River y Boca llenaron el Kempes y regalaron un partido de altísimo contenido emotivo. Hubo hinchadas de uno y de otro: eso prueba que debemos generar las condiciones para que la gente vuelva a la cancha, haya hinchas visitantes y disfrutemos de los partidos sin convertirlos en una guerra.
Hubo un tiempo que fue hermoso, en que los hinchas iban a ver fútbol y nadie se moría en las canchas o los alrededores porque todos sabían que ganar era maravilloso y perder, posible. Muchas cosas ocurrieron para desactivar esa imagen, con desaciertos recurrentes que comenzaron hace muchos años, para empujar al fútbol contra el precipicio. Y ahí lo dejamos: cualquier circunstancia es suficiente para darle el empujón que nos condena a todos.
Por supuesto que el cuadro de situación es de tanta gravedad que merece un análisis más profundo que esa mera descripción pero, en concreto, las circunstancias, con un componente extremo de violencia e intolerancia, convirtieron las tribunas en zona de exclusión en la que ya no se aceptan hinchas del equipo visitante y pasamos a hablar más de los dispositivos policiales que de los pases o las jugadas.
Un día, Córdoba pudo ponerse en el centro de la escena para recibir al clásico más efervescente de la patria futbolera: River y Boca metieron casi 60 mil personas en el Estadio Kempes, con colores mixtos repartidos en banderas, cantos, camisetas y fiesta, como en las viejas épocas, dejando en claro que debemos generar las condiciones para que esa composición de imagen se repita. La gente colaboró, por supuesto, pero está claro que si hay voluntad y compromiso, se puede jugar con las dos hinchadas y la derrota dejará de ser una tragedia.
Días de furia
Hace unos años, un sábado o domingo a la tarde en el Obelisco pintaba así: ruido de bombos, una caravana de hinchas repartidos en tres o cuatro bondis yendo para un lado, con un par de patrulleros haciendo de escolta. Debían sostener el paso porque más atrás venía otra formación similar, con gente de otro equipo, que cruzaba la “Capi” y no debía ser interceptada por los primeros, ni por otros que transitaban en sentido contrario e iban a una cancha que estaba de este otro lado. Pero no terminaba ahí la cosa: de forma transversal, aparecían otros patrulleros “apadrinando” a unos muchachos que gritaban su orgullo por otros colores, mientras avanzaban hacia el estadio donde su equipo debía presentarse…. Y así, con la misma ceremonia al final de los partidos. Sí, una locura de repelencia, agresividad y clima hostil, que nos explotó en las manos y no supimos evitarlo. En el interior también pasó y pasa, aunque en un nivel de peligrosidad inferior.
El tiempo pasó, las soluciones nunca llegaron, los valores de la sociedad se empobrecieron y el fútbol pasó a ser el principal factor de felicidad de mucha gente, que demasiado pierde en la vida diaria como para aguantarse una derrota adentro de una cancha. Entonces, todo vale. Y todo enciende el caos que ya conocemos.
Un estadio a medida
El Kempes es uno de los mejores estadios del país. No solo por la estética imponente que se reparte desde las pantallas, sino por las vías de acceso y servicios. Y por la capacidad de recibir casi 60 mil personas y respetar “territorialismos”, si se pretende separar a los hinchas. Es lo que nos toca: lo ideal es que nos se gaste tanto en vallas y policías, y que la entrada esté más al alcance de la gente y del hincha común, que de los que hacen negocio. Asumiendo que eso es casi imposible, en Córdoba nos quedamos con la satisfacción de haber sido escenario de un partido mayúsculo, que no tuvo el clima de agresividad que se vive en otros lugares.
¿El mejor testimonio? Se sigue hablando del gol de River que no fue, del arbitraje tibio, de las expulsiones, de la reacción de Boca, de las virtudes de River… Pero no hay ningún título en los diarios que hable de incidentes. El que ganó celebró y el que perdió se fue a su casa. En esto, mucho tiene que ver que el ADN de la gente que estuvo en el mundialista es diferente del que iría a la Bombonera o al Monumental: también eso es un patrimonio que merece ser destacado.
Mientras tanto, Córdoba dejó en claro que no es tan difícil recuperar aquel fútbol que nos encendía a todos. Es cuestión de responsabilidad y compromiso.