La tensión política rumbo al balotaje se metió en el mundo del fútbol y lo hizo presa de una nueva grieta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de las privatizaciones de las instituciones? Atrás de todo, como siempre, se mueven otros intereses.
Hace unos 30 años, alguien dijo “el negocio no es el fútbol sino lo que se genera con el fútbol”. En los últimos días, se presentó otro testimonio que avala aquella reflexión: muchos clubes se apuraron a rechazar la figura de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). Lo hicieron arrastrados por la corriente de un juego político activado por interesados en llenar de humo otra discusión, más compleja y turbia, que no tiene que ver necesariamente con la vida institucional de los clubes: es que todo vale por un voto…
¿Qué alcance tiene ese formato jurídico de competencia extrema y profesional? ¿Significa que si llegan las SAD los clubes amateurs van a ser extirpados del mapa? ¿Qué va a pasar con las entidades que se han hermanado con la gente desde el sentido de pertenencia? Los tres interrogantes están abiertos y necesitan respuestas que no han sido ofrecidas, aunque muchos ya tomaron una posición.
El periodismo, desde su compromiso con la verdad y la justicia, tiene la obligación de no caer en ese juego porque si lo hace, se convierte en tendencioso. Y lo es cuando invita a creer que la llegada de las sociedades anónimas va a significar una “depuración” de las entidades sociales sin fines de lucro. Afirmarlo es, cuanto menos, un recorte de la realidad que no ayuda demasiado a clarificar el panorama porque, sencillamente, no es cierto.
La verdad de la milanesa está para quien quiera verla. Repasemos un ejemplo, de algo que ocurrió hace unos años… Cuando en Argentina llegó la hora del divorcio, la posición extremista de un sector de la iglesia eligió asustar a la gente para que “las familias no se desarmaran”. Se daba por hecho que, con el divorcio administrativa y legalmente disponible, se iba a producir una estampida de esposos en la búsqueda de camas ajenas. “Papá, no te vayas”, decía un jingle que se reproducía en la prensa. Al final ¿qué pasó? La vida siguió, algunos maridos se fueron, otros fueron eyectados por sus esposas y aquel tráfico de miedo solo demoró la aceptación de algo que no es perfecto, pero que ofrece algunas soluciones legales al tema.
Botín político
El tironeo de ahora, planteado así, de manera simplista y sin poner sobre la mesa toda la historia, generó otra grieta: allá, en el rincón de los castigados e insensibles, se destina a los que quieren las SAD porque solo quieren ganar dinero; acá, en el espacio de los puros de espíritu, los que defienden al club como eslabón de integración barrial y adhesivo social. Absurdamente, se los pone como enemigos cuando no lo son ya que son diferentes. Ni mejores ni peores, distintos. El debate al que nos condenan no hace foco en la calidad institucional, sino que el fútbol, desde que alcanzó la condición de botín político, sirve para congraciarse con la gente y eso, amigos lectores, significa votos.
Lo que debemos tener en claro es que gran parte del cuestionamiento colectivo a las SAD responde al sentido de la oportunidad por lo que estamos viviendo como país. Hay una estrategia en manos de carroñeros que quieren debilitar a uno de los candidatos (de oratoria desprolija) porque dijo que estaba a favor de las SAD. No dijo que iba a ser obligación, ni cosa parecida: insinuó que, si gana las elecciones, iba a generar las herramientas para que los clubes puedan “resetearse”. No habló una palabra más ni aventuró una cacería de clubes pobres. Eso quedó en exclusividad para los guionistas de la realidad que salieron a repartir bidones con nafta… Desde el miedo y la preocupación, en casi todos los comunicados elaborados por los dirigentes que se expidieron se destacó “el fin social”, “la importancia de los clubes en la educación” y la necesidad de preservarlos de las garras del capital.
Lo curioso es que muchas veces, el propio Estado interviene produciendo una distorsión de la lógica de protección. ¿Ejemplo? Una cosa es apoyar con donaciones, subsidios y exenciones a los clubes de barrio, que tienen función social; otra muy diferente, es poner dinero en el deporte profesional, porque ofrece otra proyección y exposición: se destinan fortunas en publicidad para mostrar las caras de los candidatos en las publicidades. ¿Por qué? Cri cri…
Toda esta discusión se contaminó porque entró en el radar de la rapiña política, en tiempo de definiciones electorales. En vez de evaluar si nuestros clubes pueden adaptarse al formato privado o si deben seguir como hasta ahora porque así lo siente su gente y pueden sostenerse, el pretendido debate solo reforzó la grieta.
Desde hace mucho, el fútbol se convirtió en una industria que mueve millones y administra el capital más preciado: el poder. Con lo que se ve y con lo que se mueve atrás.
Los clubes sociales son irreemplazables. Son la historia de la gente. Son sus símbolos. Son sus experiencias. Nacieron, se desarrollaron y se sostuvieron a lo largo del tiempo con el combustible afectivo de los socios, a los que no se les puede cambiar caprichosamente el escudo, los colores o la sede. La cultura es patrimonio y eso se respeta.
Pero eso no invalida que exista la posibilidad y la oportunidad de virar hacia otra dirección como consecuencia de la evolución: siempre, pero siempre, la decisión estará en manos de sus socios.