La “hidentidad” perdida

Es cierto: identidad es sin “h”. Se hace uso de cierta licencia para acribillar a esa palabra y lesionar su significado original, como una manera de ilustrar un hecho que se produce en nuestro fútbol cuando hablamos de “identidad” (ahora sí bien escrita).

¿De qué hablamos cuando nos referimos a la identidad? El sentido de pertenencia conecta la participación de la gente desde diferentes espacios; uno de ellos, tal vez el fundamental, es el de las coincidencias. La raíz, la génesis, la piel y la historia componen un escenario en el que las personas pueden ser felices a partir de lo que ocurre adentro de una cancha de fútbol, aunque afuera el mes sea cada vez más largo y el dinero no alcance.

Es así: en nuestra sociedad absolutamente futbolizada, un triunfo tiene un poder curativo superior a las medidas de cualquier gobierno. ¿Quién se atreve a discutir eso?

El origen, el entorno de donde venimos, es el primer factor en ese universo en el que un privilegiado juega y miles alientan convencidos de la causa, encendiendo pasiones y proyectando sentimientos.

Los que se quedan afuera le piden al de adentro que entienda lo que les pasa, que se comprometa, que interprete el amor después del amor. Le piden que los haga felices. Le exigen que se movilice, que sufra, que tenga valor agregado, que vibre, que llore, que grite, que deje hervir su sangre, porque los de afuera harían todo eso. Y gratis.

Distancia social

Como si los tiempos no hubieran cambiado, abrimos la puerta y entró la pandemia. En el nuevo orden, en la normalidad del encierro y la virtualidad, el hincha con el control remoto en la mano es lo mejor que le podía pasar a la despersonalización del fútbol…. y al negocio de la TV, que necesita espectadores / consumidores en el living y no en la tribuna.

Antes escuchábamos cómo una pelota era capaz de acariciar el pasto mientras salía de los botines del 10 buscando la corrida del 9. ¿Ahora? Ni idea, porque son todos muñequitos en la pantalla, que a veces aparecen en cámara y se dicen cosas tapándose la boca. Ya no sabemos ni cómo se llama la hermana del arquero aunque ahora, sin gente en las tribunas, hay muchas madres que descansan mejor, lo sabemos.

Sentido de pertenencia

La distancia enfría, duerme y alienta una sensación sumamente peligrosa en el terreno de lo visceral, como es el fútbol: que te pase cualquier cosa, menos la indiferencia. El arranque de los campeonatos, con miles de testigos mirando la tele, testimonió la continuidad de un fenómeno en el que la identidad sigue diluyéndose.

En Córdoba vemos desde hace tiempo algo que afecta el sentido de pertenencia: ¿por qué nuestros clubes profesionales tienen una escasa presencia de jugadores cordobeses? Aunque no sean cordobeses, que sean formados, educados y orientados acá. ¿Por qué?

Veamos… Repasemos las formaciones titulares de Talleres, Belgrano, Instituto y Estudiantes: más allá de la coyuntura, Belgrano, la Gloria y los riocuartenses tuvieron algunos pocos elementos locales o modelados en casa, pero en Talleres no hubo ninguno. ¿Ninguno? Sí, ni uno solo…. O sea, en la mayoría de los casos, jugaron muchachos que llegaron desde afuera y se pusieron la camiseta para jugar, generando esta foto tan particular: los equipos de Córdoba no tienen (o tienen pocos) jugadores de Córdoba.

Preguntas que nos hacemos los preguntones: ¿los que llegan son mejores que los que están? ¿Los que están, nunca crecen? ¿Cuál es el sentido de las divisiones inferiores, si cada año traen docenas de jugadores de afuera? ¿las inferiores no son capaces de generar jugadores de buen nivel? ¿De qué sirve ser campeones de cuarta o de reserva, si esos jugadores no llegan a la primera? ¿Cómo se mide el éxito y el fracaso de las inferiores, si el producto no ofrece garantías de calidad superior? ¿Por qué a los chicos del club se los respalda menos que a los otros?

En el fútbol, nunca 1+1 = 2. Jamás. Se convive con la imperfección, desde la concepción del pase hasta un penal que se pueden fallar. Pero si hablamos de sentido de pertenencia, la química pasa por otra dimensión: muchos de los jugadores que son contratados desde clubes de afuera llegan para prestigiar y sumar calidad, pero hay otros que no cumplen con ese requisito y, en vez de refuerzos, apenas llegan a la condición de incorporaciones.

Entonces, nos encontramos de nuevo con aquella idea de la (h)identidad que no identifica, que frena, que despersonaliza, que enajena. Tal vez, como editorial, vaya el reclamo de un viejo hincha de uno de estos equipos mientras veía a “sus” jugadores tratando de elaborar una jugada: “Dale 8, meté un centro como la gente”. Ni el nombre le sabía….