Bruno abandona Belgrano para ir al fútbol brasileño, a cambio de un muy buen dinero. Nunca llegó a explotar todas sus condiciones en un equipo al que le costó muchísimo tratar bien la pelota: algunos creen que era un jugador frío; otros vieron en él un crack y lo aplaudieron siempre.
En Alberdi, tierra de laburantes y universitarios, nada se consigue sin sudor y lágrimas. Si la condena es que todo resulta cuesta arriba, la mejor revolución posible es imaginar ser distintos desde la creatividad, el coraje, y un corazón grande como el propio Gigante, donde las batallas más ilustres recrean postales de héroes rústicos y también cerebrales, casi en dosis idénticas. Desde la sangre caliente del Tito Cuellar hasta la calidad de Luis Sosa, pasando por la fiereza de Luis Artime y aterrizando en las pinceladas maravillosas de José Luis Villarreal.
En un mundo pirata donde entrar a la cancha de galera y bastón implica una exposición altísima, Bruno Zapelli quiso jugar al fútbol. Fue su revolución. Propuso freno al tsunami, cabeza levantada al fulbazo ciego, pases quirúrgicos al arte de chocar, pedir la pelota y arriesgarse en vez de esconderse atrás de la marca.
¿Le alcanzó con lo que hizo? Brunito se va de Alberdi con la revolución a medias, planteada en lápiz, sin darle forma definitiva. El reconocimiento que se ganó con algunas buenas actuaciones y ciertos trazos del fuera de serie que viven en él, confirmaron que jugadores de su clase se ven poco en estos tiempos de atletas con botines. Aunque, es cierto: cometió errores y a veces pareció sin la intensidad que se le reclama a todos los tipos que se pintan el celeste en la piel. Su juego (pretendidamente elevado) no siempre encontró las condiciones para ser tolerado, a la espera de esa gran maniobra que se demoró en llegar mientras la gente lo miraba de reojo porque se permitía el lujo de caminar, como si no tuviera fuego interior. Pero que pedía la pelota, hay que firmarlo. Y que jamás se escondió de la marca para eludir la responsabilidad, también.
Pedir la pelota
Su presencia comenzará a ser un recuerdo, en la misma medida en que la temperatura sube en Alberdi por la mediocridad del rendimiento de Belgrano. No de ahora, sino a lo largo de un campeonato que muestra al equipo lleno de limitaciones adentro de la cancha, y con un sorprendente puntaje que calma las aguas. Al menos, hasta cierto punto.
El entrenador no logró desarrollar las soluciones necesarias y allí, en ese contexto, Zapelli rindió bien, más o menos y mal, en relación directa con la función que le fue asignada. Su naturaleza, con la técnica depurada, la habilidad en el mano a mano y el panorama para tomar decisiones, fue un servicio que Guillermo Farré no capitalizó. Bruno terminó siendo factor de aporte en jugadas o en pases, sin alcanzar la influencia para liderar a un Belgrano incapaz de dar tres pases o de llegar hasta Vegetti más allá de los pelotazos desesperados.
Lejos del corazón de los partidos, metido en un laberinto de rivales que le comían el hígado o arrancando aislado desde la banda, Zapelli se anotó un mérito mayúsculo: pedirla. Aunque hirviera…
El sistema
Bruno Zapelli nunca fue un futbolista de aplauso fácil, menos en Alberdi. Culturalmente, fue víctima de una picadora de carne que se rinde ante los buenos jugadores, pero no está dispuesta a esperarlos o perdonarlos, porque induce a la gente a creer que allí, en el mundo celeste, correr cotiza más que otro atributo. Cuando llegan los malos momentos y los atletas no son suficientes, la pregunta brota de forma inevitable: ¿tan difícil es jugar mejor?
Jamás llegó a explotar todas sus condiciones y su figura se debatió entre la sensación de ser un muchacho frío, apático, distante… O lo suficientemente corajudo para hacerse cargo, sin socios a la vista, contención ni paciencia afuera.
Si los hinchas lo van a extrañar, es imposible saberlo. Mientras tanto, su revolución quedó a medias: quiso jugar, quiso pensar, propuso velocidades y recorridos distintos en la construcción de un fútbol habituado a otros valores. Pero el sistema terminó devorándolo, arrinconado sin la oportunidad y el crédito para invertir en su estilo. Que Zapelli se vaya pronto…. No vaya a ser cosa que ahora los mismos que lo silbaron comprendan que él no era el problema, sino la solución.