Pablo fue fundamental en los triunfos ante Instituto y Agropecuario, que sirvieron para reconectar las expectativas de Belgrano de cara al ascenso: fue fundamental en los goles de ambas victorias y volvió a aparecer cuando más lo necesitaban.
El año pasado, el invierno fue largo en Alberdi. Mucho más allá del almanaque, volvió a quedar en claro que pocas situaciones resultan más severas para un hincha de Belgrano, que apagar la conexión con los jugadores. Jamás hay indiferencia. Siempre hubo y habrá una relación de incondicionalidad afectiva que depura todo tipo de desventuras, pero no soporta una cosa. Solo una: que el equipo no sepa a qué juega y que los jugadores no entreguen el alma para defender la camiseta.
Por supuesto, que se trata de percepciones y desde afuera, a veces la perspectiva es diferente. La misma tribuna que se rindió ante jugadorazos de perfil técnico, como la Chacha Villagra, el uruguayo Sosa o Villita, es la que le entregó su corazón al Gringo Alonso, al Loco Testa y, por supuesto, al presidente Luifa, alias Luis Artime. ¿Es una contradicción? Para nada.
Estos jugadores y otros tantos, fueron intérpretes quirúrgicos de una filosofía gobernada con overol, pero que necesita del fútbol jugado con frac para reforzar la empatía. Dicho de otro modo: correr, corren todos; la clave son los jugadores capaces de resolver los problemas y eso suele llegar de la mano de la inteligencia, sumada a la insistencia y la perseverancia.
En uno de los tantos capítulos amargos de la temporada pasada, cuando Belgrano flotaba en la mediocridad y la tribuna dejó de creer en el equipo porque lo veía perdido, sin fuerzas ni plan de juego, se produjo una fisura en la confianza y en el apoyo masivo. Mientras muchos alentaron (y alentarán), otros eligieron gritarles cosas a los jugadores: a Pablo Vegetti, por chapa y capacidad, llegaron a pedirle que corriera más y pusiera “factor H”. Claro, no podían pedirle que hiciera más goles porque en eso, su rendimiento era admirable: tocaba dos pelotas cada tres partidos y alguna metía.
El diagnóstico
En un fútbol que educa cada vez menos y naturaliza el insulto, una parte de la tribuna cometió un error de diagnóstico. Posiblemente el único mérito que tenía esa versión pálida de Belgrano era el esfuerzo; lo que faltaban eran ideas, capacidad estratégica e imaginación. Solo se habían desarrollado las aptitudes para correr, luchar, tirarse al piso… No se exigió más juego asociado o uno que levantara la cabeza para salir del caos, sino ¡esfuerzo!
En ese universo de gente corriendo, Vegetti hizo lo que tenía que hacer y lo que pudo hacer, dentro de los laberintos a los que quedaba condenado por la pobreza futbolística del equipo. Luchó, se desmarcó, boxeó, arrastró marcas…. Jugó como pivote y salió para entrar a la carrera ofreciendo su cabezazo ante centros que jamás llegaron. Aunque el equipo era horrible, la culpa era de Vegetti porque él estaba para hacer goles.
La gestión de Guillermo Farré comprendió que lo urgente era devolverle el orden al equipo para recuperar la confianza y optimizar el nivel de algunos jugadores. Para ganar, había que aprender a no perder. Y para no perder, nada mejor que tener sustento para atacar.
Con el respaldo colectivo, muchos fueron elevando su nivel y la consecuencia se reflejó en las posiciones. En todo ese proceso, la mejor editorial de Belgrano fue generar mejor calidad de juego para evitar que Vegetti saliera del área. Superlativo el arquero, muy sólidos los centrales y de notable crecimiento lo de Longo, a Farré le quedó trabajar sobre la arquitectura del juego para sostener a Vegetti en la zona caliente, donde hizo y hace la diferencia.
Sin ser perfecto, ni mucho menos, Pablo hizo goles forzando caminos que parecían cerrados. Y también abrió partidos que pintaban cerrados: contra Instituto, la llave fue un cabezazo tremendo del delantero, que Jorge Carranza atajó contra un ángulo en gran reacción, pero se produjo un rebote y adentro; en la cancha de Agropecuario, sin espacios y con el cero duro de roer, Gabriel Compagnucci acertó en un centro cuando faltaba poquito y por atrás, Vegetti hizo un gol de estilo “inglés”, saltando como nadie y gatillando un cabezazo seco.
Belgrano no termina de capitalizarlo. Se permite recreos en el juego y lo aísla, o le corta el suministro, o le tira la pelota larga para que se las arregle, sin asistencia ni apoyo. Cada vez lo marcan con más violencia y le hacen 10 penales por partido, lo que es indicativo de que todo se activa en torno al 9: pase lo que pase, Vegetti nunca te deja “a pata”.
Hoy, que el horizonte del ascenso parece al alcance de la mano, Belgrano sabe de la necesidad de sostener el buen juego, pero si no lo logra, tiene una carta en la manga para tirarla sobre la mesa en cualquier momento.