Belgrano y Talleres se dieron un abrazo

Regalaron un partido de alto contenido emotivo, que terminó 1-1. El empate fue un negocio satisfactorio para ambos porque premió el primer tiempo de uno y el complemento del otro. ¿Fue justo? Si y no: en gran medida, la culpa fue de los arqueros.

Belgrano y Talleres quedaron mano a mano, en un clásico que ofreció momentos de lucha, otros de buen juego y espacios para que se atacaran con lo que tenían y como podían. Entre el hervidero que fue Belgrano en la primera mitad atropellando a Talleres y convirtiendo en intrascendentes a sus hombres más importantes, y la respuesta del Matador en el segundo tiempo reconciliándose con la pelota, se armó un partido que calificó discretamente en lo técnico, pero resultó de alto voltaje en el clima de lo emotivo.

Hubo 10 situaciones de gol: tres para Belgrano (incluido el gol de Pablo Vegetti) y siete para Talleres (considerado también el empate de Nahuel Bustos). ¿Talleres mereció ganar? ¿El triunfo le quedó lejos a Belgrano? En el amplio abanico de respuestas, que necesita auscultar lo que hicieron bien y cuánto influyó en el juego, quedó en claro que, si los dos arqueros tuvieron un rol destacado, es porque el partido pudo ofrecer más cantidad de goles.

Talleres tuvo más y mejores chances de gol, pero Belgrano pegó primero y dispuso de la oportunidad de encaminar el partido, cosa que no pudo cristalizar.

Alberdi hirviendo

Belgrano avisó dos veces: primero con un tiro libre de Compagnucci, que Guido Herrera sacó volando contra un palo; luego, con una tapada formidable del arquero achicando espacios sobre una dubitativa definición de Hesar. Cuando Vegetti sacó lustre a su bronce de goleador, lo hizo mostrando por qué es tan importante: zafó de los agarrones de Lucas Suárez y anticipó a los estáticos Matías Catalán y Juan Portillo. Su gol sacudió al Gigante y movió el tablero.

¿Qué le pasó a Talleres en el primer tiempo? ¿El entorno condicionó su juego? Lo concreto es que Belgrano lo incomodó rodeando a Villagra, aislando a Garro y desconectando los pases profundos para que Sosa y Valoyes pudieran acelerar por afuera. Todo mérito de un equipo que siempre supo que su corazón caliente debía gobernar las acciones porque, a partir de aceptar sus limitaciones, comprendió la necesidad de ser prepotente futbolísticamente para minimizar los riesgos de ser atacado. No solo eso: Belgrano se puso 1-0 y le tiró toda la presión al más pintado.

Sin armado, sin asociaciones, sin freno y arranque, Talleres fue limitado para responder.

A jugar sus cartas

Muchas cosas cambiaron en la versión de la “T” que salió a jugar su verdad en el complemento. Lo primero y más evidente, es que comprendió que Belgrano se lo estaba devorando en el liderazgo y en la generación de climas para jugar: la pelota no salía de algunos laberintos llenos de asfixia y presión, como querían los celestes. Lo segundo y fundamental, fue trazar un nuevo mapa de crisis para mover a Belgrano más cerca de Losada e inventar algunas calles que permitieran la fluidez de toques que lo hacen crecer.

Los ingresos de Nicolás Pasquini (por Juan Portillo) y Nahuel Bustos (por Ulises Ortegoza) lo revitalizaron. Pasquini sintonizó rápidamente los tiempos para adelantarse, complicar la espalda de Gabriel Compagnucci y ser opción de pase hacia adelante. Entonces Villagra fue Villagra, cabeza levantada, para activar a sus compañeros,y los velocistas Sosa y Valoyes hicieron valer su aceleración letal.

El gol monumental de Nahuel fue la consecuencia de ese juego de intereses, en el que Talleres desequilibró con su poderío hacia adelante, con variantes, movilidad, cambio de velocidad, apertura de cancha y presencia intimidante por adentro. Esta vez, la entrada de Bustos no fue por Michael Santos, sino que Talleres se organizó con uno + el otro: el equipo acusó recibo, porque Santos mantuvo a raya a los centrales de Belgrano y Nahuel se dedicó a forzar y explotar las grietas a espaldas de Longo, sin la obligación de pararse de punta.

Al golazo del empate, le sucedieron un centro de Catalán, que Bustos no pudo cabecear a la red; y un latigazo del propio Nahuel, que el arquero Losada desactivó abajo, contra un palo. Cada corrida de Sosa y/o Valoyes destartaló defensivamente a un Belgrano que se quedó sin energía para seguir cortando y sin recursos para defenderse con la pelota.

Correr ya no fue suficiente

Aquella exuberancia física que puso a Belgrano en dominador, resultó insuficiente cuando Talleres empezó a jugar. Condicionado por sus limitaciones y sostenido por el empuje de la gente, la “B” se sinceró a la resistencia y recortó toda expectativa de gol a una corrida suelta, que terminara en un centro para la cabeza de Vegetti.

Por sus méritos en el primer tiempo, por el sentido de la oportunidad del 1-0 parcial, por haber invisibilizado a Villagra, Garro, Sosa y Valoyes durante largos ratos, Belgrano respiró profundo, aceptó que aquello fue importante pero no decisivo y firmó el empate.

Talleres aceptó su palidez inicial, hizo la autocrítica necesaria a tiempo y le puso el gancho al reparto de puntos, aunque íntimamente supo que dispuso de las posibilidades de ganarlo por la levantada del final.

A los dos, el empate les resultó rentable: con debilidades y fortalezas, se pusieron a prueba en diferentes escenarios y aprobaron. El punto les alcanza para seguir arriba y certificar que tienen dos de los mejores arqueros del fútbol argentino.