Talleres le ganó a Belgrano en los penales: habían empatado 1 a 1. Los dos equipos dejaron muchas dudas en el funcionamiento. Vale la pena analizar cuál es la verdadera utilidad de partidos así, en el que los triunfos son relativos y las derrotas pueden ser definitivas.
Podemos darnos el lujo de llenar la cancha, generar millones de pesos en recaudación, meterle cien lucecitas de colores al cielo y poner a miles de tipos a cantar de una forma conmovedora, porque somos capaces de hacerlo sin necesidad de auscultar si el fútbol de Córdoba late y vive. El entorno, los anabólicos emotivos, el color y la efervescencia del contexto son incomparables: la fiesta del fútbol que propone un Talleres – Belgrano siempre está más allá del resultado, los antecedentes y las proyecciones que se haga de todo lo que pasó.
Sin embargo, los dos se llevaron la sensación ambigua en la noche del Kempes, porque les tocó repartirse algunos aspectos y ninguno alcanzó para llenar el alma: Talleres controló la mayor parte del juego y, al final, lo ganó en los penales. Estuvo cerca de perderlo de la peor manera porque no creció, no lo definió y se desarmó, para terminar jugando con mucha fragilidad. Cuando dejó de mostrarse voraz y eligió sobrevivir, Belgrano se le fue encima con un alambre y dos palitos, liderado por Pablo Vegetti, uno de los pocos jugadores que entiende que la cultura pirata es no rendirse nunca.
Entonces, el mismo Belgrano que arrinconó a Talleres y le empató de manera angustiosa, después perdió desde los 12 pasos y no sabe si tiene más peso la buena noticia de haber reaccionado o la otra, que lo dejó con las manos vacías. Porque no es sólo haber perdido, sino haber jugado muy mal casi toda la noche, sin un diseño que calme ansiedades en la tribuna pensando en el torneo, que empieza en breve. Al contrario: la caída en el clásico duele pero es más profunda la preocupación cuando se toma conciencia de la precariedad de la respuesta futbolística. En el final, la reacción y la vergüenza deportiva le devolvieron orgullo al sentimiento celeste, pero lo otro no es un invento y debe ser considerado.
Jamás son amistosos
En tiempos de pretemporada, los partidos así nunca son amistosos sino, mejor, “no oficiales” y terminan muy cerca de la certeza de que suman poco y restan mucho. Tienen un marco imponente afuera y una puesta en escena de una absoluta mediocridad adentro de la cancha. ¿Alguien puede negar que el juego de Talleres, su fútbol, su funcionamiento, lejos está de conformar? Que levanten la mano los que creen que en este nivel, la “T” podrá repetir el buen desempeño de los últimos años… No se trata de privar de tiempo de trabajo al proyecto de Ángel Hoyos, ni de cuestionarlo con un rigor exagerado: la realidad es que el futuro ya llegó y se acabó el tiempo de los ensayos y los preparativos. A Belgrano debió ganarle con mucha más amplitud, hacer valer la categoría de sus jugadores y reflejar con nitidez la diferencia de divisional en la que juegan. ¿Y qué pasó? El mismo equipo albiazul que en el primer tiempo dejó ver algunos rasgos de personalidad en el pase, en la organización y en la fluidez desde la tenencia de la pelota, después extravió un tema de concepto que no se le perdona a los que son de primera: para ser importantes, para ganar cosas, no se debe permitir que un equipo inferior le falte el respeto y le embarulle la historia.
Si hay algo que la gente celeste exige a sus hombres, es que se deje el alma en la cancha. Eso suele ocurrir, aunque con correr ya no alcanza. Es más, cualquiera corre, porque el asunto más determinante no pasa por transpirar mucho sino por darle armonía a los movimientos. Los pelotazos ciegos para Vegetti son condenatorios y maltratan al mejor delantero de la divisional. ¿De qué juega Zapelli? Ese chico está llamado a ser el eje del equipo, pero le seguirá costando sostener y mejorar su influencia en el juego si se tira por afuera y sale del eje del capo: es allí, por adentro, donde los partidos son más incómodos y debe hacer pesar su inteligencia, su manejo y su capacidad para limpiar la cancha con un pase o una gambeta.
Tanto le costó a Belgrano hacer tres toques seguidos, que rápidamente cayó en la tentación de tirarla larga para cortar camino renunciando a toda posibilidad de convertir los avances en ataques.
Por momentos, en ese asunto Talleres marcó un contraste porque mantuvo la esencia de sus movimientos en función de la pelota, con Méndez, Villagra y Garro manejando las decisiones más importantes. Entre ellos hay un triángulo donde se juega con mucha naturalidad y el pase brota como consecuencia de la movilidad y la precisión a dos toques. Pero lo colectivo no logra solucionar el aislamiento de Santos, ni las discretas prestaciones de Fértoli y Valoyes. Hay mucha diferencia entre Enzo Díaz y Martino, y la falta de Nahuel Tenaglia ya provoca suspiros y nostalgia.
La verdadera utilidad
Dentro de dos días, nadie hablará del resultado y tanto el empate 1-1 como los penales serán una anécdota. Los hinchas saben que estos clásicos marketineros exponen a los jugadores y a los entrenadores de una forma prematura e innecesaria. Para la hora de la verdad, no falta prácticamente nada: habrá que ver si la inyección anímica de ganarle a la “B” resulta suficiente para que Talleres tome confianza y eleve el nivel que mostró en los partidos previos a la competencia oficial. Haber asustado un poco a la “T”, ¿será consuelo en Alberdi pensando en que para ascender, el equipo debe mejorar muchísimo en casi todo?
Mientras tanto, pasó otro clásico. El alto voltaje emotivo no se discute; la lupa queda en determinar cuál es la verdadera utilidad de exámenes así, en el que los triunfos son relativos y las derrotas pueden ser definitivas.