boca 2-0. En el campo de juego, había un equipo que fue creciendo desde las dudas iniciales y aprendió a manejar los climas sabiendo que, de sus aciertos, dependía la transformación de un triunfo sin discusión a otro por un marcador más abultado. Y justo. El otro era Boca, resumido a un cúmulo de voluntades dispersas sin funcionamiento, coordinación ni grandeza: solo la camiseta y algunos chispazos individuales.

El entrenador de la “T” sintió que era el momento adecuado para tomar una decisión porque eso es lo que hacen ellos: deciden. Pudo caer en el lugar común de cerrar defensivamente a Talleres para plantear un partido más especulativo o bien tomar la oferta de espacios para presionar, atacar y forzar las ventajas. Javier Gandolfi interpretó que el ingreso de Nahuel Bustos (por Michael Santos) le daba aire a las ideas y mejores herramientas a los ataques.

La otra modificación tenía dos misiones: una, poner a descansar a Francisco Pizzini (otro partido corriendo mucho y participando poco) para refinanciar la deuda interna de uno de los mejores delanteros que tiene la patria futbolera. Esta vez, Diego Valoyes no metió ningún gol ni tampoco mostró evolución en la ejecución del eslabón más valioso que tiene el fútbol colectivo: el pase. Pero bastó con que encarara dos o tres veces para abrir una zanja en la que podía meter su enojo, su fastidio y su descontento por no haber sido transferido.

¿Cuál es el insumo que pudo ofrecerle Talleres, en esta renovación de crédito (y paciencia)? Valoyes tuvo la posibilidad de defenderse y reinventarse desde adentro de la cancha. Recibió un par de pelotas donde más le gusta: adelante, con espacios, con la oportunidad de aplicar una aceleración brutal a sus movimientos, para convertirse en un fantasma capaz de flotar en el pastito hermoso del Kempes. Imaginamos que Luis Advíncula, marcador lateral de Boca, habrá buscado en Google cómo era la cara del colombiano porque en la cancha solo pudo verle la espalda…

Entre Disney y barrio Jardín

El caso de Valoyes tiene algunas similitudes con el piquete que hizo Juan Cruz Komar hace unos meses: un día el cielo dejó de ser tan (albi)azul, como el de Disney, para mutar en un infierno del que había que escapar, porque nadie era sensible a los sueños personales. Komar quería ir al club del que era hincha y Valoyes, mudarse a otro lado donde le pagaran mejor. Si había un contrato, pareció no ser importante para uno antes y para el otro, ahora.

Diego continuó entrenándose con el grupo, pero su juego dejó de enamorar a los hinchas. Comenzó a “perder aceite” hace meses cuando eligió la prioridad de jugar para el Deportivo Valoyes, antes que para Talleres. ¿Cómo interpreta la gente que un jugador “no tiene ganas de jugar”? Imposible saberlo a ciencia cierta, pero sí fue evidente que su rendimiento fue bajando hacia niveles subterráneos, hasta que quedó afuera del equipo. Un día, su nombre no tenía ninguna flechita en el pizarrón de Gandolfi y le tocó dejarse puesta la campera para esperar afuera.

Para colmo, la aparición del paraguayo Ramón Sosa despertó el entusiasmo de la tribuna y extrañar a Valoyes ya no dolió tanto. La coincidencia del planeta tallarín era que el colombiano debía irse porque ya no estaba compenetrado con la causa, pero también pesaba la necesidad de traducir su partida en alguna rentabilidad económica. Entonces, la discusión se asfixiaba: si no jugaba, su cotización inexorablemente iba a bajar y eso no era negocio para el club.

Esperanza

Mirando sin ver, caminando entre sus compañeros como ajeno a todo, Diego Valoyes asomó su humanidad desde el techito que trae a los futbolistas desde los vestuarios del Kempes y entró rumbo al banco de suplentes, en los minutos previos al partido del sábado. Entre la explosión de la gente, el humo, las bengalas y la fiesta maravillosa de los hinchas, la presencia de Diego Valoyes pasó inadvertida. Pero cuando pisó la cancha, los aplausos de esperanza y confianza se liberaron, dejando en claro que entre el amor y el no amor, hay solo algunas migas de diferencia.

Cuando el partido terminó y Talleres sinceró el festejo por un triunfo resonante, las imágenes del atacante moreno quedaron proyectadas con sensación de presencia por lo que puede hacer: definitivamente no se olvidó de jugar y, si está enchufado, es un arma letal. Aún con su juego atado a eso tan abstracto que es la motivación, quedó una certeza: es un desperdicio verlo reducido a unos pocos minutos, cuando en el fútbol argentino casi no quedan atacantes que conjuguen habilidad, velocidad, freno, potencia y técnica. 

En todo caso, nadie más que Valoyes tiene la respuesta. El proyecto del Talleres potencia, que a veces arranca y se toma licencia, no puede darse el lujo de dejarlo afuera. Pero depende de él, de lo que elija: seguir como un delantero ausente o asumir el privilegio y la responsabilidad de ser un factor de desequilibrio que le dará variantes al entrenador, en la idea de jugar al fútbol y ganar en todos lados.