Cuando me dijeron que se había inventado algo llamado VAR y me explicaron que llegaba para traer justicia al fútbol, estuve de acuerdo. Me parecía una gran idea que llegara algo así para salvar a un deporte miles de veces manchado por la corrupción de árbitros y dirigentes. Millones de amantes del juego limpio compartían ese parecer.
Fuimos unos ilusos inocentes: el VAR, lejos de ser un medicamento que cura, no tardó en convertirse en un veneno que está matando al más apasionante de los deportes.
¿Cuántos partidos como el que ayer River le ganó a Palmeiras hacen falta para darse cuenta?
No se trata de cuestionar si lo que decidió el VAR está bien o mal; la cuestión pasa por la oportunidad de su utilización. La “letal herramienta”, que quita las ganas de ver este deporte, se utilizó tres veces en el partido, las tres para perjudicar al equipo argentino: en la primera le anularon un gol, en la segunda le quitaron un penal ya cobrado por el árbitro y en la tercera lo privaron de otro penal.
Suponiendo que en los tres casos el VAR decidió en forma correcta, hubo otras dudas que tuvo el juego y que hubieran favorecido a River pero no pasaron por ese tamiz de la “legalidad” que deja tranquilo a los que deberían amar a otro deporte más matemático que a esta pasión que nos enloquece.
Lo de River pudo ser épico, pero se lo privó ese invento con el que nos han engañado a los amantes del fútbol. Todo lo demás es puro cuento, el fútbol no merece semejante flagelo.
El VAR está matando al fútbol ¿Lo vamos a dejar?