Mientras se discuten aspectos periféricos porque nos encanta vivir en las diferencias, la realidad indica que la selección argentina de fútbol creció y tiene credenciales que respaldan su chapa de cara al Mundial. Por supuesto, Messi logra que todo se acomode de manera natural.
El entrenador de la selección argentina de fútbol debe lidiar con muchos factores para desarrollar un equipo competitivo que gane todo, si es por goleada mejor y que baile a los rivales. Ah… ¡y que merezca el título del mundo ya mismo, incluso sin jugar la Copa! Que la Fifa no se preocupe en armar la logística de un Mundial porque el campeón ya es Argentina.
Más o menos, en esa ecuación delirante vive Scaloni, en el país que exagera para arriba o para abajo, que va del oro al barro sin escalas y se enamora de todo o lo empuja por un barranco. La discusión es una de las más genuinas pasiones nacionales.
No cualquiera subsiste en esa olla a presión, que no tiene reglas ni pausas. Scaloni, inicialmente, mantiene erguidas tres virtudes fundamentales: bajo perfil; no pretende encandilar con oratoria, sino que habla con los números del equipo; y tiene a Messi, claro… No pierde el tiempo ni energía en probar si sabe lo suficiente, si solo es cuestión de suerte o si los adversarios son de madera. Nunca aceptó como propio el desafío de convencer a la prensa de Buenos Aires, que se ha convertido en un centro de poder (e interés).
Hace lo que tiene que hacer buscando las soluciones a los problemas del equipo. No inventa nada; no fuerza; no incomoda a los jugadores; ni saca chapa con ningún producto de laboratorio. Argentina sale a la cancha con algunos conceptos básicos muy claros y le da resultado: se defiende con orden y esfuerzo; genera juego en el medio con pases simples; y después se la dan a Messi, porque los demás se acomodan y lo siguen (a veces). ¿Está mal?
Entonces, como el jurado argentino tiene tendencia a irse a los extremos, es posible que el triunfo 3-0 ante Italia merezca el bronce para todos o bien la lapidación, porque resulta que los italianitos son eso: “italianitos”. Mínimos. Insignificantes. Jugadores pequeños, que no son los grandes que fueron campeones de algo. Y ganarle a un equipo así no debería ser para andar alardeando… Por supuesto, los cinco goles a Estonia tienen el mismo tratamiento porque, en realidad, los estonios vienen a ser conos con algo de movilidad… ¿Qué gracia tiene ganarles a esos tipos?
Nunca nos vamos a poner de acuerdo dónde y cómo pararnos ante los hechos que merecen ser interpretados. Nos cuesta demasiado la mirada contemplativa y analítica, porque estamos convencidos de que tenemos la razón. Lo que le pasa a la selección argentina nos pone ante una radiografía de nuestro ser nacional: hay gente que empeñó su opinión hace tiempo y ahora anda esperando que Argentina pierda para descargar la batería de cuestionamientos que permanecen en lápiz mientras el equipo gana y gana. Por supuesto que es fútbol, no una ciencia exacta. Nos acostumbramos a evaluar desde el resultado: un triunfo puede maquillar hasta un dinosaurio y una derrota, precipitar las palabras más crueles para descalificar y ofender. Mientras tanto, las estadísticas están ahí, a disposición, con números en bandeja.
¿Virtud o defecto?
Tener a Messi ¿es a favor o en contra de la gestión del entrenador? A veces pareciera que Scaloni no tiene derecho a ponerlo porque si lo hace, es un riesgo altísimo y lo que consiga el equipo se relativiza. El rosarino “hace desastres” con un par de apariciones, mete una ráfaga eléctrica y derrumba lo que le pongan adelante. Desafía la física. Lesiona marcadores y los manda al psicólogo.
Esa participación es tan determinante que, así como puede encender y liderar a sus compañeros, puede generarle “fiaca intelectual” a varios otros para desconectar cualquier usina generadora de ideas: “si está Messi, que se las arregle”. Y eso no es bueno.
Esta versión de la selección argentina juega con Messi. Lo tiene adentro de la cancha, lo aprovecha, lo busca, lo llena de responsabilidades y grita cada uno de sus goles, aunque se los haga a Estonia. Es tanta su calidad, que puede solucionar problemas que trascienden al pizarrón de Scaloni o puede proponerles respuestas a preguntas que el entrenador tal vez ni imaginó.
Por lo pronto, hay una madurez colectiva y algunos puntos individuales que son méritos absolutamente de quien dirige al equipo. Se deberá crecer para que haya mejor calidad en el juego, por supuesto, sin depender tanto de Lionel o de adversarios permeables. Cuando dejemos de cuestionar todo, tal vez logremos ver que Argentina es un buen equipo y puede desarrollarse otro poco para estar en Qatar sosteniendo la esperanza con fundamentos.