El arquero que fue varias veces campeón con Vélez y brilló en Newell’s se animó a llegar a un club donde sabía que sería suplente, hasta que lo metieron en un partido clave y le alcanzó para ser otro héroe en la historia albiazul.
Los hinchas de Talleres recordarán siempre al 22 de junio como el Día de San Aguerre, aunque todo pasó una noche.
Cuando Alan llegó a la “T”, no fueron pocos los que se preguntaron cómo es que un arquero que fue varias veces campeón con Vélez y que tuvo rachas invictas con Newell’s y la mejor atajada de la Superliga en 2019 se metía en un club donde iba a ser, inevitablemente, suplente, porque el arquero que ya tenía la institución no sólo era titular indiscutible sino también capitán y referente.
Pero el muchacho de 32 años se vino lo mismo a Córdoba, se sentó en el banco y espero su oportunidad. Y cuando al técnico portugués se le ocurrió ponerlo de entrada en un partido clave y le dio pista, él se la devoró. Aprovechó al máximo la oportunidad de anotarse en el corazón de los albiazules.
Metió varias atajadas claves en el primer tiempo para avisar lo que venía: un segundo tiempo donde fue la figura excluyente que salvó a un Talleres dubitativo y que no encontraba su rumbo.
Cuando el equipo parecía naufragar en las aguas heladas de la noche salteña, Alan encontró una brújula con el norte del fútbol al revés, y con esa herramienta supo cómo llevar la nave a la victoria, aún en aquellos mares de la agonía que implica la más terrible defición que tiene este amado deporte.
Sacó pasaje a los penales con un atajadón que quedará en el álbum de los mejores de la historia y se lució en esa definición con dos atajadas y con la presencia fuerte bajo los tres palos para que los rivales malogren otros tantos.
Así, entre la ocurrencia de un técnico que lo eligió para el momento justo y las virtudes de un muchacho de cara triste pero que supo hacer feliz a la hinchada, se armó la noche de San Aguerre, aunque los hinchas de Talleres la recordarán siempre como el Día de San Aguerre.