Una reflexión sobre el asesinato de Fernando Baez Sosa y los canales que condujeron a sus victimarios a perpetrar el crimen.
El señor que anda cortando el pasto por mi barrio me dijo: “a estos tipos hay que mandarlos a hacer trabajos forzados…”.
Otro señor, dirigiéndose a nosotros, los periodistas, escribió en sus redes: “La idea que mucho de ustedes tiene en relación a lo que habría que hacer con los rugbiers que mataron a Fernando Baez Sosa se asemeja bastante a la idea que los rugbier tuvieron para asesinarlo”.
Esa misma persona sostiene: “El deseo de ver muerto al asesino sólo garantiza la continuidad de los asesinatos, pues legitima la muerte como una manera de gestionar dolores”.
Nadie en su sano juicio quiere ver muertos a los asesinos de Fernando. En todo caso, coincidimos en que, una vez probadas las responsabilidades que tuvo cada uno, les caiga encima todo el peso de la benigna ley de la que disponemos.
A propósito del juicio que está en pleno desarrollo, nosotros recordamos el resonante caso Spedale. Para poner de relieve que todos los que participaron de uno y otro modo en ese crimen alevoso, hoy ya no están más en la cárcel.
Leyendo una autocrítica de Agustín Pichot, quizá el más grande ídolo de rugby junto con Hugo Porta, me pareció interesante sumarlo al debate sobre la violencia que está fuertemente instalado en nuestra sociedad.
“El gran problema es que se naturalizó”, dice Pichot, y recuerda que, en su juventud en plena formación de deportista, “íbamos a pelear al boliche Ku de Pinamar y nos parecía divertidísimo”
Hoy, admite que “el gran problema que hemos tenido como deporte, es no haber diferenciado lo bueno y malo, haber naturalizado la violencia”.
Y va más allá Pichot, cuando reflexiona que hay “valores” que no se aprenden en una cancha de rugby, fútbol o básquet, sino que se transmiten en el hogar.
Su confesión es desgarradora: “Yo nunca dejé que me bajen la línea de los valores, para eso está mi mamá y mi papá, antes de los valores. Ya de chico cuando me hacía el canchero me decían ‘no esto, no esto, no esto, no esto, no esto’. ¿Por qué tratas mal a tu hermana? ¿Por qué le gritas? ¿Por qué le pegas a tu hermana? Viste cuando sos chiquito que te ponen los límites… Tocar a mi hermana, se acababa el tema, no había vida para mí.
“Entonces, creo que el rugby naturalizó muchas cosas que estaban mal. No son los valores. Naturalizamos que en un bautismo te caguen a trompadas, que te muerdan hasta que no te puedas sentar, a mí me pasó, les hablo de la experiencia mía. ¿Sabes cómo estaba? Me mordieron la cola, un cachete, una persona de 130 kilos que tiene una mandíbula diferente y te agarra y parece un dogo, no me pude sentar por cuatro días, de verdad te lo digo, no sabes lo que me dolía. Todo el bondi riéndose. Cero gracioso. Me cortaron todo el pelo, que yo amaba mi pelo, no tiene nada de gracioso, naturalizas”.