Belgrano, Instituto y Talleres ganaron aprovechando el efecto del poder de gol. Así resolvieron partidos que se les presentaban muy complicados y se encaminaron hacia tres victorias de un alto valor.
Los triunfos de Belgrano (2-1 contra River), Instituto (2-0 ante Unión) y Talleres (2-0 frente a Atlético Tucumán) dispararon un clima de orgullo y satisfacción en el radar futbolístico de Córdoba porque hacía muchos años que no se producían tres triunfos alineados, en Primera División. Los tres, a su modo, ratificaron que no hay nada más multiplicador que el gol.
Hay tiempo para evaluar cuál es el valor de estas victorias en el marco del proyecto que cada equipo tiene, aunque ya mismo hay una atmósfera iluminada en la que cualquiera cae en la tentación de soñar. Sin embargo, más allá de los discursos sensacionalistas que estimulan el aplauso fácil de la gente, no hay ninguna certeza que nos indique hasta dónde les alcanzará el capital cuando el torneo avance.
Al menos, con lo que mostraron en las primeras dos fechas. ¿Llegarán a plantearse objetivos elevados? ¿El foco se acomodará a expectativas más modestas? ¿Pelearán el descenso y estos puntos cotizarán oro? ¿Qué tanto pueden mejorar en los aspectos finos del funcionamiento?
Por las circunstancias que les toque, meter triunfos así genera un clima fértil para recibir al equipo en el taller y arremangarse en la gestión de soluciones estructurales. En todos los casos y procurando una mirada general, los problemas de juego y las limitaciones en la producción de soluciones fueron salvados con goles, una receta que corta caminos y aclara todo: los goles abrieron puertas porque la capacidad de meter la pelotita en el arco allanó el camino, movió los factores y permitió administrar los partidos hasta que los triunfos quedaron sellados.
Jugar bien
Uno de los aspectos que siempre se discute en el fútbol es la relación que existe entre el gol y el rendimiento, suponiendo que primero hay que jugar bien para embocarla como una consecuencia. Es decir, el gol como conclusión de un proceso, que se apoya en el desarrollo de virtudes y en la generación de la ventaja. Pero resulta que los goles valen todos igual y, si se producen sin corresponder al nivel de juego, es materia para el café y el intercambio de opiniones filosóficas.
O sea, si un equipo juega mal, o es superado, o el partido recién arranca y logra acertar en la red, la aritmética se presentará en el partido para nivelar desactivando las discusiones: el gol es el elemento de mayor incidencia táctica que tiene el fútbol, porque tiene la capacidad de influir de diferentes maneras y reacomoda los factores. Nada es igual después del gol para quien lo marca y tampoco lo es para el equipo que lo recibe.
Con esa perspectiva, destacamos una coincidencia: en los triunfos de los tres cordobeses, los goles fueron determinantes para ordenar las piezas. Belgrano fabricó el 1-0 contra River sin jugar mejor y hasta trabajando con mucho esfuerzo para acomodarse defensivamente, considerando la jerarquía del rival. ¿Méritos? Muchos, pero desde lo individual, porque la presión (Ulises Sánchez), la visión (Ariel Rojas) y la definición (Pablo Vegetti) fueron determinantes para construir un 1-0 que hizo temblar al Kempes.
Es muy resbaladizo hablar del éxito del planteo táctico con el 2-1 consumado. Más aún, si se considera que los dos goles celestes fueron propiciados por gestiones individuales para marcar y ahogar, ante defensores de River que se equivocaron feo y no pudieron protegerse con una cobertura estructural: Enzo Díaz (1-0) y Marcelo Herrera (2-0) resolvieron mal los cierres defensivos, pero ningún compañero se acercó para ayudarlos o marcar a los de Belgrano, quienes sí comprendieron la importancia del apoyo y la movilidad. Y ni hablar de Franco Armani, de pobre respuesta en las dos conquistas.
Belgrano tuvo muchos desajustes defensivos en el primer tiempo, con jugadores incómodos y un escaso compromiso con la elaboración de juego, hasta que el 1-0 abrió la otra dimensión. A partir de esa ventaja, tomó confianza, sinceró su prioridad desde atrás, liberó de obligaciones ofensivas a sus laterales – volantes, se cerró y resistió, hasta que la fórmula se repitió en el 2-0, por méritos en la presión, pase clarificador y voracidad del 9.
Cancha ancha
Ante Unión en Santa Fe, Instituto volvió a proponer un buen primer tiempo y marcó dos golazos en el final, que le simplificaron la historia: 1-0, con Giuliano Ceratto y Gabriel Graciani asociados por la derecha, en profundidad; centro hirviendo al primer palo y cabezazo letal de Adrián Martínez; 2-0 con un jugadón de Sebastián Corda acelerando por la izquierda, con diagonal, pase paralelo para Graciani y toque seco del “Tano” a la red.
No le sobraron chances arriba y por momentos abusó de la tendencia de hacer ancha la cancha porque el arco empezó a quedarle lejos. Pero resolvió con calidad y precisión el factor gol: marcó uno para tomar aire y otro oportuno para encaminar la victoria, antes de ir a tomar agua al vestuario. Después se aferró a la firmeza defensiva: los puntos ya estaban a plazo fijo.
A Talleres le pasó algo de lo que vivieron Belgrano y La Gloria: jugó bastante mal el primer tiempo contra Atlético en Tucumán, prácticamente sin llegar al arco y arrastrando las deudas internas de juego que vienen siendo preocupantes, aunque es justo remarcar que tampoco tuvo inconvenientes atrás. En ese universo de movimientos tibios, la acción / reacción llegó en el segundo tiempo: ese tremendo jugador que es Rodrigo Villagra comenzó a liderar. Lo hizo desde la actitud de pedir la pelota y también desde lo más complejo que tiene el fútbol, que es animarse a los movimientos que rompen esquemas, que desacomodan. En su caso, a través de la unidad básica del juego: el pase. Sus decisiones fueron vitales. En el 1-0 cortó en el medio, aceleró para abrir espacios y decidir con más panorama; le marcó dos veces el pase profundo a Ramón Sosa (la figura del partido) y el paraguayo ganó en velocidad para frenar, enganchar y dejarle el regalo servido a Francisco Pizzini. Adentro.
Ese gol destruyó el juego monótono de los dos y estableció nuevas condiciones, en las que Talleres se acomodó rápido impulsado por la influencia de Villagra y su asociación con Rodrigo Garro. El arte de manejar la pelota fue generando climas para empujar a Atlético al borde del ataque de nervios, hasta que Nahuel Bustos sacó provecho de las ventajas que ofreció el arquero tucumano y metió el 2-0 con un tiro libre de potrero, con alta dosis de picardía.
Evolución necesaria
Cuando se juega bien, es lógico que haya más posibilidades de llegar al gol. Mientras la evolución cumple sus tiempos y a los tres equipos se les empieza a exigir que jueguen mejor, el fin de semana dejó en claro que el poder de gol está ahí, disponible, con el gatillo listo, con el poder intacto para rescatarlos de la nebulosa y situarlos en un espacio más liberado para pensar y crecer. Es ésa, precisamente, la mejor buena noticia que dejó la segunda fecha del campeonato.