Instituto se quedó sin su jugador más importante, porque terminó el contrato y el “9” prefirió ir a Racing de Avellaneda, donde le pagarán mucho más. Hay hinchas que le agradecen lo que hizo y otros lo cuestionan. ¿Cuál es la verdad en todo esto?
La salida de Adrián Martínez deja maltrecho futbolísticamente a Instituto y dispara una discusión que jamás se agota: ¿los jugadores deben querer la camiseta, como lo piden los hinchas? La realidad es que el mercado desactiva el romanticismo e impone una ley que el fútbol, como actividad que profesional, respeta: los futbolistas firman contratos con los clubes que les ofrecen mejores condiciones y lo económico es una parte medular. Se equivocan cuando se besan el escudo o juran amor eterno.
Los contratos deben cumplirse y eso involucra a las dos partes. Entonces, el mismo “9” que llegó a Córdoba hace unos meses desprovisto de pergaminos y fue fundamental para que la Gloria permanezca en primera, es el que ahora, con los papeles en orden y sin “vender humo”, elige ir tras un acuerdo que le permitirá a ir al supermercado tranquilo por un tiempo. ¿Hay delito? ¿hay malentendidos? ¿se le puede reprochar algo a Martínez?
Así como están los que valoran el rendimiento que tuvo destacándose en un equipo absolutamente “gasolero”, también se manifiestan los que se sienten traicionados porque la contratación de “Maravilla” fue la más exitosa entre todas las que se hicieron en 2023 y aspiraban a tenerlo en 2024, abonando la ilusión de ir un poco más allá. Es una cuestión de afecto que se topa con el paredón de la rentabilidad que gobierna el fútbol de este nivel: el contrato del “9” tenía vigencia hasta fin de diciembre. Desde lo legal y hasta desde lo ético, no hay nada que reprocharle. Lo sentimental es lo que no cierra… Al hincha le duele porque se reedita una condena que tiene a otros muchachos que se hicieron de un cartel en Instituto y después se fueron a probar su destino en otros clubes, sin que la tesorería de Alta Córdoba pudiera llegar al nivel de remuneración que prometen en otros lados.
La cuestión es que la salida del jugador recrea un debate eterno, que en las redes sociales se desvía con mucha facilidad de su eje natural. Adrián Martínez siguió las reglas de un mercado que lo trajo a Córdoba por dinero; fue cobijado aquí y querido por los hinchas porque su rendimiento fue superlativo. ¿Si sus condiciones futbolísticas hubieran sido insuficientes, qué habría pasado? Todos sabemos la respuesta.
Instituto apostó por él y le salió bien, más allá de que el negocio quedó incompleto si se puntualiza que no habrá utilidades o dividendos económicos con su partida. “Maravilla” fue una inyección de argumentos reflejados en sus goles. Hasta ahí llegó la cosa, porque la directiva tomó la decisión de no ir al terreno resbaladizo de ofrecer un dinero que pondría en jaque toda la estructura financiera del club.
Por eso, la partida del “9” revela, con total crudeza, qué tan poderosos son los poderosos y qué tan sometidos están los que viven más abajo en la escala evolutiva. Así como las instituciones europeas se llevan las joyas tercemundistas por relativamente poco dinero, Boca, River y algún otro hacen lo propio en Argentina con los equipos de las provincias, a los que les extirpan los jugadores. Y los de Córdoba Capital, con los de tierra adentro. Nada que no conozcamos. Se hace por las buenas o se hace por las malas. Pero se hace.
Por eso, Adrián Martínez testimonia, una vez más, cómo es el mapa de los factores que gobiernan nuestro fútbol. No hay amores epidérmicos indelebles, ni agradecimientos épicos, cuando se cruza la verdad irrefutable que hace a la esencia de lo profesional: el dinero.