Hay resultados que son disciplinadores. El fútbol de Córdoba está en una etapa de aprendizaje y desarrollo, que necesita actitudes como las de Instituto contra Independiente y Boca; Talleres contra todos pero especialmente Barracas; y Belgrano en Santa Fe. Nadie regala nada, pero cuando hay equipos bien parados que saben jugar, los objetivos quedan más cerca.
Hace muchos años, a un joven Marcelo Bielsa le causaba mucha curiosidad el efecto del miedo en los planteos de los equipos de fútbol. Quería conocer cómo era capaz de limar la confianza de un jugador y de qué manera, ya con una mirada colectiva, las inseguridades de los entrenadores proyectaban nubarrones sobre las capacidades de los futbolistas. Bielsa quería llegar a ese espacio profundo en el que se razona el juego entre fantasmas.
El que dice que no siente miedo, miente. La cuestión es convivir con él, aceptarlo como algo natural ante lo desconocido o lo que cree superior, y trabajar para superar sus consecuencias. Evidentemente, todos tenemos miedo. Un futbolista enfrenta muchas situaciones de alta tensión, con consecuencias de diferente nivel. Es inevitable que su autoestima sufra riesgos. Incluso, hay rituales que generan una sensación de seguridad y ayudan a soportarlo. ¿Hay alguno que no tenga cábalas, por ejemplo?
Bielsa focalizaba en lo psicológico y prefería esquivar lo esotérico. Si un jugador se siente mejor llevando una estampita en la canillera, pues que la use. Y si otro percibe que le irá mejor si pisa la cancha primero con el pie derecho, sencillamente que lo haga. La cuestión es qué ocurre si no se cumple con el ritual… ¿Hay derrota segura? ¿Hasta dónde puede la seguridad convertirse en un problema que depende de anabólicos mentales, para mantener el espíritu en alto?
A Marcelo no le interesaba la anécdota sino la respuesta para comprender por qué hay equipos con buenos jugadores, que se atrincheran pensando en ganar desde la especulación, con aspirantes a triunfos que ignoran los procesos que los conducen a ellos. No se trata de “ganar jugando mal / perder jugando bien”, porque es una discusión ridícula que no lleva a ningún lado y no merece ni una palabra más. El tema es de qué forma el miedo cala los huesos y genera que haya límites que el propio protagonista se impone.
Superemos lo estético y analicemos lo medular: ¿se puede ganar sin atacar? Primera respuesta, absolutamente no. El orden, la creatividad, la práctica, la repetición, la solidaridad, la responsabilidad, la generosidad y el esfuerzo son insumos que sostienen a los equipos que ganan cosas importantes porque los administran aplicando un factor clave: la inteligencia. No todos los jugadores deben ser malabaristas, pero sin conducción e ingenio, el fútbol dejará de tener sentido.
Por alguna razón que no descifraba del todo Bielsa y tampoco hemos logrado presentar con claridad en todos estos años, a los clubes de Córdoba les ha costado muchísimo creer en su poderío y parecerse, al menos un poco, a lo que ocurría en los 70 y en los 80, cuando Boca y River pasaban por las canchas de Talleres, Belgrano, Instituto y Racing, y más de una vez se iban con las manos vacías. ¿Miedo, complejo de inferioridad, falta de preparación? ¿Qué fue y qué es? Porque resulta que Instituto va al frente contra Independiente en Avellaneda y casi le gana. Y unos días después, le mojó la oreja a Boca y enmudeció a la mítica Bombonera. ¿Tan difícil era? Mientras tanto, sobran las imágenes de nuestros equipos abrazados a la felicidad de un empate heroico y hasta de derrotas dignas.
Subestimación contra evolución
El concepto que mejor define lo que hoy viven Talleres, Belgrano e Instituto es evolución. También les ocurre a Racing y Estudiantes de Río Cuarto, aunque transitan instancias más precoces. Lo que Talleres hizo contra Barracas (3-0) y lo de Belgrano contra Unión en Santa Fe (3-0) confirma esta idea del desarrollo y crecimiento, interpretando el juego desde la oportunidad (y la responsabilidad) de apostar fuerte para ganar con solidez.
Barracas vino a Córdoba con el aura de ser el equipo más beneficiado por los arbitrajes y, en 45 minutos, llenó el aire del Kempes de fastidio y sospechas. Talleres debió elegir y lo hizo muy bien, porque en vez de caer en la tentación del rezongue y la victimización, jugó al fútbol y expuso a las miserias futbolísticas a un rival que solo vio al arquero Guido Herrera en una foto. Entre Rodrigo Garro, Ramón Sosa y Michael Santos, más el aporte del resto, diseñaron un 3-0 que puso las cosas en su lugar, con una lección indeleble: hay que hablar menos y jugar más. Si Talleres lo comprende, dejará de ser noticia verlo arriba, peleando con los “carteludos”.
Belgrano fue otra saludable realidad en Santa Fe. El entrenador Guillermo Farré movió las fichas para seguir distanciándose de aquella versión del equipo de comienzos de campeonato, gobernada por la idea del “no error”, con cinco defensores y un utilitarismo exasperante que condenaba a Pablo Vegetti a renunciar a su condición de delanterazo, para quedar reducido a fabricante de córners. Ya se venía insinuando este gesto de descomprimir las ataduras con una mayor dosis de juego, sostenida por futbolistas con la posibilidad de dar dos o tres pases. Entonces, más allá de las circunstancias, ganar fue posible. Con Bruno Zapelli encontrando su lugar como media punta y la presencia del “Caco” García para devolver una pared con cualquiera, se produjo el efecto contagio. Ahí está el ejemplo: Belgrano (se) demostró que puede jugar mejor. Cuando el rendimiento colectivo es elevado, los jugadores que no se animan toman coraje y crecen, pero además hacen su trabajo sin asumir responsabilidades de otros. Entonces, el arco queda más cerca y ya no es tan importante pensar que solo corriendo se puede llegar al triunfo.
Lo mejor que le pasó al fútbol de Córdoba esta semana fue la certeza de que desde la fe, se tomaconciencia del potencial que hay. Los ejemplos de Talleres, en su contexto, y Belgrano, en el propio, refuerzan la idea de que al miedo se lo diluye cuando hay procesos serios que permiten que al fútbol se lo juegue.