Desde hace un año, el fútbol argentino aplica el sistema de video de asistencia a los árbitros (VAR, en inglés) aunque solo en Primera División. ¿Solucionó algo? El último fin de semana, Instituto, Belgrano y Talleres fueron perjudicados en jugadas que influyeron en los resultados.
Desde toda la vida, el fútbol ha dedicado espacios generosos a las polémicas que brotan cuando una sanción arbitral resulta discutible o peor, injusta. Hay una industria de la diferencia, sobre todo en televisión, que se refleja en programas presentados en formatos idénticos: los oradores compiten a ver quién es capaz de ganar la batalla, con argumentos o sin ellos, pero siempre en voz alta.
Cuando la tecnología evolucionó, elevaron la calidad de sus prestaciones casi todos los elementos que componen la puesta en escena de los partidos de fútbol a nivel profesional. Desde las pelotas con chip, pasando por el césped perfecto y calefaccionado, los estadios tipo shopping, las camisetas de secado rápido, los botines espaciales, los guantes que simplifican la captura de tiros imposibles, las bebidas isotónicas, los chalecos refrigerados y vaya a saber cuántas cosas más… Todo, o casi todo, menos el arbitraje: la confrontación desigual puso de un lado a la perfección de las imágenes distribuidas por las cámaras, interpretadas por “sabios” que no se pusieron un pantalón corto ni en la escuela de verano, y del otro a un tipo indefenso, parapetado en un silbato y con los ojos grandes como el dos de oro.
Entre el error humano y la exigencia rigurosa de justicia, el folclore fue encontrando climas para dinamitar las charlas de café debatiendo hasta dónde podía aceptarse que un juez se equivocara, si “se vio clarito que el penal no fue penal”, o que “la pelota no entró”. Todo, a partir de la televisión, por supuesto… Entonces, aquellos que defendían la naturaleza imperfecta de los árbitros se dieron vuelta como una media cuando a sus equipos no les cobraron una mano que vieron todos, menos el hombre del pito.
Desde la cultura nacional del llanto, siempre se habla de campañas en contra de uno o a favor de otro y entramos en esa dinámica acusatoria de la que nadie sale sin resultar herido. Recordemos: seguimos reclamando aquel penal que le permitió a Alemania ganarle a Argentina 1-0 en Italia 90, o la mano del brasilero Tulio en la Copa América de Uruguay 95 (3-0 para Brasil), pero acomodamos la moral y la ética para vestir de picardía eterna el gol con la mano del Diego contra los ingleses en el 86…
En ese universo feroz, de competitividad a ultranza, la Fifa desarrolló lo que pretende ser parte de la solución: el VAR, el video de asistencia a los árbitros (en inglés, Video Assistant Referee).
¿Cómo funciona?
Siempre la potestad de sancionar es del juez principal, quien es asesorado en tiempo real por un equipo de observadores, que le ayuda a auscultar lo que está ocurriendo en el partido y revisa las imágenes (mínimo 8 cámaras) que llegan desde la TV. El VAR debe ser utilizado para casos puntuales, no para todas las circunstancias del juego: identificación de jugadores, situación de gol, situación de penal y jugadas de expulsión. Detalle: no se puede anular un partido si el funcionamiento del VAR fue incorrecto.
La herramienta, nacida para aportar claridad y acercarnos a la necesidad de justicia, termina empantanada cuando se aplican criterios diferentes para jugadas similares: lo que en un partido es penal por mano casual, en otro no lo es… Aunque resulten jugadas parecidas, los agarrones, el tenor de las infracciones y hasta las posiciones para el fuera de juego, son sometidas al análisis en un laboratorio remoto que aplica criterios flexibles. Y absolutamente confusos.
Dos jugadas en Instituto. En el partido de la Gloria (1-1 contra Atlético Tucumán), hubo dos situaciones para examinar: un penal sobre Santiago Rodríguez (que el árbitro ni siquiera consideró y el VAR no alertó) y una amonestación sobre Ezequiel Parnisari, que derivó en su expulsión, pese a que fue una falta corriente, impropia de una amarilla. ¿Qué hizo el VAR? Nada y Parnisari, a las duchas… Se trató de una jugada de expulsión por segunda amarilla y no roja directa, es cierto. Pero en esa línea interpretativa tan finita y considerando las consecuencias de la sanción, resulta inaceptable que al árbitro lo hayan dejado solo. Y a Parnisari, afuera.
Penal invisible contra Talleres. En el empate de Talleres (1-1 contra Defensa e Injusticia), el equipo cordobés ganaba 1-0 pero una jugada de roce le permitió al club de BA empatar con un penal invisible: el “Uvita” Nicolás Fernández simuló un toque del defensor tallarín Juan Rodríguez, se dejó caer y el árbitro marcó penal. ¿Qué hizo el VAR? Nada, cuando era imprescindible aportar justicia, y el partido se puso 1-1.
¿Fue mano? ¿fue penal? El mismo sabor le quedó a Belgrano, en su empate (0-0) contra Lanús: centro desde la derecha del ataque celeste, el defensor granate José Canale quiso despejar y la pelota le pegó en el brazo izquierdo, dentro del área. ¿Qué hizo el VAR? Nada. El partido nunca salió del cero, sin dejar en claro si hubo mano y no se la consideró digna de penal, o si directamente esa mano se produjo en el imaginario de la tribuna.
Justicia selectiva
Si la esencia del VAR es asistir al árbitro para advertirle sobre un error y reducir el margen de equivocación, en estos casos descriptos eso no ocurrió. En cambio, sí se produjeron episodios más estrictos cuando se trató de Boca (a favor y en contra) y River (a favor y en contra) porque equivocarse contra los poderosos implica una consecuencia (y una exposición) que de la que nadie quiere hacerse responsable. El margen de error con ellos, en general, es redondear a favor de sus intereses.
El show debe continuar y si hay que buscar con lupa, se lo hace. ¿Un ejemplo? River derrotó 3-0 a Godoy Cruz. El tercer gol fue de penal, por infracción sobre Enzo Díaz: metió un desborde y centro, y luego de desprenderse de la pelota, un defensor lo desacomodó. ¿Qué hizo el VAR? Le sopló al oído al juez que era penal y se hizo justicia. Por más que Díaz ya había enviado el centro y la infracción no modificó el desenlace de la jugada, la falta existió y estuvo bien sancionada. Ese rigor, ese análisis milimétrico, no ocurrió en Instituto, Talleres y Belgrano. ¿Por qué?
Conclusión: el sistema de video no es bueno ni malo, pero su aplicación nos remite a un escenario contaminado con especulaciones, que no logra ventilarse. Al cabo de un año, es evidente que hay un manejo que responde a una editorial ¿de la AFA? y se revisan de forma minuciosa algunos detalles de ciertos partidos y a otros se los atiende “por obra social”.
Si la justicia es selectiva, se contamina. ¿Los cordobeses? A llorar al campito…