El verso de “ganar a lo Belgrano”

El triunfo 2-1 sobre Estudiantes de Caseros se cristalizó en los instantes finales, con dos goles que fueron la consecuencia de buenas decisiones y juego lúcido. Entonces nos preguntamos si quedarse en la idea del esfuerzo y la lucha, como herramientas predilectas, no termina limitando al equipo.

En Alberdi, los corazones laten de una manera única y alcanzan su esplendor sólo cuando la alegría llega necesariamente después de una alta dosis de sufrimiento. Si no se sufre primero, nada es igual: es como una vacuna complementaria que necesita la primera aplicación para hacer efecto.

El triunfo 2-1 sobre Estudiantes de Buenos Aires puso sobre la mesa toda una discusión filosófica que se alimenta con (algunos) hechos: “ganar a lo Belgrano” enciende pasiones, rebela a la multitud, le pone fuego al juego y tiñe las historias de un aura épico, que emociona a todos.

Convivir con la angustia de una derrota hasta los minutos finales para empatar y, ahí nomás, meter el gol heroico del triunfo, convirtió al Gigante en un hervidero en el que las lágrimas y los abrazos llegaron sin pedir permiso. Porque es así: pocas cosas movilizan tanto, como el fútbol en ese estado afectivamente puro.

La gente se fue cantando y haciendo larga la noche, en una sobremesa que exigía paladear el proceso que partió de la ansiedad, la preocupación, el fastidio y hasta el enojo, para proyectarse en la alegría incomparable de un triunfo que llegó haciéndose rogar. Como la vida del tipo que trabaja todo el día, el dinero nunca le sobra y la felicidad demora en aparecer…

“Ganar a lo Belgrano”, es la cuestión. Se dijo en la cancha, rebotó en los rincones del barrio y se reflejó en los medios de comunicación. Caso cerrado. ¿Caso cerrado?

El mito relativo

¿Qué es “ganar a lo Belgrano”? Inicialmente es un concepto abarcativo sobre una manera de vivir, sentir y ejecutar el arte del fútbol. En ese club se perdona cualquier cosa; menos la indiferencia, el desgano, la falta de compromiso… Incluso, en esa cultura hay antídotos para aliviar las derrotas, siempre y cuando sean dignas. A esa dignidad, se la construye con actitud, sangre caliente y tirarse de cabeza, si es necesario.

Existe un fenómeno químico que identifica a la gente con aquellos jugadores capaces de interpretar una regla vigente pero que no está escrita en ningún lado. Así como Talleres tiene una sensibilidad mayor por los jugadores de técnica depurada, Belgrano se siente a gusto lleno de barro, dientes apretados y la multitud rugiendo atrás de un gladiador.

Sin embargo, hay sobrados testimonios que desactivan una parte de ese mito: José Luis Villarreal, Luis Sosa, Germán Martellotto, Miguel Laciar … ¿eran luchadores? En la vereda albiazul, Rodrigo Burgos, Gustavo Lillo, Federico Lussenhoff, Julián Maidana… ¿eran galera y bastón? Vemos que varios de los jugadores más aplaudidos en Alberdi y Barrio Jardín, respectivamente, desmienten o debilitan (un poco) aquella idea madre porque, en realidad, se trata de muy buenos jugadores, con una personalidad abrumadora que les permitió establecer una conexión indeleble con la tribuna. Más allá de sus características.

Ir al frente

En Alberdi, las exigencias estéticas son menos rigurosas, es cierto. Mientras el equipo vaya al frente, hay crédito, se lo espera. Si el ataque es precario pero la recuperación o la marca incluyen algún revolcón, se aguanta. El tema es cuando la gente se enamora de ese mensaje y empieza a creer que “jugar bien” no es necesario: el jugador se contagia; acepta que puede cortar camino y se confunden los conceptos. Más aún, cuando no hay firmeza en la defensa de una propuesta de juego colectiva y se cae en la tentación de creer que todo debe hacerse corriendo, porque con eso alcanza y la gente aplaude.

Frente a Estudiantes, Belgrano se hartó de jugar “a lo Belgrano”, sin distinguir entre jugar bien (desarrollar una idea y cumplir un objetivo) y jugar lindo (inspirar el aplauso fácil). En vez de abrir la cancha, la cerró; en lugar de apostar por la generación de juego, eligió el pelotazo largo y previsible. Estudiantes le presentó todo el rigor del ascenso bonaerense, para hacer su negocio: fingir lesiones, exagerar las pausas, demorar todo, discutir, calentar, provocar, tirarse al piso… y meterle un gol aprovechando que los defensores de la “B” se olvidaron de marcar y sólo se dedican a abrazar y empujar.

Con lucidez, los jugadores que ingresaron en el segundo tiempo para intentar ser la solución rescataron a Belgrano de lo que parecía una derrota inexorable.

Después de un buen rato de “jugar a lo Belgrano” y entrar en la espiral de resolver todo empujando y chocando, quedó en claro que así no le iba a alcanzar. El equipo de Guillermo Farré quiso salir del caos con más caos. Sin la capacidad de involucrar en el eje a Bruno Zapelli y con Longo parado para armar, la pelota empezó a pasar por los marcadores de punta, dos muchachos voluntariosos (Barinaga ni Oliver) pero sin los recursos para salir de la oscuridad.

¿Entonces? Pasado de vueltas por querer empatar, Belgrano fue generando una sensación térmica de presión y ataque cuando, en realidad, sólo estaba germinando lo contrario: fue acercándose a las peores condiciones para jugarse las últimas fichas, con movimientos desordenados que le impidieron crecer y desnudaron espacios libres atrás.

Para la charla en el bar

¿Cuál es el final de toda esta historia? La esencia del “ganar lo Belgrano” quedó para la charla en el bar: el empate no fue yendo todos a cabecear, sino en la mejor jugada colectiva en toda la noche. Miño la trajo por el medio y ante la falta de pase, eligió cuidar la pelota y abrió hacia la izquierda para Ulises; Sánchez “limpió” un callejón hacia adentro, buscó a Susbielles y comenzó la aceleración; Tomasetti, con un toque exquisito, puso a Comba en la posibilidad de elegir entre tocar hacia la derecha para Vegetti (estaba desmarcado pero fuera de juego) o pegarle al arco. Y le pegó, nomás. Golazo, premio a la decisión de apostar por la circulación y la triangulación en velocidad, con la magnífica definición de Comba. O sea, cuando dejó de chocar, Belgrano encontró el empate. ¿Cómo? Jugando, pensando, concibiendo la velocidad con precisión, la fórmula que nunca falla, pese a que el tiempo se terminaba.

El segundo también tuvo su cuota de cerebración, en medio de la locura porque la gente empujaba y quería meterse adentro del arco de Estudiantes. Susbielles, de espaldas al arco, sacó la pelota del área y buscó la llegada de Ulises, profundo sobre la izquierda. Sánchez volvió a ser determinante: en una fracción de segundo, imaginó la mejor solución. Desborde y centro llovido, sobre el segundo palo, donde Miño llegó solito para cabecear a la red, mientras a Tomasetti le cometían penal.

¿Conclusión? Sólo los momentos de lucidez, con jugadores que ingresaron en el segundo tiempo para intentar ser la solución a parte de los problemas, rescataron a Belgrano de lo que parecía una derrota inexorable. No ganó sólo desde el esfuerzo, sino que lo hizo mirando un poco más allá de ese concepto que lo limita, lo condiciona y lo pone en oferta. “Ganar a lo Belgrano” terminó siendo un verso, una referencia romántica porque, como siempre pasa, en el fútbol tiene más posibilidades de ganar el equipo que juega mejor. Y a la hora de la verdad, el buen juego y las decisiones acertadas salvaron a Belgrano.