Análisis sobre la realidad de los clubes cordobeses.
Sin estimar de manera equivocada el rol de los que orientan a los equipos, es evidente que la mayor diferencia entre Talleres, Belgrano, Instituto y Racing está en los jugadores de sus planteles. La calidad se impone a la cantidad y ayuda a entender el presente de cada uno.
Sí es cierto que el primer fusible que salta es el entrenador cuando los equipos de fútbol no funcionan: en Instituto se fue Lucas Bovaglio y llegó Diego Dabove; mientras que en Racing, Carlos Bossio le dejó su puesto a Diego Pozo. Ambos casos certifican la vigencia de esa ley que gobierna un mundo resultadista que dramatiza la derrota a niveles exagerados y pondera los triunfos como al aire que respiramos.
Como no se puede despedir a un plantel entero, el camino más corto es indicarle la puerta de salida al técnico. Se trata de una regla perversa porque, llegado el caso, el fracaso debería incluir a quien lo contrató… ¿O no?
Con crisis transitorias y todo, Talleres y Belgrano lograron dejar atrás los momentos más difíciles en los proyectos de Javier Gandolfi y Guillermo Farré, cada uno con sus herramientas, contextos y paladares, para afrontar desafíos que exigen resultados en cada partido, porque en el torneo argentino no hay garantías de nada.
La interrupción de las gestiones de Bovaglio (en Instituto) y Bossio (en Racing) fue la consecuencia de una convivencia traumática entre lo romántico y lo pragmático, desde la gratitud por haber logrado objetivos mayúsculos (subir de categoría) y la realidad de ver a sus equipos jugando mal, con números oscureciendo sus respectivos panoramas, en una divisional y otra. ¿Cuánto tiempo se le debe agradecimiento a los entrenadores que lideraron el ascenso? ¿Despedirlos es la solución mágica? Lo cierto es que la salida de un entrenador provoca una reacción sobre todo anímica, que alimenta la idea de que las cosas pueden mejorar.
La calidad
Lo que sostiene el rendimiento de los equipos mucho depende de las decisiones del técnico, pero conviene tener a la vista el factor clave, determinante e inevitable: la calidad de los jugadores. ¿Cuánto más puede rendir Racing de la mano de Pozo, si los jugadores son los mismos que con Bossio no crecieron? Con Dabove ¿será que Instituto logrará que sus futbolistas ahora den dos pases bien?
Así como la renovación de la cabeza de grupo puede ser un estimulante que active la motivación, la realidad indica que con buenos jugadores es más fácil imaginar objetivos elevados. No todo es voluntad, correr y meter: en algún momento de los partidos, un buen jugador mejora al discreto y no al revés. Los equipos de perfil técnico alto tienen más posibilidades de decidir mejor que los otros, que se destacan por el esfuerzo. Tanto en Racing (en la B Nacional) como en Instituto (en primera) hay un desfasaje entre lo que se le exige al futbolista y lo que éste está en capacidad de ofrecer. Llegaron muchos a comienzos de temporada, pero pocos han sido los que han rendido de acuerdo con las necesidades.
Entonces, definitivamente Talleres está donde está porque sus jugadores han logrado evolucionar sobre una idea y lo individual le dio valor agregado a lo colectivo. Si el equipo anda bien, todos se lucen; si el equipo no anda bien, siempre hay alguno que puede corregir la historia desde sus recursos. Guido Herrera, Rodrigo Villagra, Diego Valoyes, Rodrigo Garro, Ramón Sosa y Michael Santos son llaves que hacen la diferencia e impulsan el rendimiento de Talleres.
Cuando las “papas queman”, Belgrano necesita imperiosamente de sus extremos: entre Nahuel Losada y Pablo Vegetti está la explicación más rica para comprender por qué un equipo que generalmente juega de manera discreta tiene semejante cantidad de puntos. A la hora de las decisiones finas que pueden rescatarlo de partidos complicados, queda rehén de muchos hombres a los que les cuesta dar el nivel de primera división y entra en un laberinto en el que todos corren, pero pocos gestionan soluciones de fondo.
Hoy, está claro que cada uno tiene su propia historia y le apunta a horizontes diferentes. En el proceso evolutivo, siempre será el jugador el que marque la cancha, más allá de que sean los entrenadores los que decidan quién juega. De poco servirá que la gente se enoje, si el jugador da todo lo que tiene y eso resulta insuficiente.