Los complejos caminos hacia el gol

El pase, la triangulación, la circulación, el cuidado de la pelota y todos los elementos que componen el universo del juego, pusieron a Talleres y Belgrano en escenarios diferentes. El empate 0 a 0 se justifica, en gran medida, por la influencia de los arqueros.

Tres circunstancias ayudan a entender de qué se trató el clásico: a) Talleres tuvo la pelota mucho tiempo, hizo ancha la cancha, ganó casi todos los duelos individuales y fabricó varias situaciones claras de gol; b) Belgrano mostró todas sus limitaciones en la elaboración, perdió la pelota demasiado pronto y rara vez pudo acertar tres pases bien, aunque generó una oportunidad clarísima; c) El empate en blanco se explica desde la influencia de los arqueros, porque Nahuel Losada tapó tres o cuatro jugadas bravas y mantuvo a los celestes en partido, mientras que Guido Herrera casi ni transpiró, pero le tocó reaccionar de manera brillante para manotear un remate de Ulises Sánchez, que se desvió en Ulises Ortegoza, y se le metía. ¿Conclusión? Podemos caer en la tentación de creer que dio lo mismo apostar por el juego que revolear la pelota, si nos detenemos en el resultado.

Las ecuaciones

A su manera, con sus recetas inversas, Talleres y Belgrano eligieron caminos diferentes para resolver las ecuaciones de un clásico parejo, previsible, descompensado, que se dejó llevar por la aceleración y no encontró la manera de resolver los problemas desde la calidad del fútbol.

Talleres tuvo el control, tomó confianza en la gestión de la pelota, pero sufrió la ausencia de un “9” definido que le diera profundidad a la velocidad externa y continuidad al buen trabajo de creación interno; Belgrano puso a Lucas Passerini como punta de lanza, pero lo condenó a rastrear pelotazos a la deriva, que fueron el gesto reflejo (y mecánico) a su falta de precisión y solidez de funcionamiento ofensivo. O sea, el que mostró entidad en la elaboración, se debilitó en el área; el otro, que sí tuvo la presencia referencial arriba, jamás pudo conectarla por sus limitaciones conceptuales y tácticas.

Valentín Depietri, inicialmente con la responsabilidad de jugar arriba, nunca estuvo cómodo como centrodelantero falso: corrió, se movió, trató de tirarse a los costados para volver a espaldas de los defensores, pero el equipo lo necesitaba adentro del área y él no estuvo. Sosa, por capacidad individual y desequilibrio en el mano a mano, desarmó a Belgrano con sus corridas y diagonales, pero sufrió la carencia de un socio por adentro. Y Garro, con la zurda en piloto automático, se quedó sin receptores para el pase vertical.

Entonces, Talleres debió conformarse con manejar la pelota a lo ancho. Con buena circulación y sin presencia sólida en el área. Nahuel Bustos entró para renovar el interrogante: ¿Javier Gandolfi lo quiere como “9”? Está claro que NB no siente ese trabajo y prefiere asociarse con los de atrás. No es un tema de posición sino de función. Su ingreso no cambió casi nada.

La pelota que tapó Guido Herrera evitó más de un infarto en la tribuna albiazul.

El que siempre salva

Si Belgrano pudo pararse con ciertas expectativas de algo más que un empate digno, el argumento estuvo en su arco: Losada volvió a salvar al equipo neutralizando el tiro libre de Garro que tenía destino de red y un mano a mano desactivado ante Depietri. Además de su seguridad habitual, el arquero corrigió lo que parecía un desenlace inexorable e inevitable: el gol de la “T”.

El tema es que Losada, en su rol determinante, volvió a maquillar las falencias de un Belgrano que casi no pateó al arco. ¿El entrenador tomó nota de lo poco que pudo conservar la pelota su equipo y de la falta de pase hacia adelante? La indiscutible voluntad de Barinaga, el coraje de Rébola, el patrullaje de Longo y algunos cierres de Rolón, fueron síntomas de lo que es éste Belgrano: una máquina que funciona con sudor, con serias dificultades para ofrecer una idea cuando manejó la pelota. Demasiado rápido, asumió una actitud defensiva y renunció a jugar. Invisible Marín y perdido Lencioni, Ulises jugó lejos del área. Por supuesto que no alcanzó… Así fue cómo Passerini (luego Chavarría) mojó la camiseta casi sin haber participado.

El clásico dejó muchos temas de análisis, haciendo foco en el desafío irresuelto de un empate en blanco que les ganó a los dos. Los arqueros respondieron y dejaron todo pardas, aunque el corazón del juego puso a ambos de cara a la complejidad de dilucidar los caminos del gol: uno con juego, pero sin “9” y el otro, con “9” pero sin juego. El cero los igualó.