El Belgrano que se anima a jugar

Desde hace unas semanas, el equipo trata mejor la pelota, se para con menos ataduras defensivas y apuesta por un ataque organizado. Los resultados lo acompañan como consecuencia de una notable mejoría en el nivel de juego.

Maduración y evolución son dos conceptos que se han instalado en la piel de Belgrano en las últimas semanas, en un proceso de cambio de identidad que, de a poco, pareciera dejar atrás la estructura rígida de comienzos de campeonato para presentarse a los partidos con recursos más imaginativos y técnicos.

Belgrano queriendo jugar no es una cuestión estética sino operativa; va más allá del paladar. Se trata de decisiones del entrenador que lo acomodaron diferente y movieron las bases de una formación que pisó primera división gobernada por el objetivo del “no error”. Ahora, no reniega de la pelota y la quiere. Se anima a manejarla. Explora sectores fértiles de sus posibilidades, que antes quedaban postergados por la prioridad de la defensa a ultranza.

Ir más allá

Como jugar con cinco defensores le salió bien en las primeras fechas, el entrenador se aferró a esa receta hasta sacarle el máximo provecho. Cerrar espacios desde atrás fue un problema mayúsculo para algunos adversarios y se generó un clima de confianza apuntalado por los buenos resultados. Sobre todo, el 0-0 contra Racing en Avellaneda y el 2-1 frente a River, en Córdoba. A partir de los hechos consumados (y no tanto por lo medular del funcionamiento), se le sacó lustre a una idea que históricamente merodea el cielo de Alberdi: la cultura del músculo no se negocia.

La cuestión es que ese modelo se quedó rápidamente sin nafta y el equipo entró en una meseta crítica, vacío de argumentos, porque no creció en el juego, fue superado con nitidez por varios rivales y los números comenzaron a complicarse. ¿Entonces?
Tener la pelota, construir juego, desarrollar la capacidad de pase y moverse de forma coordinada, son gestos que huelen a fútbol de ataque, pero también hay implicancias defensivas. Un equipo que se protege desde la posesión y la circulación, cuida mejor a sus defensores y les permite descansar. Cuando hay entidad para manejarla, las responsabilidades no se diluyen ni quedan liberadas a la interpretación de los que tienen más personalidad: entonces, cada uno puede hacer su trabajo sin tener que multiplicarse, con el corazón en la mano.

La lupa

Nahuel Losada es un arquero que da confianza y no comete errores. Cuatro atrás, con marcadores de punta renovados. Un volante central posicional, para patrullar de forma transversal. Tres mediapuntas, con herramientas complementarias: Ulises Sánchez, el bombero solidario, el compensador capaz de recuperar y atacar; Matías García, el orfebre de la zurda fina, con pausa y aceleración; y Bruno Zapelli, el del freno, la media distancia, el pase quirúrgico y el movimiento hacia adelante que destroza defensas. Arriba, la vigencia de Vegetti, ahora con el aporte clave de Franco Jara, un delantero con juego asociado, oficio en el área e inteligencia para alternar con Pablo en la zona más caliente.

El pase, ese eslabón imprescindible en un juego de asociaciones, como es el fútbol, puso García y Zapelli en un espacio intermedio para recibir cada salida, armonizar los desplazamientos y liberar a los compañeros del arte de crear algo. Dejó de ser necesaria la obligación de convertir a los laterales en delanteros (de poco efecto arriba y mucho riesgo en el retroceso); Longo volvió a ser Longo para comerse la mitad del campo en los achiques, la recuperación y la distribución corta. Atrás, Rébola y Godoy tuvieron otro panorama porque la pelota dejó de rebotar para volver enseguida. Y arriba, entre Vegetti y Jara comenzaron a recoger los beneficios, porque el equipo ahora los acompaña más y mejor, con presencia por afuera para darle variantes, y por adentro, para acercar la pelota en forma de toque y triangulación.

En los partidos recientes, Belgrano tuvo momentos buenos, otros muy buenos y algunos de merma cuando eligió parecerse mucho a su versión austera, que no entendía el juego si no era tirándole un adoquín al “9” para que se las arreglara solo. Más allá de los goles y de los triunfos, que pueden ser circunstanciales, lo que se destaca y se rescata es la apertura que generó el cambio de fisonomía. Esta lectura no es un capricho, sino que hay evidencias que muestran la rentabilidad de jugar de otra manera: la autoestima es fundamental para animarse a crecer. El mismo fútbol, que sigue avanzando hacia la precarización absoluta, se rinde cuando aparecen los jugadores que rompen los esquemas. Al menos, Belgrano probó que hay vida más allá del sacrificio y el esfuerzo: darle la pelota a los que saben más no es un hecho rutinario, sino un gesto de supervivencia que le puso luz a su juego.