Belgrano hizo más puntos que todos, pero además de ser primero en la tabla y ganar el primer ascenso, mostró solidez institucional para enfocarse y ser el mejor donde debía serlo, no solo adentro del campo.
Las imágenes de la fiesta de Belgrano recorren los portales generando admiración y respeto, por el arraigo popular que tienen sus colores en esta parte del país y se reflejan en movidas populares de una dimensión que conmueve. Desde el ingreso épico a Córdoba, hace una semana, hasta la puesta en escena digna de la NBA en el Kempes, antes, durante y después del triunfo 3-0 contra Chacarita: Belgrano campeón es la celebración del laburante que disfruta mucho de sus momentos de alegría porque nadie le regala nada, la guita nunca le alcanza y acaricia la felicidad solo a veces. Sus logros son húmedos en sudor y en emoción.
Su ADN, signado por el esfuerzo y el sacrificio, quedó tallado por la permanente reconstrucción del club para salir de la improvisación que frena y desangra, para avanzar hacia la previsibilidad que ahorra tiempo, optimiza recursos y clarifica los objetivos.
Por supuesto, también fue ordenado el año pasado, con los factores alineados para que la gestión terminara de otra manera y, sin embargo, el equipo hizo una campaña de mediocre para abajo que produjo un desencanto supremo.
Lo que hoy se destaca y escapa a la lectura simplista “a resultado visto”, es el concepto de la evolución: el mismo Belgrano que desde hace años crece desde las bases, consolida los cimientos y se fortifica, es el que tiene claro que debe estar a la altura de la respuesta popular que llena estadios e invariablemente, también es una referencia de calidad que se debe considerar porque toda esa gente exige. Alienta y festeja, pero también reclama y hace pesar que los de adentro deben estar en sintonía con la incondicionalidad de los de afuera.
Los equipos visitantes salen a Alberdi y se impactan con la cantidad de gente y la festichola, que pocos equipos pueden ofrecer en semejante intensidad. Ya se dijo: la cancha llena no gana partidos, porque se necesita mucho más que ese detalle de “color” para dar pasos firmes hacia el desarrollo. Belgrano elevó la vara haciendo precisamente eso, que se refleja en la seriedad para gestionar y achicar el margen de error en la resbaladiza elección de los jugadores y entrenadores, para que el equipo muestre aspiraciones, posibilidades y una categoría que justifique que haya tanta gente dispuesta a pagar para ir a la cancha.
Hace dos semanas, luego de efectuar el calentamiento previo al partido en el campo de juego de Alberdi, Juan Olivares, capitán de Defensores de Belgrano, abrió los ojos como el dos de oro: “¿viste lo que es el césped?”, le comentó asombrado al cronista de la televisión. Belgrano logró eso: antes de jugar, impuso respeto por su imagen de club profesional. Es apenas un testimonio: mientras en esta divisional hubo partidos en campos llenos de manchas de tierra y pozos, el piso del Gigante siempre lució perfecto.
A jugar y ser de Primera
¿Cuántos jugadores del actual plantel serán parte del proyecto 2023? ¿Todos los que integraron el grupo dan con el talle de Primera? A la directiva y al entrenador, les espera la difícil tarea de evaluar con la cabeza descomprometidos del corazón porque se van a encontrar con muchachos entrañables, con buenas condiciones para el Nacional, pero que no tendrán espacio en el salto de categoría.
Haber tenido eso en claro fue uno de los mayores aciertos de la gestión de Luis Artime en esta temporada: casi todos los “refuerzos” del año pasado fueron invitados a retirarse, algunos sin haber jugado o siendo escasamente valiosos. ¿Causa? Simple: no eran mejores que los chicos del club y resultaban más onerosos. Ese reconocimiento implícito del error de las contrataciones también permitió crecer. Autocrítica, le dicen.
A Guillermo Farré se le presentaron algunos nubarrones y fue aprendiendo a disiparlos sobre la marcha, porque aprendió el oficio de tomar decisiones en caliente en un ámbito donde todo se cuestiona y los errores se pagan caro. Eligió un equipo base y lo respaldó, con algunas dudas en determinados puestos / funciones (el lateral izquierdo y los mediapuntas externos), pero ofreciendo la confianza para desarrollar puntos altos que estimularon el crecimiento del equipo. Se recuperaron jugadores de experiencia, como Diego Novaretti y Ariel Rojas, que terminaron siendo muy importantes.
Además, crecieron de manera exponencial algunos muchachos de bajo perfil, hoy aplaudidos por todos: Santiago Longo, el Colo Barinaga, Nahuel Losada, Ulises Sánchez, Alejandro Rébola, Mariano Miño y, por supuesto, Bruno Zapelli. La conducción calma de Farré consolidó también la herramienta demoledora de Pablo Vegetti y la alimentó de buenos socios, aunque alternados, entre Joaquín Susvielles, Fabián Bordagaray, Maxi Comba, Gabriel Compagnucci e Ibrahim Hesar. Todos sumaron y fueron un equipo.
No solo por los triunfos y la tabla, sino por haber ganado en todos los campos en que debía hacerlo, Belgrano fue el mejor de todos. Córdoba disfruta de su madurez, imagina una luz al final del camino y sueña con nuevos socios en la ilusión de gestar un protagonismo con mayúsculas, que alguna vez tuvo la provincia y se perdió cuando los dirigentes dejaron de considerar prioridad la apuesta por la cosa bien hecha y comenzaron a cortar camino.