La situación vivida por el tenista Novak Djokovic, quien fue deportado de Australia, sacó nuevamente a la luz el juego de intereses que se cocinan en el deporte de alta competencia. No todo es ganar un partido o imaginar que alguien está por encima de las reglas.
Además de jugar muy bien al tenis, Novak Djokovic es un reconocido fabricante de situaciones cómicas adentro de la cancha… aunque eso se da con más frecuencia cuando gana. A sus imitaciones desopilantes (recomiendo las de David Nalbandian y María Sharapova), le suma ciertos juegos de poses y miradas que arrancan el aplauso de la gente. Por supuesto, agarra la raqueta y la pelotita hace lo que él quiere. Ésa es su verdad más imponente.
Sin embargo, esta vez parece que le embargaron la sonrisa: estuvo una semana en Australia y no logró sonreír ni una sola vez porque no le permitieron entrar. Mucho menos sonrió cuando, después de estar aislado en un hotel de “medio pelo” e incomunicado, lo acompañaron hasta el aeropuerto para despedirlo por la fuerza. Sólo le preguntaron si prefería ventanilla o pasillo.
En Belgrado, cuando aterrizó luego de ser deportado, hubo gente que lo recibió al grito de “campeón” y algunos políticos serbios hablaron de una crisis diplomática por semejante determinación. ¿Cómo es posible que alguien que no respetó las reglas en un país tenga el aura para generar una imagen tan amigable en otro? Indudablemente, la situación que le tocó vivir al número 1 del tenis obliga a una mirada amplia en la que se advierten intereses sanitarios, temas políticos, económicos, deportivos y hasta de poder y ego. No es sólo un héroe al que le cierran las puertas en la cara porque le tienen envidia o no les gustan las imitaciones.
Nos preguntamos lo siguiente, con relación a todo lo que le pasó a Novak Djokovic y su intención de entrar a un país donde no le ofrecieron ninguna alfombra roja:
1) ¿Fue un asunto específico del ámbito sanitario? No necesariamente.
2) ¿Fue algo relacionado con intereses económicos? No necesariamente.
3) ¿Se trató de algo político? No necesariamente.
4) ¿Lo deportivo estuvo por encima de todo? No necesariamente.
5) ¿Habrá querido mostrar su poder? No necesariamente.
Djokovic respondió esas preguntas (y algunas más) con su proceder: llegó a Australia para jugar en uno de los torneos más prestigiosos del mundo, impulsado por los diversos intereses: uno de ellos, ganar su torneo de Grand Slam número 21 y romper la paridad que tiene con Rafa Nadal y Roger Federer. O sea, seguir accionando la maquinita generadora de rentabilidad deportiva, económica y de poder, para proyectarlo al infinito y más allá. Pero le rechazaron dos veces la visa por no cumplir con el calendario de vacunación completo, que es exigido a todos, además de presentar errores en los documentos que le permitían ingresar sin haber sido vacunado.
El tema económico no es menor, porque el serbio tiene ingresos publicitarios por unos 21 millones de dólares al año, de parte de firmas que le exigieron que estuviera en Australia o que se hiciera responsable de las consecuencias. ¿Habrá pesado eso? Por supuesto que sí, pero ese dato es apenas uno más.
El tercero de la fila
Algo deben haber aprendido países como Australia, para tener una calidad de vida que para nosotros resulta casi inalcanzable. Una de ellas es respetar la ley: ya lo dijo Gabriel Batistuta hace años, cuando dejó el fútbol profesional y se instaló en la ciudad australiana de Perth. Siempre vale la pena recrear esta anécdota. Le preguntaron por qué ahí, considerando que es dueño de la mitad de Santa Fe y hasta podría elegir vivir en el piso más coqueto frente al Central Park, en Nueva York. Bati dijo: “lo que pasa es que en Perth, el que está tercero en la fila, está tercero en la fila”. ¿Se entiende?
Entonces, la situación de Djokovic abre la puerta para que la discusión se enturbie. Los australianos aplicaron la ley y, al mismo precio, lo usaron por su investidura e influencia, para blindar cualquier posibilidad de mal ejemplo, en una sociedad que se maneja con códigos diferentes. No sólo a los del tenista, sino a los de nuestro país, por ejemplo.
Atención: no se trata de buscar perfección, donde no la hay. Sino de interpretar cuál es el sentido de la ley. Es allí cuando comprendemos que la decisión de deportar a Nole es disciplinadora y “no se discute más”. ¿Será que los australianos vieron a Nole como un líder antivacunas, capaz de encender la resistencia, y eso pudo complicar el orden sanitario interno?
A la distancia, posiblemente nunca nos vamos a enterar de los pequeños grandes secretos que se mantienen en las sombras, para develar lo que pasó y por qué pasó, y así comprender si Nole fue víctima de una operación, responsable de un intento de transgresión o simplemente estimó que su presencia sería suficiente para entrar por un costado.
Lo que queda claro es que jugó con sus propias reglas y deberá aceptar que así como no lo dejaron entrar en Australia, ahora podría pasarle lo mismo en otros países, que reaccionan ante la pandemia con criterios diferentes a los que Novak juzga como lo correcto o lo necesario.
No se trata de discutir el derecho que alguien tiene para elegir no vacunarse, ni teorizar si la vacunación es un paso más para tenernos de rehenes. Australia exigió que se respetaran sus leyes y hubo alguien que quiso ignorarlas.