Tiene una solidez institucional para destacar y les ofrece a sus futbolistas las mejores condiciones para cumplir los contratos. Sin embargo, algunos presionan para irse: los casos de Rafa Pérez y Matías Catalán son paradigmáticos y dejan en claro que el amor es efímero.
Las pruebas de fidelidad son tan complejas, que en el resbaladizo mundo del fútbol no hay tanta distancia entre el amor, el odio y la indiferencia. Sobran historias en las que una relación de afecto parece indestructible, porque se cimenta y se afianza en los triunfos y también en las derrotas, los estados emotivos de máxima sensibilidad. Hay hinchas que aman a un jugador por su comportamiento en los peores momentos y otros que caen rendidos cuando se logran objetivos elevados.
Parecen capaces de resistir las más severas tempestades, hasta que surge un factor determinante, que vuelve todo a la realidad: el fútbol es una actividad profesional y se rige por contratos, que mueven el amperímetro en función de las condiciones que se ofrecen. No solo en dinero específico, sino también en las expectativas y las posibilidades de crecimiento o exposición. ¿Cuántos casos conocemos de futbolistas o entrenadores que se abrazan a la gente pero incluyen en sus acuerdos una cláusula de rescisión anticipada “ante una mejor oferta”? Imaginemos algo así en una pareja, considerando que una parte jura amor eterno condicionada hasta que aparezca algo más atractivo. O sea, “te amo” hasta que la vecina cabecee alguno de mis centros…
El universo perfecto ya no alcanza
Si hay algo que en Talleres empieza a incomodar en serio, es que el universo creado por el presidente ya no es suficiente para mantener contentos a todos los jugadores del plantel superior. El predio que desarrolló el club es digno de Europa; los futbolistas son tratados con guantes blancos y tienen a su disposición toda una estructura para que disfruten de ponerse el pantalón corto y pisar alguna de las magníficas canchas que tienen servidas.
¿Cómo se entiende que haya jugadores que quieren salir y presionen para hacerlo? Hagamos memoria: exceptuando a los que se fueron de manera consensuada respondiendo a una lógica del mercado, surgen varios nombres de muchachos que eligieron marcharse pese a que alcanzaron prestigio y notoriedad jugando en barrio Jardín. Juan Cruz Komar, Nahuel Tenaglia e Ignacio Méndez son algunos de ellos. A ellos, les sumamos a Enzo Díaz y Diego Valoyes, que hace rato tienen el bolso listo, y otros dos que la tribuna acomodó en los últimos tiempos entre los más queridos: Rafa Pérez y Matías Catalán. Si bien los casos tienen diferencias entre sí, se igualan en que ambos presionan para establecer un punto final para nuevos horizontes. Incluso, Pérez pasó por el Centro de Entrenamiento albiazul y se llevó hasta las ojotas.
La respuesta es vaga y previsible: con el peso a una cotización subterránea, todo lo verde que ofrezcan desde afuera brillará como el oro. Antes, el fútbol argentino no podía competir con los números que se manejaban en Europa y en algunos países de economía menos contaminada que la nuestra; ahora, ni siquiera puede retener a los futbolistas que son tentados desde Chile, Paraguay, Bolivia, Ecuador…
Dos historias
Hace tres años, Rafa Pérez entró directo al corazón de los hinchas de la “T” y rápidamente hizo valer su pecho inflado para que lo aplaudieran hasta en los saques laterales. La preferencia por los jugadores finos, que siempre caracterizó a Talleres, se moderó para aplaudir a este morocho con cara de “¿quién le pegó a mi hermano?” y Rafa devolvió con intereses, ese cariño y esa confianza. En los últimos meses, estaba queriendo recuperar el mejor nivel (sobre todo físico) después de un paréntesis por las lesiones que afectó su rendimiento.
Matías Catalán tiene una hoja de ruta más acotada. Pasó de ser un discretísimo lateral derecho a ser un eficiente primer marcador central. Allí llegó al aprovechar una oportunidad cuando había perdido su lugar entre los 11 y se habían disparado todo tipo de cuestionamientos. Como zaguero, terminó siendo de los mejores y llamó la atención de otros clubes.
Hay temas administrativos que influyen. Por ejemplo, al igual que el caso Komar, Pérez tiene contrato vigente y, para marcharse, Talleres debe dar el con$entimiento. No hay lugar para las voluntades, las ganas o los romanticismos, porque los contratos deben cumplirse. A Catalán se le venció en diciembre, pero como Talleres pagó por sus derechos federativos y económicos, tiene el derecho a utilizarlo. Antes, deben firmar el nuevo documento y el jugador quiere la regla del 3×1: lo que antes era 1, ahora es 3. Eso es lo que le ofrecen en Chile y lo hace valer.
Besos relativos
No hablamos de los intereses económicos, que configuran el GPS en una actividad que ofrece dinero a cambio de una contraprestación, sino de una situación en la que los sentimientos no tienen incidencia. De la mano del dólar, cualquier equipo de Chile puede pagarle el triple a un jugador argentino y eso es irrefutable.
Definitivamente, Rafa Pérez y Matías Catalán tienen todo el derecho de aspirar a lo mejor para sus familias y un contrato mejor remunerado es parte de eso. Lo que sigue llamando la atención es el confuso juego que se establece cuando algunos jugadores se besan la camiseta y un rato después reacomodan sus afectos sin ponerse colorados…
Está claro que el fútbol propone relaciones de amor con un asterisco, que es un condicionante que se activa cuando alguien saca una calculadora. Las pruebas de fidelidad relativizan lo incondicional: manda el dinero, no gobierna la moral ni la pureza del amor, sino el poder. Y ese poder responde necesariamente a lo económico, sin detenerse en “pequeñeces” como lo afectivo.
¿Humilde sugerencia? Haciendo eje en Rafa Pérez y en Matías Catalán, pero más allá de ellos: los hinchas deberían aceptar que esto es así y los jugadores, evitar la tentación de ofrecer amores con asteriscos, porque después la realidad les pasa por encima y se van así como llegaron, pensando en la cuenta bancaria más que en la gente o en los colores.