El uruguayo anotó los tres goles en la victoria contra Rosario Central. En la variedad de sus definiciones, está el valor de lo que significa tenerlo en el área.
Michael Santos hizo los tres goles en el triunfo de Talleres (3-1) contra Rosario Central. Uno mostrando voracidad por la red; el siguiente abriendo a la consideración su repertorio técnico; y el de cierre, de contragolpe, con una definición en velocidad. Participó relativamente poco y, esta vez, le alcanzó para ser determinante administrando sus méritos y la asistencia de sus compañeros, particularmente de Diego Valoyes en el último tanto.
Cuando fue reemplazado (un poco para refrescar al medio con el ingreso de Alan Franco y otro poco para que lo aplaudieran), el uruguayo dejó en claro que con Talleres hay una relación de piel y distancia que transita caminos difíciles de ser descifrados: se necesitan mutuamente y se saben importantes, aunque es curioso que nunca terminan de confesarse el amor incondicional.
Lo que se le pida a un centrodelantero, Santos lo tiene. Él, como le pasa a Pablo Vegetti en Belgrano y a Adrián Martínez, en Instituto, asiste en cada partido a la crueldad de que ser juzgado por los goles que hace y no por el trabajo, muchas veces invisible y silencioso. Los goles nos desesperan y construyen las historias: es así y así será, nomás… Si no hace goles, corre el riesgo de ser ignorado o subestimado; si los hace, el cielo es absolutamente suyo.
En la necesaria mirada evaluativa de su función, contemplamos muchas prestaciones útiles para el equipo, más allá de lo goleador específico: si lo colectivo no evoluciona y no hay juego ¿de qué sirven semejantes jugadores? Muchas veces, la pelota les llega poco y mal, o directamente no les llega. Tirarle una bolsa de cemento para que el 9 vaya hasta el córner y nadie lo acompañe, no es precisamente apoyarlo ni asistirlo. También está el caso de que los pasadores, los que tienen la responsabilidad de conectarlos e integrarlos, no sintonizan tiempo y velocidad. Entonces, consumen sus movimientos corriendo para llegar tarde, donde nunca pasa nada. Como diría Gabriel Batistuta de Ariel Ortega, en referencia a que el pase exige tiempo y espacio y el Burrito primero enganchaba: “nos rompía las rodillas a los delanteros”.
Como 9 metedor, que siempre va al frente y nunca baja la guardia, Michael Santos califica como héroe, aunque suponemos que la pilcha épica no es de su agrado. Como es medio enojón, tirando a cascarrabias, a veces se le sale la cadena y reta a sus compañeros en el medio de los partidos, porque quiere que todas las pelotas le queden ahí, adelante, para él… A cambio, las corre a todas, invita al pase profundo y se ofrece para aguantar las veces que sea necesario. Además, jamás mezquina “meter la pata” hasta el alma y cuando lo sacan, se va empapado en sudor, las medias sucias y la cara de malo, como indio al que le embargaron la lanza.
No parece importarle ser vistoso, ni elegante: si puede, el tipo arranca el arco de un fulbazo.
Es bueno anticipando en el cabezazo y tiene una aceleración que le permite llegar entero al área, donde otros arrugan y él se agiganta. Patea al arco ¿saben lo valioso que es eso ahora, en que la precariedad técnica de los futbolistas hace que no se tengan confianza para sacudirle de lejos? Por todo eso, la gente lo mide, para saber si vale la pena enamorarse.
Objetivos alineados
Lo mejor que le puede pasar al Talleres que ataca, es tener a Santos como Santos quiere que Talleres lo tenga: los objetivos de uno son los del otro. Si hay apertura de cancha y triunfos en el mano a mano por afuera, al uruguayo no tienen que explicarle cómo se gana el espacio. Si hay que frenar para arrancar con sorpresa, o meter un sprint y asomar la carrocería justo cuando llega el centro, Michael lo hace y no pide aplausos: los merece.
A una mayor y más elevada oferta de juego, que indefectiblemente incluye a Rodrigo Garro, Santos le suma diagonales, resistencia para hacer de pivot, giro y definición. Maneja los dos perfiles ¡qué le van a hablar de “pierna hábil y pierna menos hábil”, si él sabe que un 9 debe tener un fierro en cada gamba!
Si Vegetti sufre cuando Belgrano pierde su referencia y el GPS no lo registra; o si Martínez se va de la cancha abollado porque lucha contra medio mundo, en un Instituto que no está diseñado para él, Michael Santos acomoda la realidad desde la rebelión. Con fiereza. Con ese combustible que le hace hervir la sangre. Por eso se calienta y mira fiero al que no entendió por dónde debía definirse el ataque, o en qué momento la jugada pedía toque para que él le pegara.
Contra Central, Talleres certificó que, para ganar, se necesita una gestión de juego que contemple todos los factores: que los de atrás se las arreglen (Gandolfi tiene trabajo), pero arriba, si los velocistas son sensibles a cómo juega Santos, siempre habrá goles en piloto automático. La rentabilidad de los jugadores rápidos como punteros se complementa (y adquiere sentido) si por adentro hay un centrodelantero como punta de lanza, que coordina las llegadas simplemente con la mirada. Con Ramón Sosa lo tienen claro.
No sabemos si Michael Santos volverá a hacer tres goles nuevamente. Mientras tanto, es para destacar que cuando Valoyes dimensionó el valor del pase y se asoció para pasarla de primera en el nacimiento del tercer gol, juntos fueron dinamita. Todo lo que pueden los de afuera se potencia con un centrodelantero que no pide ni ofrece concesiones: es cuestión de aceptar esa regla de juego. Con Santos adentro, Talleres tiene definición, potencia en las llegadas, demolición y una voracidad que abre caminos hasta el último minuto.